Monarquismo en Perú

El monarquismo en Perú es una corriente ideológica que busca establecer o restaurar una monarquía como forma de gobierno en el Perú. El primer intento de instaurar una monarquía peruana aparece en el siglo XVI durante la Gran Rebelión de los Encomenderos, aquella que enfrentó a los expedicionarios hispanos (socios de la Conquista o conquistadores hispanos) contra los funcionarios de la Corona de Castilla.

La Primera Bandera del Perú. Se utilizó símbolos monárquicos para definir la bandera.

Durante los siguientes años aparecen una variopinta gama de proyectos monárquicos que buscaban la independencia del Virreinato del Perú como un reino, así como también otros proyectos que tenían como objetivo el restablecimiento Tahuantinsuyo.

Estas corrientes ideológicas se van desarrollando en el XVII y culminan con algunos levantamientos de los siglos XVIII y XIX. Ya en los siglos XX y XXI se pueden identificar 3 vertientes:

Monarquismo Indigenista: El trono será elegido en ceremonias y ritos que representen su calidad de autoridad hacia un grupo o comunidad nativa (como los curacas, apus, caciques, etc). Otros creen que el trono será reclamado por la figura mítica del Inkarri.

Emblemas del monarquismo indigenista
Tocapu o estandarte imperial, usado por el Sapa Inca.
  • Busca el restablecimiento del orden teocrático, diarquico e imperial del Incario y las antiguas naciones indígenas, con la instauración de un "Segundo Tahuantinsuyo", bajo el gobierno de un Sapa Inca y Curacas del Tahuantinsuyo Camachic, o el Consejo de los electores Incas del Cuzco, integrado por las panacas.

Monarquismo Nacionalista: Consiste en el derecho de conquista o derecho providencial del trono ocupado por cualquier peruano capaz de instaurar la monarquía e instaure su dinastía.

Monarquismo Hispanista: El trono solo puede ser ocupado por alguna de las casas reales que gobernaron el Perú desde 1542 tras la conquista española por el principio de legitimidad.

Emblema del monarquismo hispanista

Contexto

Antecedentes

Escudo del Reino del Perú según Martín de Murúa.[4]

La tradición peruana es fuertemente monárquica desde tiempos pre-incas para el desarrollo libre de los pueblos que ha habido en el territorio milenariamente. Dentro de la Historia del Perú se han suscitado tradicionalmente gobiernos de corte monárquico, un país que tiene más de 5 mil años de poderío real, habiendo una gran cantidad de señoríos (como Collique, Chancay, Chincha, Moche, Pachacamac) curacazgos (como el Cuzco o Lima), reinos (como Nazca, Mochicas, Recuay, Chimú, Chanca, Chachapoyas, Aymaras, etc de la Época preincaica), imperios (como el Wari-Tiahuanaco e Inca), etc; además de haber sido el territorio del Perú parte del imperio español, visto como un Reino del Perú por la sociedad de la época[5] y en algunos documentos españoles como el Salón de Reinos. El Perú, además, cuenta con la mayor cantidad de nobles que cualquier otro país de la región,[6] siendo el reino del Perú el territorio que contó con más nobles titulados en toda Iberoamérica, 127 aproximadamente.[7]

El cronista Inca Garcilaso de la Vega, en su célebre libro Comentarios reales de los incas, estima que habría sido el emperador Túpac Yupanqui el organizador de la expedición que más avanzó por la vía de los Chunchos, nombre genérico para los indios no sometidos o "bárbaros", que se ubicaban al este de los Andes, en la Amazonia.[8] Esta campaña le habría permitido al Imperio inca fundar colonias y ocupar ciertos territorios del bajo del río Beni, además de entablar contacto con la provincia de los Musus o Moxos,[9] ubicados al Oriente más allá de los Andes, a doscientas leguas del Cuzco. Según las crónicas, los incas habrían realizado entradas hacia aquel territorio tanto por Cochabamba como por la región de los Chunchos, ubicados en el curso del Madre de Dios según algunos autores o en el del Beni, según otros.[10] En el caso de los musus, por la gran distancia que separaba ambas civilizaciones, el soberano inca habría decidido entablar relaciones diplomáticas con ellos en lugar de intentar dominarlos. Los musus por su parte, admirados por las leyes y costumbres incaicas, habrían prometido adoptarlas y adecuarse a ellas. Cada grupo indígena amazónico tiene su propio término para denominar a sus líderes, jefes o monarcas, como pamuk (similar al concepto de apu) o wesam (similar al concepto de virrey), también pinkatsari en los Ashaninkas. Pero los términos cacique (introducido por los españoles en la Colonización de la selva central) o curaca eran aplicados para definir líderes comunales tanto en la sierra como, en especial, en la selva.[11]

Ubicación de las naciones integrantes del Imperio incaico en los territorios correspondiente a los actuales Chile, Bolivia y Perú. Habrían sido cacicazgos de organización monárquica.

Durante la Guerras civiles entre los conquistadores del Perú, la intervención de la Corona española para fortalecer su presencia en las colonias nombrando nuevas autoridades y reglamentando dispositivos legales como las famosas Leyes Nuevas, generó descontentos entre los españoles, pues una de estas leyes disponía la supresión de las encomiendas hereditarias, cuyos titulares, los encomenderos, protestaron enérgicamente, al ver que sus descendientes no gozarían de lo que ellos habían ganado, otra ley que fue muy impopular entre los encomenderos fue la supresión del trabajo personal de los indios. Los conquistadores percibían que, a pesar de sus sacrificios para conquistar los reinos del Perú, el rey de España quería imponer otras autoridades, arrebatarles sus tierras e indios para repartirlas entre sus allegados y gozar así de los beneficios de la conquista, logrados con tanto esfuerzo por los conquistadores. Naturalmente, vieron todo ello como una tremenda injusticia y por eso no dudaron en alzarse en armas.

Dibujo de Guaman Poma de Ayala, que representa a Gonzalo Pizarro (al centro), quien pudo ser Rey del Perú, recibiendo a Francisco de Carvajal.

Ante ello, y tras largos conflictos por la lucha de poder, Gonzalo Pizarro se convirtió en líder absoluto del Perú cuando entró triunfalmente en Lima el 28 de octubre de 1544, al frente de 1200 soldados. Los oidores de la Audiencia de Lima lo nombraron Gobernador del Perú el 21 de noviembre de 1544, y no faltaron quienes le aconsejaron de independizarse de la Corona española y que formara un reino aparte, enlazándose con una princesa incaica y proclamarse Rey del Perú. Gonzalo no se dejó seducir por estos consejos, pues esperaba reconciliarse con la Corona y ser reconocido como Gobernador, en virtud de ser hermano de Francisco Pizarro, el conquistador de los Reinos del Perú. Pero por desgracia para él, ello no ocurrió. Inca Garcilaso de la Vega corroboraba en sus Comentarios reales que Gonzalo Pizarro no deseaba emancipar al Perú "porque el respeto natural que a su príncipe tenía pudo más en él que la persuasión de sus amigos".[12] Actualmente las monarquías constitucionales han perdido su aura sacralizada, pero en aquella época, uno de los actos más graves que podía concebir la sociedad era el rompimiento de la fidelidad al monarca. Por tanto, la rebelión pizarrista fracasó precisamente por no haber comprendido el sentir de los súbditos españoles a los que deseaba integrar a sus fines. El respeto a la imagen del soberano era un deber supremo y un valor compartido por la comunidad,[13] así que no muchos se dejaban arrastrar a la vorágine de una rebelión. Hacerlo no sólo suponía la pérdida del favor de su señor y arrostrar la "ira del rey", sino también echarse encima el baldón de traidores que rompían el vínculo de vasallaje, lazo consagrado por las antiquísimas Partidas.[14] Además, toda vez que se asumía que el poder del rey emanaba de Dios, quien lo desafiara se transformaba también en un doble transgresor, es decir, que el quebrantamiento era tanto de orden civil (delito), como espiritual (pecado). En este sentido y distinguiéndose de las demás, la rebelión de Lope de Aguirre no se circunscribió al aspecto económico-reivindicativo ni a liquidar a su comandante como hicieran tantas otras, sino que fue mucho más allá, al atreverse a romper con la Corona de Castilla y proclamarse, por así decirlo, "independiente", una situación absolutamente insólita y sin precedentes hasta ese momento en los nuevos dominios. Traspuestos los límites, se trazó un fin: "reconquistar" el Perú, y "liberarlo" de la metrópoli. Los sediciosos empezaron por proclamar una "nueva monarquía", cuya cabeza sería don Fernando de Guzmán, un hidalgo sevillano que, por proclamación de sus compañeros, se convirtió en "rey de Perú, Tierra firme y Chile", Guzmán contaba apenas 21 años y fue un verdadero títere en las manos del tirano. Su actuación se limitó a repartir toda clase de cargos y mercedes que debían pagarse de “las cajas reales del Perú”. Convencido al fin de la excentricidad de Aguirre, abrigó el proyecto de matarle, pero no se atrevió a dar la orden. Quien si se atrevió a matar a Guzmán fue el propio Aguirre, como lo declaró en su famosa carta a Felipe II: “Yo maté al nuevo rey”. Francisco Vázquez, testigo del reinado, escribió “Duróle el mando en la tiranía con nombre de General, y después de Príncipe, casi cinco meses, que en ellos no tuvo tiempo de hartarse de buñuelos y otras cosas en que ponía su felicidad”. Fernando de Guzmán, rey del Perú, fue así enterrado en río Amazonas, sin haber podido llegar a su desembocadura.[15] Pero no bastaba con "entronizar" a un nuevo soberano, Aguirre estaba convencido de que el éxito de la empresa sólo se aseguraría si toda su gente se emancipaba o "desnaturaba" de Castilla, negando el vasallaje a Felipe II y repudiando su autoridad, es decir, rompiendo formal y legalmente los vínculos que los ligaban a su rey y señor. En términos jurídicos, era la única manera de sentar las bases de una monarquía independiente y alterna a la castellana en las Indias.[16]Los rebeldes, acaudillados por Lope de Aguirre, navegaron hacia el norte seis meses y desembarcaron en la isla de la Margarita en el mes de julio, luego se internaron por el actual territorio de Venezuela, hasta alcanzar Barquisimeto, donde los supervivientes se enfrentaron a los soldados del rey. La malograda aventura concluyó ahí, con la muerte de Lope de Aguirre el 27 de octubre de 1561.[17]

Empero, en la madrugada del 22 de mayo de 1561, Aguirre tomó la decisión de dar muerte al insípido "rey" Fernando de Guzmán, pues se había enterado de los tratos que tuvo con sus capitanes para traicionarlo. La eliminación de Guzmán derivó en otros cauces. Aguirre descartó en adelante el establecimiento de un reino paralelo y se decidió a asumir personalmente el control de la expedición, a cuyos efectos se autodenominó "Fuerte caudillo de los Marañones". En su nuevo proyecto, los conquistadores -ahora organizados en un tipo de "república" o cuerpo político a cargo de un jefe- serían los encargados de todo. El virreinato sería "reconquistado" y escindido de Castilla para que lo gobernaran los "desposeídos", como el propio Aguirre. Todos participarían activa y proporcionalmente en el reparto de las riquezas de un territorio que sería "reconquistado" por ellos.

A mediados del siglo XVI en el Perú en medio del levantamiento de Gonzalo Pizarro y los Encomenderos. En este contexto de crisis un grupo de 200 esclavos africanos se fugaron de la capital peruana. Los esclavos se asentaron en las afueras de la ciudad de Los Reyes (Lima). Los cimarrones establecieron un palenque en Huaura y de entre ellos eligieron al de linaje más noble para hacerlo su Rey, siendo escogido un cimarrón. Este monarca, el Rey negro de Huaura, proclamó la libertad de los suyos y planeó la captura de Los Reyes para hacerse con el control del Virreinato del Perú. Se decía que estos palenqueros tenían contactos con esclavos de Lima y con indígenas, quienes planeaban derrocar a los españoles para asumir el poder, parece que la amenaza fue tan seria que el Capitán General de Los Reyes envió al capitán Juan de Barbarán y a 120 soldados para frustrar los planes de los cimarrones. Se produjeron algunos combates entre españoles y africanos a las afueras de la capital que culminaron con la muerte de todos los cimarrones. El Rey del Palenque de Huaura murió en el enfrentamiento, así como también el capitán Barbaran.[18][19][20][21]

En ese mismo lapso de tiempo, Manco Inca Yupanqui se proclamó Manco Capac II, considerándose legítimos herederos de Huayna Cápac, por el que se enfrentaron al desmantelamiento del Imperio inca por parte de los invasores españoles y sus aliados indígenas (incluidos una facción de la nobleza inca), que formaron la resistencia de la élite cuzqueña gobernando sobre un reducido, pero influyente estado incaico llamado muchas veces Imperio Neoinca de Vilcabamba entre 1537 y 1572, un territorio con poder efectivo que correspondía aproximadamente al del actual departamento peruano del Cuzco al este de la ciudad de Cuzco, que luego del asedio de Cuzco pasó a estar controlada por los conquistadores españoles, dentro de ese Reino Inca en Vilcabamba, hubo 4 monarcas o Incas de Vilcabamba:

Túpac Amaru I, el último inca de Vilcabamba

Tras varios enfrentamientos en la Segunda Guerra Hispano-Inca, la corona española decidió terminar con la guerra, reinició negociaciones bajo el gobierno de Lope García de Castro, enviando al mensajero Rodríguez de Figueroa, quien llegó a Pampacona y se entrevistó con el Inca (para este momento Titu Cusi Yupanqui) a quien encontró lujosamente vestido mostrando su gran poder. Titu lo aceptó y designó a dos personas para que se ocupasen de sus asuntos: por notario, al mestizo Martín de Pando y de apoderado en el Cusco a Juan de Betanzos, casado con una prima suya, Cuxirimay Ocllo. Tras ello se dio la firma del Tratado de Acobamba en 1566, en dicho tratado se ponía fin a las hostilidades, se le otorgaba el Título de Inga a él y a sus descendientes y se perdonaban los actos cometidos mutuamente durante la guerra. El Inca aceptó el catolicismo y recibió el bautismo con el nombre de Diego de Castro con su familia en 1568. Además autorizó la entrada de misioneros en Vilcabamba. Ello no impidió que el Inca se mantuviese firme en lo que respecta a su soberanía, por lo que llegó a dictar a un escribano, en 1570, una carta al rey Felipe II de España, en la que exponía los agravios a los que su pueblo había sido sometido ("Relación de cómo los españoles entraron en Birú y el subceso que tuvo Manco Inca en el tiempo que entre ellos vivió").[22]Su muerte fue en el año 1570, posiblemente causada por una pulmonía, aunque no hay evidencia de ello, fue un problema para los misioneros Agustinos que lograron entrar tras la capitulación, ya que en su afán de ayudar le dieron brebajes que los andinos pensaron era veneno. El religioso Diego Ortiz fue encontrado culpable siendo torturado y ajusticiado posteriormente. Los españoles y mestizos que se encontraban en Vilcabamba también fueron “ajusticiados” y nuevamente comenzaron las hostilidades.

La élite buscó un sucesor y fue así que su hermano Túpac Amaru I empuñó el cetro y se ciñó la mascapaicha a comienzos de 1571. Los incas creían que Titu Cusi se había visto forzado a admitir a los sacerdotes misioneros en Vilcabamba y que estos lo habían envenenado. Los españoles, quienes todavía no estaban advertidos de la muerte del anterior Uari inca, enviaron rutinariamente dos embajadores para continuar con las negociaciones en curso. El último de ellos fue el conquistador Atilano de Anaya quien, tras cruzar el puente de Chuquisaca, fue capturado y ejecutado junto con su escolta por el general inca Curi Paucar.[23] Al ser confirmada esta noticia por el cura de Amaybamba, el nuevo virrey del Perú, Francisco Álvarez de Toledo, decidió someter por la fuerza al reino de Vilcabamba apelando a la justificación de que los incas habían roto «la inviolable ley de todas las naciones del mundo: el respeto a los embajadores».

Tras la derrota en la Defensa de Vilcabamba, un grupo de cuarenta soldados elegidos personalmente por los españoles salieron en persecución del inca. Siguieron el río Masahuay durante 170 millas, donde encontraron un almacén inca con cantidades de oro y vajilla de los incas. Los españoles capturaron un grupo de chunchos y los obligaron a informarles de los movimientos incas, y si habían visto al Uari inca. Estos informaron que se había ido río abajo, en bote, por lo que los españoles construyeron 20 balsas y continuaron la persecución. Tras su apresamiento, Tupac Amaru fue conducido por su captor, García de Loyola, ante el virrey Francisco de Toledo, quien ordenó su reclusión en la fortaleza de Sacsayhuamán bajo la alcaidía de su tío, Luis de Toledo. Refiere Guamán Poma que pesó mucho en el animo de Toledo que habiéndole mandado llamar, Amaru le contestó. Los españoles hicieron varios intentos para convertir a Túpac Amaru al cristianismo, pero se cree que estos esfuerzos fueron rechazados por un hombre muy fuerte, que estaba convencido de su fe. El juicio del Uari inca comenzó un par de días más tarde. Túpac Amaru fue condenado por el asesinato de los sacerdotes en Urcos, de lo cual fue probablemente inocente.Fue sentenciado a la decapitación. Numerosos clérigos, convencidos de la inocencia de Túpac Amaru, suplicaron de rodillas en vano al virrey que el líder inca fuera enviado a España para ser juzgado en vez de ser ejecutado. Tupac Amaru I muere el 24 de septiembre de 1572, y con ello toda aspiración a una Monarquía Inca independiente y de tradición pagana. Como es relatado por Baltasar de Ocampo y fray Gabriel de Oviedo, prior de los dominicos en Cuzco, ambos testigos oculares, el inca levantó su mano para silenciar a las multitudes, y sus últimas palabras fueron:

Ccollanan Pachacamac ricuy auccacunac yahuarniy hichascancuta (‘Ilustre Pachacamac, atestigua como mis enemigos derraman mi sangre’) -Túpac Amaru I

El virrey Toledo comunicó al rey Felipe II la ejecución de Túpac Amaru, en una carta del 24 de septiembre de 1572. Algunos historiadores indican que,[24] cuando el virrey Toledo dejó su cargo para regresar a España, fue recibido por el rey Felipe II con las siguientes palabras

Podéis iros a vuestra casa, porque yo os envié a servir reyes, no a matarlos -Felipe II de España

Escudo del Reyno del Perú.

A pesar de ello, los incas no desaparecieron luego de la conquista española ni fueron relegados a vivir en la miseria bajo el yugo de europeos. Por el contrario, ellos tuvieron un papel muy destacado en el reino dentro de la nobleza indígena, pues los descendientes incas fueron reconocidos por la Monarquía Española durante el Virreinato o Reyno del Perú. Estos nobles indígenas integraron una institución llamada Alferazgo Real de los Incas, que precisamente agrupaba a los descendientes incas legítimos, formándose el Consejo de los 24 electores incas del Cuzco, la máxima institución incaica en el virreinato del Perú.[25]Creada en 1595 bajo el reinado de Felipe II, este consejo estaba conformado por 24 nobles incas católicos, se admitían 2 miembros por cada una de las 12 panacas reales que existieron en el Tahuantinsuyo, sin contar obviamente la de Atahualpa, quienes nombraban mediante sufragio a un Alférez Real para la festividad de Santiago Apóstol, patrón de España. El alférez real salía en esta procesión, vestido a la usanza inca, con su mascapaicha, portando el estandarte real, conjuntamente con el alférez real de los españoles. Algunos de ellos aparecen representados en la famosa serie del Corpus cusqueño. Esta institución estaba reconocida por la Corona y su lealtad a España era tal que, en 1780 le declararían la guerra a Tupac Amaru II y enviarían a Pedro Apo Sahuaraura para combatirlo.

Desfile del Alférez Real de los Incas en la procesión del Corpus Christi, Cuzco (s. XVII). Siendo escogido por los electores incas del Cuzco.

Además, por el Tratado de Acobamba, Sayri Túpac, segundo Inca de Vilcabamba, entregaría su corona a Castilla y luego su sucesor, Titu Cusi Yupanqui ratificaría esto firmando el tratado de Acombamba. Esta firma constituye una figura legal llamada Translatio imperii, que es una forma de justificación de legitimidad de un nuevo rey luego de una transferencia legítima de poder de un Reino a otro, y se remonta a las épocas de Bizancio y el Sacro Imperio Romano Germánico como herederos del poder del Imperio Romano. Esto significaba, que el monarca español se convertía en rey no solamente de hecho, sino también por derecho, lo cual fue reflejado en varios cuadros de la época que se pueden encontrar en la Catedral de Lima y el Museo Larco. En estos cuadros se puede observar a los reyes Habsburgo como sucesores de los Incas. Incluso en los cuadros, el último Inca Atahualpa está en actitud de entregarle su cetro, símbolo de poder, a Carlos V quien está señalando una Cruz. Por lo que se puede considerar que el Rey de España había obtenido el título legal de Sapa Inca. Juan Núñez Vela y Ribera, no solamente articuló este concepto del Translatio Imperii para el Perú, sino además, en su monasterio de Copacabana, existe un cuadro donde se nombra al rey de España bajo el título de Inca. El cuadro se refiere al rey como “poderosíssimo Inga D. Carlos II Augustissimo, Emperador de la América”. Por lo que, la Monarquía Hispánica se consideró a sí misma continuadora de las monarquías pre-hispánicas.[26] Los Reyes posteriores [de España] se consideraban herederos de los que les precedieron, no sólo en los distintos Reinos de la península ibérica sino también en los territorios de otros continentes que se incorporaron a la Monarquía española. Y así se quiso expresar incluyendo las estatuas de los Emperadores azteca e inca en la entrada principal del Palacio Real.[27] Hasta el día de hoy el Rey de España mantiene el título de Inca, pues uno de sus títulos es “Rey de las Indias Occidentales y Orientales” siendo las Indias Occidentales la suma de las coronas del Inca y de Moctezuma de los aztecas,[28] y la nobleza inca consideró al rey de España como su legítimo emperador por 3 siglos. A pesar de ello, se suscitaron algunas rebeliones indígenas invocando al mito del Inkarri de corte monárquico.

El primer contacto amazónico con los españoles, donde las relaciones no eran ni conflictivas ni tensas, fue iniciativa Asháninka. El descubrimiento de estos indígenas ocurrió oficialmente en 1594. En esa fecha histórica para la Nación Asháninka, 6 de sus caciques visitaron Lima. En ese entonces el Virrey era el Marqués de Cañete. Antonio Tibesar dice: “Los Caciques Campas recibieron muy buena acogida, pues ofrecían a los Jesuitas una oportunidad para familiarizarse con otro sector de la frontera hasta entonces desconocido”. El intento de los Jesuitas, comandados por el padre Juan Font para ingresar a la selva fracasó estrepitosamente, ni con ayuda pudieron afincarse los descendientes de Loyola, y eso que estaban recién en la zona selvática de la sierra (Jauja). Sin embargo fue muestras de relaciones monárquicas en los primeros pueblos amazónicos contactados en el Virreinato del Perú. En 1631 el cacique convertido, Antonio Talancho, condujo al Misionero Franciscano Fray Felipe Luyando a la región de los Panatahuas. Entre los compañeros de Luyando estaba Fray Jerónimo Jiménez, natural de Lima, quien salió en busca de otras naciones indígenas que todavía no habían recibido el evangelio. Fue en estas circunstancias que al pasar por Huancabamba, Fray Jerónimo Jiménez encontró un camino de nativos que corría paralelo a los ríos y que lo llevaría a través del valle de Huancabamba, la quebrada de Paucartambo, hasta el Cerro de la Sal, al que llegó, ayudado por los nativos en el año de 1635; desde allí remontó al río Chanchamayo de la confluencia del Paucartambo y fundó la primera misión con el nombre de San Buenaventura de Quimiri, muy cerca de la actual ciudad de la Merced, iniciando de esta manera la colonización de la selva central, exactamente 41 años después de la visita de los Asháninkas a Lima y 103 años después de la llegada de los conquistadores españoles encabezados por Francisco Pizarro al Perú (1532). Para 1637 había estallado ya la primera rebelión Asháninka encabezada por Andrés Sampati y Pedro Bohórquez [29]quienes se levantan en armas contra los franciscanos que se habían apoderado del Cerro de la Sal imponiendo multitud de controles. Estas exacciones de la autoridad poder colonial fueron vistas como abusivas y causas principales para la rebelión a la cual coadyuvaron, en no poca medida las epidemias de origen europeo (sarampión viruela, gripe) contra las que los nativos no tenían defensas. Fray Manuel Biedna había dicho: “Plantar el evangelio es convocar a las pestes”. Solo en el siglo XVII se registraron siete periodos de epidemias, las cuales aparecían de improviso como invisibles heraldos de la muerte diezmando pueblos enteros. Con este suceso se perdieron las conversiones del Cerro de la Sal y de Quimiri, siendo abandonada la región por muchos años. En 1671 el padre Alonso Robles se arriesga a ingresar nuevamente por estas tierras y reedifica la destruida población de Quimiri. En 1674 el padre Izquierdo fundaba más abajo la población de Pichana y poco después, en el transcurso del mismo año, era asesinado e incendiada su misión durante la rebelión del cacique Mangore, quien se rebela cuando los Franciscanos tratan de apoderarse nuevamente del Cerro de la Sal. Luego de este incidente nuevamente las misiones de Chanchamayo fueron abandonadas por un largo periodo. En 1724, estalla la sublevación de Ignacio Toroté, donde aparece el primer intento de confederación nativa: los Asháninkas se aliaron con los Amueshas y los Piros. Es necesario destacar que la recuperación de los territorios indígenas tras la Rebelión de Juan Santos Atahualpa, lejos de significar el rechazo de los aportes que habían traído lo europeos, se potenció con la adopción de algunos de ellos, manteniendo las herrerías próximas al Cerro de la Sal, continuando con el cultivo de cítricos, caña de azúcar, etc. Prosiguiendo además con la crianza de ganado; propiciando de esta manera un desarrollo autónomo y autodeterminado por las etnias de la Selva Central, la misma que fue bruscamente frenada por el avance de la recién nacida República del Perú.

También hubo de parte de afroperuanos intentonas monárquicas como la Palenque de Huachipa en 1710, liderada por el rey Francisco Congo, un esclavo negro traído de Centroamérica para trabajar en una hacienda de Ica, era de ascendencia congoleña, muy temido y respetado, dirigía un asentamiento humano fortificado en medio de bosques por Santa María de Huachipa, los negros fugitivos que huían de sus haciendas y se refugiaban allí eran agrupados y buscaban medios para sobrevivir, por lo que se dedicaron al pandillaje, asalto a carrozas, caravanas, tiendas, haciendas y casonas, fueron conocidos como Cimarrones, lo particular era que asaltaban sólo a la gente blanca y rica, a los cholos, mestizos y criollos pobres los ayudaba dándoles parte de su botín, con esto conseguía ayuda para poder escapar y seguir "delinquiendo". Su banda de Francisco Congo fue creciendo hasta que se apoderó, mediante un duelo con Martín Terranovo y otro con Salvador Terranovo, de la jefatura del Palenque de Santa María de Huachipa, siendo jefe o rey del Palenque al sellar las rivalidades entre linajes Congos y Terranovos a favor de los primeros. La situación en Lima debido a los actos delictivos en la ciudad fue tal que en 1713 el 25° virrey Obispo don Diego Ladrón de Guevara dio la orden de atacar y desaparecer los palenques y quilombos, convoca al corregidor de Huarochirí, don Martín Zamudio de Infantas, a quien le ordena preparar unos batallones entregándole una fuerte suma de las arcas reales; es así como a mediados de junio de 1713 deciden atacar el Palenque del rey negro Francisco Congo, la batalla duró doce horas, la mortandad fue mucha, murieron más de doscientos cimarrones, entre ellos Francisco Congo "Chavelilla", junto a sus capitanes; su mujer Chavela logró escapar con sus hijos, nunca se supo más de ella y la familia real, aunque se dice que fue capturada y degollada por Cieneguilla, sus hijos menores separados y vendidos, los mayores ajusticiados.[30][31]

Durante las fechas del Reformismo borbónico, hubo caciques y nobles indígenas liderando las Protestas y rebeliones del siglo XVIII, como los de Azángaro, Carabaya, Cotabambas y Castrovirreyna, etc; con la frase de "Viva el Rey, muera el mal gobierno", puesto que la mayoría de los casos era contra la corrupción de los corregidores, siendo atenuados tras la implementación de las Intendencias. Por lo que se dejaba en claro que su lucha era contra los funcionarios coloniales subordinados que contravenían las órdenes del rey y sacaban provecho a costa del sufrimiento de los indios, pero no contra la autoridad real de la Corona Española o la Iglesia católica, demostrando el carácter fidelista e inmediato de la coyuntura rebelde.[32][33][34]

Zona colonizada en su máxima extensión del Reyno del Perú en 1650 (verde oscuro) y el Virreinato en 1816 (marrón oscuro).

Cuando estallaron las guerras de independencia en 1810, Perú fue el centro de la reacción realista, José de la Riva-Agüero Osma reconoce que en 1810 y los años inmediatamente siguientes, una sublevación en Lima con la creación de su correspondiente Junta hubiera sido fácil; y que si no la hubo fue porque las clases dirigentes no lo quisieron. Pero no solamente ocurrió esto, sino que el Perú, mientras España era invadida por Napoleón y no pudiera atender a Ultramar, pretendió suplirla asumiendo como primogénito la representación de la metrópoli . El Virrey Abascal reincorporó las provincias de Córdoba, Potosí, La Paz, Charcas, Rancagua y Quito al Virreinato del Perú. Abascal, virrey del Perú, fue el paladín de la causa realista en los virreinatos, fue la lucha de un brazo contra un continente. Cuando no había rey en España, Abascal lo fue de América.[35]

El Ejército Real del Perú durante 14 años derrotó a los ejércitos patriotas de argentinos, chilenos y colombianos, convirtiendo al Perú en el último bastión monárquico de Sudamérica leal a la Corona Española y centro de la Contrarrevolución.

Reino del Perú

Se encuadra dentro de una serie de proyectos monárquicos durante las postrimerías del Virreinato del Perú debido al movimiento independentista peruano, el cual contaba con dos corrientes: una que buscaba establecer un sistema de gobierno republicano independiente, y otra que buscaba consolidar una monarquía peruana como sistema de gobierno, independiente de la monarquía española, proyecto llevado a cabo en 1821 principalmente por José de San Martín durante su gobierno provisional. Este proyecto monárquico no llegó a ser concretado debido a la disolución del Protectorado de San Martín, y la instauración del congreso constituyente que proclamó la República Peruana en 1822, y la oposición de Simón Bolívar en la reunión que mantuvo con San Martín en Guayaquil.

El proyecto monárquico fue propuesto por San Martín al Virrey del Perú José de la Serna en las conferencias de Punchauca, el 4 de mayo de 1821 y el 2 de junio de 1821. La institución que se encargaría de promover los ideales monárquicos fue la Sociedad Patriótica de Lima, fundada el 20 de enero de 1822, donde se llevaría a cabo el primer debate entre políticos sobre la mejor forma de gobierno para el Perú, siendo la monarquía el sistema ideal para la sociedad peruana dada su historia.

Posteriormente en 1826 algunos militares como Agustín Gamarra y ministros peruanos presididos por José María Pando ofrecieron a Simón Bolívar el título de Emperador del Perú, anteriormente ya había aceptado el cargo de Suprema Autoridad del Perú que le ofreció el Congreso de la República, sin embargo rechazó la propuesta del título imperial por ir en contra de sus ideales republicanos.

La creación de un Reino del Perú fue planteado por primera vez por Francisco de Carvajal y tiene entre sus más destacados próceres a personajes como Lope de Aguirre, Fernando de Guzmán (Fernando I del Perú) y José Gabriel Condorcanqui (José I del Perú), y entre sus precursores a José María Pando, Pedro Pablo Abarca de Bolea, José de San Martín, Bernardo de Monteagudo, José Ignacio Moreno, José Cabero y Salazar, entre muchos otros. Se puede incluir a otros personajes que intentaron instaurar Estados monárquicos en este territorio, como José Angulo, Francisco de Miranda, Carlota Joaquina de Borbón, Karl Lamp, Napoleón III, Gabriel García Moreno, Juan José Flores, Juan Santos Atahualpa, el Rey de Huaura, Francisco Inca, entre otros.

El Monarquismo peruano tiene entre sus más destacados próceres a personajes como Lope de Aguirre, Fernando de Guzmán (Fernando I del Perú) y Joseph Gabriel Túpac Amaru (José I del Perú), y entre sus precursores a José María de Pando, Pedro Pablo Abarca de Bolea, José de San Martín, Bernardo de Monteagudo, Manuel Lorenzo de Vidaurre, José Ignacio Moreno, José Cavero y Salazar, entre muchos otros.[36][37]

"En el Perú, jamas se ha conocido otro gobierno que el monárquico; el pueblo se ha habituado por la serie de tantos siglos a la obediencia a los reyes, a las preocupaciones del rango, a las distinciones del honor, a la desigualdad de fortuna, cosas todas incompatibles con la rigurosa democracia. No hay un entre ellos todavía que no refresque continuamente la memoria del gobierno paternal de sus Incas. Pretender pues planificar entre ellos la forma democrática, sería sacar las cosas de sus quicios y suponer al Estado a un trastorno"
José Ignacio Moreno, 1822

Proyectos monárquicos

Proyecto de Juan Vélez de Córdova

Juan Vélez de Córdova (3 de octubre de 1711, Moquegua, Bajo PerúOruro, Alto Perú, 7 de julio de 1739), fue un criollo que fingiéndose descendiente de los incas peruanos, lideró la primera conspiración importante de la Villa de Oruro contra la dominación española. Lideró el primer antecedente conspirativo de importancia en la Villa de Oruro, delatada poco tiempo antes de su concreción, en 1739, razón por la que fue ajusticiado. En su conspiración se reivindicaba en ella por igual a criollos, mestizos e indios, siendo causada porque no sólo pagaban tributos los indios, mitando penosamente en Potosí y Huancavelica, sino que también se quería obligar a criollos y mestizos a pagar tributos, como ya había ocurrido en Cochabamba en 1730, en la conspiración liderada por Alejo Calatayud.

Resulta sorprendente que siendo Vélez de Córdova criollo de origen, pudiera haber engañado a todos sobre su origen incaico, y sus posibilidades de coronarse como Inca rey. Todos los declarantes en ese proceso así lo indicaban, y también los historiadores que posteriormente se refirieron a esa conspiración daban por sentado el origen o parentesco incaico del conspirador. Cárdenas Medina supone que en realidad debía referirse a Blas Balderrama Túpac Amaru Inca, natural de Oruro, quien verdaderamente descendía del último inca, Felipe Túpac Amaru o Túpac Amaru I, y cumplía el requisito del quinto grado de parentesco aludido; suponiendo que frente a la negativa de éste a una acción subversiva e insurreccional, Vélez de Córdova habría tomado su lugar.

Fue detenido en el Cuzco en el año de 1735, cuando contaba con apenas 24 años de edad, teniendo en su poder una carta del noble inca Juan Bustamante, en la que no aceptaba sus planes y le reprochaba no ser leal al rey. Luego fijará su residencia y base de operaciones en Oruro, probablemente porque tenía menos vigilancia real que otras villas. Los comprometidos mayormente en su conspiración fueron criollos y mestizos. Mantuvo correspondencia secreta con varios gobernadores, y llegó a contar con el apoyo de ciertos caciques, como Eugenio Pachacnica, lo cual daría sustento de masas a su conspiración.

Habiendo sido fijada como fecha de la revuelta el 8 de julio de 1739, planeando pasar a cuchillo a todos los españoles, fue traicionada pocos días antes por el maestro de armas Bernardo Ojeda, cercano a Vélez de Córdova, quien enteró de la conspiración a Juan del Castillo, y probablemente también fue el autor del pasquín anónimo que se hizo llegar al Corregidor de Oruro Martín Ezpeleta y Villanueva cinco días antes del estallido, advirtiéndole de que sería asesinado. Luego de obtener total información de la conspiración tramada por Vélez de Córdova y sus secuaces por boca de Ojeda, el corregidor distribuyó soldados para capturar los principales conjurados.

El Gobernador de Indios Eugenio Pachacnina, declaró que Vélez de Córdova era descendiente de la familia real incaica y por tanto, con derechos a coronarse rey. Miguel de Castro confesó también la veracidad del alzamiento, mientras el propio Vélez de Córdova negaba tenazmente su propio proyecto y conspiración. Puntualmente, a las cuatro de la mañana del 7 de julio de 1739, un día antes del plazo fijado para el estallido de la rebelión, Vélez de Córdova, Pachacnina y Castro fueron conducidos al cadalso. Juan Vélez de Córdova, confesó todo poco antes de ser ejecutado. Luego de las ejecuciones de los reos, y por las palabras vertidas por el caudillo en el cadalso, fueron allanadas sus viviendas, encontrándose el original del manifiesto mencionado. Los otros reos fueron aprehendidos más tarde, y también condenados a muerte y ejecutados.

Dicho Manifiesto de Agravios posee un alto valor político, y fue por mucho tiempo modelo de conspiraciones en el Alto Perú, especialmente de la rebelión de Oruro del año 1781 e incluso la gran Rebelión de Túpac Amaru II.[38] Decía que: Hallándose entre ellos uno de la sangre real de los Incas del Cuzco, en quinto grado de parentesco, con deseos de restaurar esa monarquía, se suplicaba a criollos, caciques y a todos los naturales lo ayudaran a hacerlo. Se prometía a los criollos emplearlos en las conveniencias del reino si se demostraban fieles y a los caciques honrarlos como señores de la tierra, librando a los naturales de tributos y mitas, y permitiendo se apoderaran de lo que tenían recibido como repartimiento de los corregidores. Motivaba intentar tal empresa el que hallándose el Rey de España en guerra con Portugal e Gran Bretaña miraba a Europa, y estando embarazados los navíos en la Armada de Portobelo y sin gente ni armas Lima, sería la ocasión más propicia que podría esperarse.

El carácter principal del documento es conseguir una alianza entre criollos, mestizos e indígenas, llegando a proponer una restauración del imperio de los Incas. . Sin embargo, el documento es contradictorio en sus planteamientos de cambios en el ámbito político, pues dice claramente que no buscan cambiar radicalmente la estructura política virreinal, sino tan sólo abolir la mita, los repartos y los impuestos. Es decir, la conspiración que nunca llegó a llevarse a cabo en el fondo, jugaba dentro de las reglas del coloniaje, conservando la fidelidad al Rey, además qué, no era su intención apartarse de la santa iglesia cristiana, no permitiendo se profanaran los templos de Dios, siendo su única intención restablecer el imperio de sus reyes antiguos, previniendo a sus hermanos que serían todos bien tratados y pagados anticipadamente, quedándose el instigador con la gloria de haberlos librado a todos de tanta tiranía.[33]

Proyecto de Juan Santos Atahualpa

Juan Santos Atahualpa (Cuzco,1710-1756) fue el dirigente quechua de una importante rebelión indígena que estalló en 1742, cuyo propósito era restaurar el Imperio de los incas y expulsar a los españoles. Al frente de las tribus selváticas, logró controlar un extenso territorio de la selva central del Virreinato del Perú, amagando la sierra central. Si bien la rebelión no llegó a extenderse más allá de esos límites, tampoco pudo ser sometida por la autoridad virreinal. Juan Santos desapareció misteriosamente hacia el año 1756, desconociéndose la fecha y las circunstancias de su fallecimiento.

El movimiento libertario estalló en junio de 1742. Juan Santos se hizo proclamar Apu Inca, aduciendo ser descendiente de Atahualpa. Confiaba en el apoyo de los indios de todo el territorio peruano; llegó incluso a afirmar que estaba relacionado con los británicos y que una flota británica apoyaría por mar su rebelión. Su meta era restaurar el Imperio inca y expulsar a los españoles y a sus esclavos negros, para inaugurar un nuevo régimen de prosperidad, aunque aseguró que la religión de todos seguiría siendo la católica. Sin embargo, incitó a los indios a que se rebelaran contra los trabajos que les imponían los misioneros católicos y exigió la ordenación de sacerdotes indígenas. Su plan era ganar primero la selva, luego la sierra y finalmente la costa. Por último, se coronaría Inca en Lima.

Nombró por teniente suyo a un cacique cristiano llamado Mateo de Asia y mantuvo como ayudante cercano a un negro, Antonio Gatica, que era su cuñado.

Pintura de Gabriel Sala, que representa a Juan Santos Atahualpa en Quimiri, encarando a un grupo de misioneros franciscanos.

El conocimiento que poseía de la lengua quechua y de varias lenguas amazónicas le permitió a Juan Santos ser comprendido prontamente por los indígenas de la selva central, que se plegaron a su lucha con gran entusiasmo. La rebelión logró congregar a los pueblos de la selva central: ashaninka, yanesha y hasta shipibo, es decir, las poblaciones que habitaban las cuencas de los ríos Tambo, Perené y Pichis. Toda esa zona era conocida con el nombre del Gran Pajonal y era territorio de las misiones franciscanas.

Juan Santos llegó a contar con más de 2000 hombres, con los cuales logró controlar la selva central, territorio que, por lo demás, no se hallaba eficazmente regulado por el poder virreinal. El virrey marqués de Villagarcía ordenó a los gobernadores de la frontera de Jauja y Tarma, Benito Troncoso y Pedro de Milla Campo que se internaran en la región convulsionada, para cercar al rebelde. Así se hizo y Troncoso llegó hasta Quisopango, en donde encontró alguna resistencia, pero logró ahuyentar a los indios. Juan Santos, que rehuyó al encuentro, se dirigió hacia el pueblo de Huancabamba. Desde Tarma salieron fuerzas coloniales para ir en su búsqueda, pero el caudillo mestizo logró ponerse a salvo. El virrey Manso de Velasco nombró jefe de una tercera expedición a Joseph de Llamas, marqués de Menahermosa. Pero Juan Santos tomó la iniciativa tomando Sonomoro en 1751 y Andamarca el 4 de agosto de 1752. Esto último significaba ya una seria amenaza, porque Andamarca era ya la cordillera y estaba cerca de Tarma, Jauja y Ocopa. La rebelión amenazaba extenderse a la sierra, poblada por una nutrida población indígena, cuyo alzamiento habría dado un giro formidable y decisivo a la misma.

El marqués de Menahermosa maniobró para dar alcance a Juan Santos pero este logró eludirlo. El virrey enfureció con los resultados, pues no se había librado una batalla decisiva y el rebelde seguía controlando una gran zona en la selva. Corrieron rumores de que Juan Santos atacaría Paucartambo, que caería sobre Tarma, que asolaría Jauja, pero nada de esto ocurrió. Misteriosamente, el líder mestizo no volvió a realizar sus osados ataques y la región volvió a gozar de paz.

Desde el año 1756 no se supo pues nada de Juan Santos. El mismo virrey Manso de Velasco, en su memoria fechada en 1761, escribió al respecto: «desde el año 1756… no se ha dejado sentir el indio rebelde y se ignora su situación y aún su existencia». Sobre el final de Juan Santos corrieron las más variadas versiones. Una de ellas afirma que murió en Metraro, víctima de una pedrada disparada con una honda en un festejo público; otras afirman que fue envenenado. Otra posibilidad es que haya muerto de vejez. Se dice incluso que habría contado con una especie de mausoleo en Metraro, a donde descansaban sus restos humanos y eran objeto de veneración.[39] Para Ossio, Juan Santos Atahualpa asumió atributos para destacar su condición de mesías restaurador del orden. Fue el líder en el cual por primera vez se materializaba la idea del retorno del Inca. Frente al desorden reinante por la corrupción y los abusos de los corregidores, proclamó la abolición del dominio español y la recuperación del reino incaico, en su calidad de descendiente legítimo del último Inca, pero además proclamándose enviado de Cristo y poseído por el Espíritu Santo cristiano. Era la primera expresión del mito de Inkarrí llevada a la acción.[40]

En cuanto al supuesto trato de Juan Santos con los británicos, sobre lo cual no hay mayor información documental que lo confirme, se puede, sin embargo, lanzar algunas hipótesis a partir de ciertas circunstancias por entonces acaecidas, tal como lo hace Francisco Loayza, y podría haberse establecido en 1741, en medio de la expedición del vicealmirante Jorge Ansón en el Pacífico en dichas fechas. Luego anduvo de correría en correría, de sur a norte, capturando y hundiendo navíos, asolando y saqueando diferentes pueblos de la costa. Y agrega:[41]

No es improbable que Anson, después de estas correrías, por más de medio año, al no tener noticia de levantamiento alguno en el Virreinato del Perú, decidió alejarse, como lo hizo, rumbo al Asia. Cinco meses después (en mayo de 1742) no habiéndose levantado los pueblos peruanos de la costa y de la sierra, dan los indios de la montaña, con Juan Santos Atahualpa, el grito de rebelión. Si este movimiento de los montañeses hubiera estallado en su debido tiempo, la expedición del Vicealmirante británico Jorge Anson habría resultado eficiente y, quizá, definitiva...

Proyecto de Tupac Amaru y Tupac Katari

José Gabriel Túpac Amaru, se proclamó como "José I Túpac Amaru, Inca Rey del Perú"

El 26 de noviembre de 1780, en Tungasuca, José Gabriel Túpac Amaru, fue proclamado y coronado como Inca-Rey del Perú, adoptando así el nombre dinástico de "Don José I". Usaba una bandera de color carmesí en la puerta de su vivienda, y en levantamientos desde 1780 hasta 1783.[42] Dicha bandera representaba un nuevo gobierno que debía instaurarse el territorio del Virreinato del Perú bajo el reinado de Don José I Túpac Amaru. [43]

Yo, Don José Primero, por la gracia de Dios, Inca Rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y Continentes de los Mares del Sur, Duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazonas con dominio en el Gran Paititi, Comisario Distribuidor de la Piedad Divina, por el Erario sin par.

Por cuanto es acordado por mi Consejo en Junta prolija por repetidas ocasiones, ya secreta y ya pública, que los Reyes de Castilla me han tenido usurpada la corona y dominio de mis gentes cerca de tres siglos, pensionándose los vasallos con insoportables gabelas, tributos, sisas, lanzas, aduanas, alcabalas, estancos, catastros, diezmos y quintos.

Virreyes, audiencias, corregidores y demás ministros, todos iguales en la tiranía, vendiendo la Justicia en almoneda con los escribanos de esa fe a quien más puja, y quien más da, entrando en esto los empleos eclesiásticos y seculares sin temor de Dios, estropeando como a bestias a los naturales de este reyno, quitando las vidas a solo los que no supieren robar; todo digno del más severo reparo.

Por eso, y porque los justos clamores con generalidad han llegado al cielo: En el nombre de Dios Todopoderoso ordenamos y mandamos que a ninguna de las personas dichas se pague; ni se obedezca en cosa alguna a los ministros europeos intrusos y de mala fe; Y solo se deberá todo respeto al Sacerdocio, pagándoles el dinero, diezmos y primicias, como se le da a Dios; Y el tributo, y el quinto a su Rey y Señor Natural, y esto con las moderación que se hará saber con las demás leyes que se han de observar y guardar; Y para el más pronto remedio de todo lo suso expresado, mandamose reitere y publique la jura hecha de mi Real Coronación en todas las ciudades, villas, lugares de mis dominios, dándonos parte con toda brevedad de los vasallos prontos y fieles para el premio igual; y de los que se rebelaren para la pena que les competa, remitiéndonos la jura hecha con la razón de cuanto conduzca.
Hecho en Tungasuca, noviembre de 1780. Don José Primero Thopa Amaro Inca, Cabeza de estos Reynos
Bandera carmesí de Tupac Amaru II como José I

Su edicto de coronación fue redactado por su secretario, Francisco Cisneros, y posteriormente republicado numerosas veces en pasquines y boletines a lo largo y ancho de los Virreinatos del Perú, Río de la Plata y Nueva Granada. Copias de estos edictos se encuentran actualmente en el Archivo General de la Nación en Caracas (Venezuela), Archivo General de la Nación en Lima, A.G. del Cuzco y en la Biblioteca Nacional del Perú.

Sin embargo, la sublevación de Túpac Amaru no logró ser "el último eslabón” de un Movimiento Nacional Inca. El cacique, por el contrario, se encontró más bien ante una férrea resistencia por parte de los curacas del virreinato, tales como los fieles Tito Atauchi y Diego Choquehuanca, siendo este último además reconocido por la propia Audiencia de Charcas como hombre de confianza.[44] Al final recibió la declaración de guerra del Consejo de los 24 electores incas del Cuzco que se mantuvieron leales al imperio español.

Tupac Katari, "Inca Rey de los Aymaras", y su esposa Bartolina Sisa.

En 1781, Julián Apaza formó un ejército de cuarenta mil hombres e inició su levantamiento bajo el nombre de "Túpac Katari", en homenaje al cacique-Inca rebelde Túpac Amaru II (1738-1781) que se levantó en Cuzco y Tomás Katari (1740-1781), cacique de Chayanta. Proclamándose Virrey al servicio del monarca Don José I Túpac Amaru Inca. Inició el cercó a la ciudad de La Paz, en dos ocasiones en 1781, pero las tropas enviadas para sofocar la rebelión consiguieron romper el primer cerco. Tras la muerte de su monarca, Túpac Katari se proclama “Inca-Rey de los Aymaras”, adoptando así el nombre dinástico de "Carlos III Túpac Katari".[45]

“Yo, Dn. Julián Túpac Katari, Soberano Inca Rey, mando que se pase por armas a todos los chapetones , criollos , mujeres y sus niños , sin excepción de sexos ni..” “Por la presente tengo noticia que el señor comandante quiere dar muerte a mi amada esposa Da. Bartolina Sisa; pues lo que pretendo y esta batalla por mi dicha esposa a quien podrán V.V. sacármela y ser perdonados, así chapetones con criollos, como aconteció ayer 16 del presente mes, y año con el capital de artillería don Bernardo Callo, quien está perdonado por mí, D. Julián Apaza, y por sobre nombre tengo, por Dn. Carlos III Túpac Katari, Inca, deseendiente y trono principal de los reales ejércitos que gobernaron éstos reinos del Perú. Y así suplico a S.S. se sirvan permitirme a mi amada esposa y así cesará la batalla y cada uno se irá a su lugar; en caso de no hacerlo así se quemará la ciudad de Nuestra Sra. de La Paz”.
“Por la presente tengo noticia que el señor comandante quiere dar muerte a mi amada esposa Da. Bartolina Sisa; pues lo que pretendo y esta batalla por mi dicha esposa a quien podrán V.V. sacármela y ser perdonados, así chapetones con criollos, como aconteció ayer 16 del presente mes, y año con el capital de artillería don Bernardo Callo, quien está perdonado por mí, D. Julián Apaza, y por sobre nombre tengo, por Dn. Carlos III Túpac Katari, Inca, deseendiente y trono principal de los reales ejércitos que gobernaron éstos reinos del Perú. Y así suplico a S.S. se sirvan permitirme a mi amada esposa y así cesará la batalla y cada uno se irá a su lugar; en caso de no hacerlo así se quemará la ciudad de Nuestra Sra. de La Paz”.
Tupac Katari, 1871

Proyecto de José Abalos

José Abalos presenta el 24 de septiembre de 1781 una representación que es el esbozo de un plan de independencia. Señala que «La verdadera riqueza de un estado son los hombres» y creía que había que dejar que se formasen naciones propias en Hispanoamérica que «a la verdad no está hoy poblada» mientras que España se había convertido en mero tributario de riquezas para pagar "fábricas e industria" de los países vecinos de Europa.[46]

...el único remedio es desprenderse de las provincias comprendidas en los distritos a que se extienden las audiencias de Lima, Quito, Chile y La Plata, como así mismos de las Islas Filipinas y sus adyacencias, exigiendo y creando de sus extendidos países tres o cuatro diferentes monarquías a que se destinen sus respectivos príncipes de la augusta casa de V. M. y que esto se ejecute con la brevedad que exige el riesgo que corre y el conocimiento del actual sistema.[47]

Se trataba de formar cuatro estados, vinculados a la Monarquía, pero independientes:

Este es señor el preciso medio para estorbar a los enemigos forasteros cualquier irrupción a que los incline su avaricia. Este es también el de evitar a los domésticos todo resentimiento de un gobierno venal y corrompido que los precipite a una infiel y violenta resolución o de que el mismo desafecto que tienen a la Metrópoli, apoyado de ajenos auxilios, les facilite, como sin duda se verificará, la independencia que ya ven cerca de su perfección en los colonos del norte de este mismo continente.[47]

Según Abalos la independencia era inevitable, y tan solo proponía que se realizara pacíficamente, dentro del sistema. Su proposición llegó al Rey de la mano de José de Gálvez, secretario de Indias. Debió conocerla el Conde de Aranda, político y militar con otro proyecto «reservado» de independencia que presentó al rey «después de haber hecho el tratado de Paz ajustado en París el año de 1783».

Proyecto del Conde de Aranda

Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda.

En 1783, el conde Pedro Pablo Abarca de Bolea propuso al rey español Carlos III de Borbón crear cuatro reinos hispanos autónomos pero unidos bajo el gobierno de un Emperador. El monarca del Reino de España asumiría el título imperial y los monarcas de los tres Reinos de Las Indias (Perú, México y Tierra Firme) el título de Rey.

Tal propuesta nació tras la Independencia de las Trece Colonias, dado que el Conde de Aranda había predicho que aquel naciente Estado se volvería en pocos siglos muy poderosa en las Indias Occidentales (América) y en el mundo, y que su afán imperial no tendría límites, la mejor forma de contrarrestar tal acontecimiento era darle una independencia a los Reinos de Indias y liberalizar la Monarquía Hispánica.

Bajo esta premisa la propuesta de Aranda era:[48]

Que V. M., se desprenda de todas las posesiones del continente de América, quedándose únicamente con las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la meridional, con el fin de que aquellas sirvan de escala o depósito para el comercio español. Para verificarse este vasto pensamiento de un modo conveniente a la España se deben colocar tres infantes en América: el uno rey de México, el otro del Perú y el otro de lo restante de Tierra Firme, tomado V. M. el título de Emperador.

Bajo unas condiciones «en que los tres soberanos y sus sucesores reconocerán a VM y a los príncipes que en adelante ocupen el trono español por suprema cabeza de familia», además de «una contribución» de cada reino, que «sus hijos casen siempre» «para que de este modo subsista siempre una reunión indisoluble de las cuatro coronas», «que las cuatro naciones se consideren una en cuanto a comercio reciproco, subsistiendo perpetuamente entre ellas la más estrecha alianza ofensiva y defensiva».

...establecidos y unidos estrechamente estos tres reinos, bajo las bases que he indicado, no habrá fuerzas en Europa que puedan contrarrestar su poder en aquellas regiones, ni tampoco el de España.. que además, se hallaran en disposición de contener el engrandecimiento de las colonias americanas, o de cualquier nueva potencia que quiera erigirse en aquella parte del mundo.. que con las islas que he dicho no necesitamos de más posesiones.

Proyecto de Carlos IV y Manuel Godoy

Carlos IV de España, consideró crear 5 reinos hispanoamericanos, incluyendo uno del Perú.

En dos ocasiones durante el reinado de Carlos IV de España se proyectó formar reinos independientes en América, primero en 1804 y luego en 1806. El supremo ministro Manuel Godoy en 1804 lo refiere en sus memorias:[49]

Mi pensamiento fue que en lugar de virreyes fuesen infantes a la América, que tomasen el título de príncipes regentes, que se hiciesen amar allí, que llenasen con su presencia la ambición y orgullo de aquellos naturales, que les acompañasen un buen consejo con ministros responsables, que gobernase allí con ellos un Senado, mitad americanos y mitad españoles, que se mejorasen y acomodasen a los tiempos las leyes de las Indias, y que los negocios del país se terminasen y fuesen fenecidos en tribunales propios de cada cual de estas regencias. Pero su proyecto no pudo llevarse adelante por un nuevo conflicto con Gran Bretaña: «Vino el tiempo que yo temía; la Inglaterra rompió la paz traidoramente con nosotros y en tales circunstancias no osó el rey exponer a sus hijos y parientes a ser cogidos en los mares».[50]

Nuevamente en 1806 el Rey se reúne con su consejo para examinar otro nuevo proyecto escogiendo entre la familia real más próxima haciendo «virreyes perpetuos y hereditaria en su línea directa, en caso de faltar ésta, reversiva a la corona». Carlos IV pretendía convertir a Chile en un quinto estado independiente además de los virreinatos de Nueva España, Nueva Granada, Perú y La Plata.[51]

Proyecto de Aguilar Narvarte

Fue una conspiración de criollos y mestizos de provincia, quienes tenían por objetivo iniciar un alzamiento en los Andes contra el gobierno virreinal que concluiría con la instauración de una Monarquía Incaica. El candidato al trono era el capitán Manuel Valverde Ampuero, un aristócrata emparentado con el Marqués de San Juan de Buenavista y el Conde de las Lagunas.

Esta conspiración estuvo protagonizada por el minero huanuqueño José Gabriel Aguilar Narvarte y el abogado arequipeño Manuel Ubalde Zeballos, también participaron Diego Cusihuamán (quien fue elegido alférez real de naturales para el año de 1789), fray Diego Barranco, el teniente Mariano Lechuga y Marcos Dongo.

Pero poco antes del estallido del levantamiento fueron delatados por el teniente Mariano Lechuga. Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde fueron capturados, procesados y condenados a muerte. Murieron ahorcados en la Plaza Mayor del Cuzco el 5 de diciembre de 1805.[52] Además, Diego Cusihuamán fue condenado a la inhabilitación del cargo de cacique y al destierro. Se presentó en la Real Cárcel de Corte de Lima en mayo de 1806, y tal vez permaneció en dicha ciudad los siguientes diez años.[53]

Proyecto de José I Bonaparte

Napoleón, con anterioridad a 1808, había considerado que el secesionismo de los territorios de la América española podía ser algo conveniente para su proyecto político. Un comercio libre con aquellas tierras hubiera beneficiado al sistema económico continental europeo. Sólo existía una grave dificultad: el dominio naval británico y la consecuente posibilidad de que los territorios españoles en América cayeran bajo control británico. Por ello, como se ha dicho, entre abril y junio de 1808, el emperador asumió el proyecto de la integridad territorial de España y sus Indias, consagrado más tarde por la Constitución de Bayona. Se trataba de que los americanos aceptaran a José como monarca, para lo cual fueron embarcados con destino a las Indias muchos agentes, llevando consigo todo tipo de proclamas e instrucciones, en espera de que, una vez reconocida la nueva monarquía bonapartista en América, se pudiesen enviar fuerzas militares más numerosas para su defensa frente a las armadas británicas. En este sentido se expresó Napoleón, el 25 de mayo de 1808, en su conocida “proclama a los españoles”, con la que también convalidó la convocatoria realizada por Murat, al anunciar públicamente que nombraría un nuevo rey para España, que gobernaría bajo el imperio legal de una Constitución:

"Españoles se ha hecho convocar una asamblea general de diputaciones de provincias y ciudades. Quiero asegurarme por mi mismo de vuestros deseos y necesidades. Depositaré entonces mis derechos y colocaré vuestra gloriosa Corona sobre la cabeza de otro yo, garantizandoos una Constitución que concilie la santa autoridad del Soberano con las libertades y privilegios del pueblo"
José Bonaparte como Rey de España, por François Gérard

Entretanto, una vez redactada la convocatoria de la asamblea, la Junta de Gobierno de Madrid reconoció lo conveniente de que las Indias tuvieran representación en la misma, por lo que en la Gaceta de Madrid del 24 de mayo fueron designados para acudir a Bayona: el marqués de San Felipe y Santiago, por la Habana; el canónigo de la catedral de México José Joaquín del Moral, por Nueva España; Tadeo Bravo y Rivera, por Perú; León Altolaguirre, por Buenos Aires; Francisco Antonio Zea,[54] por Guatemala; e Ignacio Sánchez Tejada, por Santa Fe.[55] Diversas circunstancias hicieron que el representante de Buenos Aires fuese sustituido por José Ramón Milá de la Roca[56] y Nicolás Herrera;[57] se añadió como representante de Caracas al abogado José Hipólito Grand-Pré, que no pudo incorporarse hasta el 23 de junio; el de Perú fue sustituido por Agustín Leocadio de Landáburu –militar en el ejército del marqués de La Romana, de servicio en aquel momento en Dinamarca–, que llegó concluidas las reuniones de Bayona. Tampoco acudió el de Perú, ni el de La Habana, a quien más tarde se le verá entre las filas de los diputados gaditanos. Realmente no eran representantes elegidos que encarnaran mandato alguno, sino simples ciudadanos “naturales” de aquellos territorios y residentes en la Península, ya que ni había tiempo para esperar a su elección, ni existían procedimientos contrastados para elegirlos, ni deseo de esperar a que se pudiera hacer. Además, un modelo parecido se siguió más tarde en Cádiz cuando las diputaciones de territorios ocupados o de los mismos dominios americanos, al menos en tanto llegaban los elegidos legítimamente.

Los colaboracionistas o afrancesados que participaron en la elaboración de la Constitución o Estatuto de Bayona, en buena parte habían sido reformistas ilustrados con Carlos III, no pensaban ni mucho menos que la monarquía absoluta de derecho divino fuera un modelo a seguir, pero encontraban que la “Revolución” había sido demasiado anárquica y peligrosa. Temían las revueltas populares, como la del 19 de marzo, o la más cruenta del levantamiento del 2 de mayo. Por ello, siempre justificaron su aceptación de la nueva dinastía Bonaparte con los argumentos de que así evitaban una desastrosa guerra con el Imperio Francés, la consiguiente amputación de las provincias al norte del río Ebro, y la inevitable pérdida de las Indias. No se menciona expresamente que dentro de la idea de “reino” también quedaban incluidas las Indias, pero así era, pues la unidad de España en aquel momento no sólo afectaba a los territorios peninsulares, sino también a los americanos. Por ello, con objeto de retenerlos y para que no cayeran en manos británicas, Napoleón ordenaba con reiteración a Murat que enviase a las Indias comisionados, barcos y armas, y que todas las corporaciones comerciales de la Península escribieran a sus delegados y representantes en América, para exponer las numerosas ventajas de que aceptasen a la nueva dinastía. Se enviaron seis agentes con instrucciones perfectamente explícitas. Estos españoles fueron: Luis Azcárraga, vizcaíno, comisionado para Lima y la costa hasta Guayaquil; Cristóbal de Espinosa, cordobés, para Quito; Juan Vizcarolasa, vizcaíno, para Panamá, Portobelo y la Costa; Remigio Aparicio, vitoriano, para Chile; Roque Frías, madrileño, para las provincias del Río de la Plata; Benigno Alfaro, pamplonés, para Buenos Aires y Montevideo. Se cree que estás instrucciones decían en el art. 1.º: “Tratarán los emisarios de persuadir a los criollos que S.M.I. y R. no desea otra cosa que dar libertad a un pueblo esclavo; sin más recompensa por tan alto beneficio, que la amistad de los naturales y el comercio de sus puertos.” Para lograr este objetivo los agentes podían prometer tropas y todo tipo de auxilios, para ello debían ganarse la estimación de las autoridades civiles y eclesiásticas, “fomentar el odio entre europeos y americanos”, sin criticar al Santo Oficio y siempre en beneficio del estado eclesiástico. También debía propagar la idea de que el rey no existía ya y que Napoleón era el “restaurador de la libertad” y el “legislador universal; y, sobre todo, se reitera que no deben enviarse caudales a España. En este contexto adquieren verosimilitud ciertas operaciones secretas, consistentes en enviar a América agentes españoles al servicio de Francia, con objeto de favorecer la revolución independentista en caso no se sometieran a los Bonaparte y evitar que entren en el área de influencia británica.

"El emperador no se opondrá nunca a la independencia de las naciones continentales de la América. Esa independencia está en el orden necesario de los acontecimientos, está es la justicia, está en el interés bien entendido de las potencias… Nada de lo que pueda contribuir a la felicidad de América se opone a la prosperidad de Francia, que siempre será bastante rica cuando se vea tratada con igualdad por todas las naciones y en todos los mercados. Sea que los pueblos de México y del Perú quieran permanecer unidos a la metrópoli, sea que quieran elevarse a la altura de una noble independencia, Francia no se opondrá a ello siempre que esos pueblos no formen ningún vínculo con Gran Bretaña. Francia no necesita para su prosperidad y su comercio vejar a sus vecinos ni imponerles leyes tiránicas."

En primer término, Milá de la Roca y Herrera repitieron su solicitud de que despareciera el término “colonias” y que dicho título quedara encabezado por un nuevo artículo cuyo texto debía ser el siguiente: “Queda abolido el nombre de Colonias. Las posesiones de España en América y Asia se titularán provincias de España en América”. No se aceptó la incorporación de este artículo nuevo, pero sí se cambió dicho término por el de “reinos y provincias”. Salvando esta cuestión, cuyo alcance iba mucho más lejos de la semántica del término “colonia”, el artículo 82 del proyecto que finalmente se entregó a los miembros de la asamblea,[58] les satisfizo plenamente, pues garantizaba la igualdad de derechos con la metrópoli. Además, José del Moral pidió que la Constitución recogiese expresamente, como concreción del principio de igualdad declarado por el artículo 80, lo siguiente: 1º.- Libertad de sembrar y plantar la tierra sin limitación ninguna. 2º.- Libre comercio entre los distintos puertos americanos y asiáticos y con la metrópoli. 3º.- Prohibición de privilegios de extracción o introducción. 4º.- Libertad para construir y armar barcos mercantes. 5º.- Prohibición de infamia para ninguna clase, y atención a la conducta y al mérito de todos los hombres. 6º.- Abolición de cualquier tributo a las clases de indios y castas. 7º.- Prohibición de cualquier clase de servicio personal. 8º.- Que los indígenas viviesen en igualdad de derechos y que no estuvieran obligados a vivir en lugares separados. 9º.- Que la nobleza calificada de los americanos no necesitara probar su origen de la españolas para ser considerada como tal en Europa. 10º.- Que a ningún americano se le impidiera procurar su honesta subsistencia en el ejercicio de su industria. Francisco Amorós, representante del Consejo de Indias, propuso que hubiera dos diputados más en las Cortes para dar representación a Yucatán y Cuzco, y José del Moral, que los diputados fueran naturales de aquellas tierras. Igualmente propuso que se reconociera representación por clases a grandes ciudades como Méjico y Lima. José Odoardo Grandpre, por su parte, hizo notar la conveniencia de separar a los gobernadores y virreyes de la función judicial y municipal. Los asambleístas Herrera y Milá de la Roca pidieron el establecimiento en Amé rica de Juntas subdelegadas del Senado, para garantizar el ejercicio de las libertades individuales y particularmente la de imprenta, así como la necesidad de que, por razones de distancia, se establecieran tribunales que decidiesen las cuestiones de competencia. Por las mismas razones Ettenhard y Angulo solicitaban la creación de tribunales de reposición en México y Lima. Finalmente Arribas y Gómez Hermosilla creyeron conveniente que siguiera funcionando sin alteración el Consejo de Indias, hasta el definitivo establecimiento de estas reformas. Según la Constitución de Bayona, jurada por los 91 asistentes con que terminó compuesta la asamblea de españoles, la nueva configuración política de las Indias quedaba delineada de la siguiente forma. El título X se dedicaba enteramente a los “Reinos y provincias españolas de América y Asia”. Territorios a los que el art. 87 les consagra los mismos derechos que a los peninsulares. Por ello tendrían plena libertad de cultivo, industria y comercio, con prohibición expresa de concesiones de privilegios de exportación e importación (arts. 88, 89 y 90). Aspiraciones cuya insatisfacción hasta aquel momento justificaban el descontento criollo. Por otra parte, los territorios americanos no sólo iban a disfrutar de una amplia representación en las Cortes,[59] sino que, además, “cada reino o provincia tendrá constantemente cerca del Gobierno, diputados encargados de promover sus intereses y de ser sus representantes en las Cortes” (art. 91). Estos diputados debían ser “naturales” y propietarios, y serían elegidos por sufragio indirecto de los ayuntamientos (art. 93). Su mandato, de más duración que el de los peninsulares, sería de ocho años, e incluso podía alargarse hasta que fueran relevados (art. 94).

Al establecerse las armas de la Corona de José I –o el escudo de armas de España–, se incorporó al mismo la simbología de las Indias, representadas “según la antigua costumbre” por dos globos terráqueos sobre el océano, entre las Columnas de Hércules. Ello en una atípica distribución del escudo en seis cuarteles –Castilla, León, Aragón, Navarra, Granada y las Indias–, y con el águila de la familia imperial sobre un escudete central.

En marzo de 1809, Napoleón aún intentó atraerse a los hispanoamericanos para el proyecto unitario que encabezaba José: “Apresurad los armamentos en Bayona [ordena a Dècres] a fin de que este verano pueda enviar faluchos y bricks a mis colonias. Haced que se hagan paquetes de gacetas conteniendo las nuevas de los acontecimientos de España y las proclamas del rey. Escribid además al señor La Forest, que está en Madrid, para que pida a los ministros del rey los paquetes que hubiesen hecho pasar a las colonias. Muchas de las cartas que llegan a España dicen que estas colonias están indecisas y que las gentes de buen sentido prevén el cariz que tomarán los asuntos de España”. Desde la corte de José también se apoyaba esta política, como lo demuestra el siguiente correo interceptado por la Junta de Cádiz: “Sevilla 22 de julio de 1809; Al Coronel de Caballería ligera Dn. Francisco Cabello; Excmo. Sr.: Dentro de dos o tres días saldrán de aquí el Coronel dn. Francisco Cabello, dn. Manuel Rodríguez Alemán [llegó a Cuba donde fue ahorcado el 30 de julio de 1810] y dn. Santiago Antonino con orden de presentarse a V.E. a su llegada a la Coruña. Cabello debe dirigirse al Perú, Alemán a N. España y Antonino a Buenos-aires, según las respectivas instrucciones que igualmente presentaron a V.E. El Coronel Cabello lleva seis paquetes que contienen [pr Pral.] la correspondencia de oficio para México, el Perú, Nuevo Reyno de Granada, Buenos Aires, Filipinas, Cuba y Puerto Rico, y cien ejemplares sueltos de la Constitución con treinta y seis juegos de Gazetas que entregará a V.E. En el paquete para México van abiertos los Pliegos rotulados al Virrey, Audiencia, Arr y Cabildo Secular, para que V.E. pueda enterarse de las [órdenes] y avisos que contienen en el concepto de que iguales se comunican a todos y dispone se cierren y sellen después. A cada uno de dichos tres comisionados se servirá V.E. mandar entregar el paquete que corresponde a su destino y debiendo ir por separado al del Nuevo Reino de Granada y Caracas de que hablaré después V.E. dispondrá lo conveniente para dar dirección al paquete de Filipinas que podrá encaminarse para México y al de Cuba y Puerto Rico que tal vez pudiera llevar alguno de los tres comisionados haciendo escala en una de dichas islas: bienes que en este punto V.E. con mayores conocimientos hará lo que mejor le parezca. No habiendo hallado aquí por ahora sugeto de mi confianza para el Nuevo Reino de Granada o Costa de Caracas, espero se sirva V.E. solicitarlo ahí en donde no faltará alguno que sea natural de aquellas Provincias o haya estado en ella (...)"

Además, en el nuevo Consejo de Estado, creado a semejanza del francés, con seis secciones, una por cada ministerio, debían entrar como adjuntos seis diputados a Cortes americanos en la sección de Indias, con voz consultiva “en todos los negocios tocantes a los reinos y provincias españolas de América y Asia”. En lo que se refiere al gobierno central, el art. 27 de la Constitución creaba nueve ministerios: Estado, Justicia, Negocios Eclesiásticos, Negocios Extranjeros, Interior, Hacienda, Guerra, Marina, Indias y Policía General. En todo caso, el Ministerio de Indias mantuvo a lo largo de todo el reinado de José una existencia testimonial, así como la ficción de su funcionamiento Según la Constitución de Bayona, otro instrumento de la política americana iba a ser la sección de Indias del Consejo de Estado, pero ésta tampoco llegó a constituirse. El Consejo de Estado, ante la imposibilidad de las Cortes y el Senado, era la baza constitucional más importante que podía jugar el gobierno de José. De ahí el empeño por establecerlo nada más regresar a Madrid, lo que hizo por decreto de 24 de febrero de 1809.

Por otra parte, la rebelión española se había generalizado y la derrota francesa en Bailén, el 19 de julio de 1808, con la posterior ocupación de Madrid, impidieron que el gobierno de José Bonaparte volviera a ocuparse de las Indias hasta marzo de 1809, y ello gracias a los éxitos de la campaña francesa de finales de 1808 y comienzos de 1809, en la que Napoleón pudo comprobar que el sometimiento de España no se iba a lograr fácilmente. Entre otras razones porque las Indias alimentaban con su dinero la rebelión, mediante los donativos enviados, primero a Sevilla y luego a Cádiz, sin que el Gobierno de José pudiera hacer nada por evitarlo. Por ello, la posibilidad de mantener las Indias integradas en la España bonapartista era en aquellos momentos poco más que una quimera. En semejantes condiciones Napoleón decidió cambiar rápidamente su política con respecto a la América española, aprovechando que los británicos no podían apropiarse de estos territorios por su alianza con los patriotas “gaditanos”. Napoleón pasó así, durante 1809, del decidido apoyo al mantenimiento de la unidad de España con sus Indias, a su anterior proyecto de favorecer su independencia y de apropiarse de los territorios peninsulares al norte del Ebro en favor de Francia.

…, en consecuencia, abandonaba su anterior política americana y se decidía a propiciar la independencia de aquellos reinos… Si no podían ser parte de la España napoleónica, había que preservarlos de caer en manos británicas y para ello nada mejor que fomentar su espíritu independentista, condicionando el auxilio de Francia a la desvinculación de los nuevos Estados americanos del enemigo inglés

A partir de 1809 Napoleón había comenzado a perder la fe en el sistema imperial familiar, pues las obligaciones que contraían Luis en Holanda, Jerónimo en Westfalia, Eugenio en Italia, Murat en Nápoles, o José en España, muchas veces contravenían los intereses de Francia y la política del emperador. Ya en julio de 1809 había decidido que la Holanda de su hermano Luis y algunas ciudades hanseáticas pasaran a su dominio directo, anexandolas al Imperio Francés. Este fracaso del imperio familiar también hizo que Napoleón volviera a la primitiva idea del desmembramiento de España. En este sentido se dictan las instrucciones que el duque de Bassano envía a Juan María Ledrezenech, en las que se le ordena que fomente la independencia de las colonias españolas limítrofes con los Estados Unidos, e incluso la de algunas tan alejadas como Perú, Chile y Paraguay, encargándole, si fuera preciso, que provocara incidentes fronterizos que obligasen a los Estados Unidos a declarar la guerra a la España de Cádiz. Finalmente, el decreto de 18 de agosto de 1809 extinguía el Consejo de Indias, junto con los restantes Consejos aún supervivientes de la época anterior. Así, la administración indiana josefista proyectada en Bayona quedó reducida prácticamente a la “nada”, lo que no dejó de ser un lógico ejercicio de realismo político y administrativo, el fracaso fue absoluto, pues la América española nunca aceptó a José como rey, ni al Estatuto de Bayona como norma fundamental.[60]

Proyecto de coronar al Virrey Abascal

Para el gobierno de Lima, las insurrecciones liberales representaban no únicamente la amenaza de la disolución total de la antigua Monarquía Católica, sino también la oportunidad para re-crear el virreinato de antes a las reformas borbónicas. De esta manera, Abascal, virrey del Perú, se alineaba tácticamente con esas secciones de las élites peruanas que se quejaban de los daños a sus intereses materiales causados por los cambios administrativos borbónicos. Esta política, hay que subrayar, no se originó en el gobierno metropolitano y no fue impuesta al virrey del Perú por el Consejo de Regencia. Efectivamente, declarada su lealtad a Fernando VII y reconocida la Regencia, Perú se encontraba en 1810 prácticamente autónomo, mientras que quedaba todavía dentro de la Monarquía hispana y bajo la dinastía Borbón. La decisión de formar el Ejército Real del Perú para reprimir las juntas americanas no era la del gobierno metropolitano, sino del gobierno de Lima bajo el mando de Abascal. Cuando no había Rey en España, Abascal lo era de América del Sur. Contando el virrey Abascal con el apoyo de la élite limeña, desde el Perú se sofocó todo intento de sedición para ratificar la influencia de Lima sobre Quito y Charcas. Para controlar Charcas, hizo uso desde 1810 del Ejército del Alto Perú, bajo el mando del fidelista peruano el brigadier Manuel de Goyeneche. Abascal era fiel a la monarquía absolutista, pero muy a su pesar había tenido que reconocer la autoridad del Consejo de Regencia y las Cortes en España, debiendo entender el peligro que se cernía sobre el imperio si se provocaba más inestabilidad en esta parte del orbe español. Debiendo aceptar el cambio de la Monarquía absoluta en un sistema constitucional, por no debilitar más a la metrópoli. El visesoberano Abascal, enfatiza Chassin: refiriéndose a la elite limeña: “En enero de 1809, Abascal se enorgullece de encontrarse frente a vasallos modelos de lealtad y de patriotismo al servicio de la monarquía”.[61]Ello se puede comprobar con testimonios de la época, como el punto de vista del Arzobispo de Lima, Bartolomé de las Heras, en carta fechada el 9 de noviembre de 1809, dirigida a su Majestad dice:[62]

"¿Cuánta parte no deberá tener vuestro Virrey (Abascal) en ella, que la ha conducido con tanta vigilancia y acierto? Dotado este buen vasallo de Vuestra Majestad de pericia militar para prevenir los acontecimientos de la guerra, de prudencia para templar las riendas del gobierno, de popularidad para hacerse obedecer con agrado, de energía y entereza para conciliarse el respeto de los pueblos, ha logrado llenar de gloria al reino del Perú en medio de la adversidad, manteniendo la quietud y unión en su vasto territorio y llevando fuera de él los auxilios a las provincias fieles y el terror de las armas de Vuestra Majestad a las que se han dejado seducir de la negra ambición y de la espantosa anarquía."
Virrey José Fernando de Abascal, quien fue considerado para coronar como Rey del Perú, sin embargo mantuvo su lealtad a España. También es la autoridad real al que obedecieron los iquichanos en medio de la Revolución del Cuzco.

Las dificultades para el Virrey comenzaron con la crisis imperial de 1808 – 1810 cuando llegaron a Lima las noticias de la abdicación de Carlos IV por Napoleón, después de los sucesos de Bayona y de la entrada de las tropas francesas en la Península. Existían en aquel momento tres pretendientes a la soberanía sobre los territorios americanos. Por una parte se hallaba el Rey José I, que ocupaba entonces el trono español; frente a él, las Juntas organizadas en las provincias españolas (incluida las americanas en un primer momento), que sostenían como único y legítimo Rey de España a Fernando VII, y aparte de éstos, pero con bastante interés en sacar provecho de la situación, la Infanta Carlota Joaquina y la Corte del Brasil. Los tres pretendientes enviaban emisarios a Lima con el objeto de obtener la adhesión del Virrey del Perú. Los dos primeros pedían un reconocimiento total de sus derechos con el consiguiente sometimiento, y la tercera solicitaba. La regencia de las colonias americanas hasta la vuelta de Fernando a España. En semejantes circunstancias, la decisión sobre tal problema era de la más extremada gravedad. Don José Antonio de Lavalle en su estudio sobre Abascal cuenta que éste, cuyo prestigio era enorme, con un pueblo contribuyendo con él a falta de deseo revolucionario, fue acometido por varias tentaciones: Carlos IV le ordenó secretamente que no obedeciera a su hijo; la infanta Carlota le dio plenos poderes; José Bonaparte le dispensó honores.[63] Sin embargo, Abascal era hombre de profundas convicciones monárquicas y de arraigado amor a su Soberano. No cabe pensar, por tanto, que en algún momento se hallase dispuesto a reconocer a José como Rey de España. Antes al contrario, recibidas las noticias de los sucesos de la Península del 2 de mayo de 1808 sobre como el pueblo español se subleva en Madrid contra Napoleón, y pasó a formarse las Juntas de gobierno en base a los Cabildos, donde la autoridad vuelve al pueblo, pactum translationis (teoría política de la Escolástica española que consiste en que la autoridad de los reyes otorgado por Dios emana en su origen del pueblo, y que revierte a él cuando el trono queda vacante), para gobernar a nombre de Fernando VII, que será conocido como “el Deseado”, que estaba preso en Bayona, y se desconoce a José Bonaparte que había sido impuesto por su hermano Napoleón Bonaparte, por lo que Abascal determinó, de acuerdo con el Cabildo, adelantar la fecha de la proclamación de Fernando VII, que ya se preparaba antes, y se había fijado para el día 1 de diciembre de 1808, sustituida entonces por el 13 de octubre, en que efectivamente se llevó a cabo. Los territorios de ultramar no eran ajenos a estos hechos formándose en América Juntas de Gobierno. Las juntas en Hispanoamérica se constituyeron so pretexto de defender los derechos de Fernando.

Aun así, en Lima se le quería coronar como Rey del Perú,[64] pues la élite limeña sentía protegidos sus intereses de clase por el virrey Abascal, que según el historiador Basadre, citando a José Antonio de Lavalle en su estudio sobre Abascal, cuenta en Lima se le quería coronar, pues era popular la fórmula de "La Independencia con Abascal como soberano".[65] Esta última sugestión fue la más poderosa, J. A. de Lavalle, afirma que el Virrey tuvo un momento de duda al recibir las noticias de España, según dice el historiador limeño, por la mente de Abascal pasó por un instante la idea de proclamarse Rey del Perú e independizarse de España, el día 13 de octubre de 1808 (señalado para proclamar a Fernando VII), fue el decisivo: hasta el último instante el anciano virrey fue instado por sus amigos, vacilando por un instante su lealtad para triunfar, luego, efectuándose la proclamación del monarca español.[1] Dávalos y Lissón también otorga importancia a la tesis de la coronación y confiere realidad al anhelo de Lima por la independencia bajo el reinado de Abascal. El boliviano Gabriel René Moreno, citando expresamente a Lavalle, estima que los limeños "quisieron coronar rey a Abascal a quien por otra parte admiraban como a un genio". El marqués de Rozalejo, biógrafo del hijo del virrey Pezuela, afirma asimismo que "Abascal patrióticamente rechaza la corona brindada en agitados momentos". Modernamente, el prologuista de la Memoria de Abascal, el Prof . Vicente Rodríguez Casado, vuelve a traer la citada tradición de Lavalle, llegando a calificar de "dudosa" la actitud de Abascal, Luis Alayza y Paz Soldán repite la versión. Sin embargo, tal afirmación de la coronación de Abascal por algunos autores no pasa de ser una leyenda sin el menor fundamento histórico,[66] romántica tradición que acaso exagera la verdad, pero que se inspira en fundamentos verdaderos (según Basadre) en base a los cuales quizás estén constituidos por las insinuaciones de algunos amigos de Abascal como Martínez de Terón. Ciertamente, de haber existido este proyecto, seguramente hubiera tenido éxito. Abascal se había hecho querer no sólo de los limeños, sino también de todos los peruanos. Y es lógico pensar que a su reino americano se hubiesen unido todos los territorios que se sublevaron dos años más tarde. Pero tal proyecto no existió oficialmente, como lo demuestra la posterior conducta de Abascal, pues como se verá, el Virrey no sólo no favoreció la Independencia, sino que la retrasó notablemente, y de haber podido llevar a cabo tales planes, la emancipación americana hubiera sufrido un golpe mortal. Se puede inducir su fidelismo de Abascal, no solo por sus ideales monárquicos altamente reaccionarios y de carácter fielmente legitimista, si no también ante la falta de deseos independentistas en el Perú. En Lima, por ejemplo, no fue muy ardoroso el entusiasmo emancipador lo revelan varios documentos de la época publicados por uno de sus corresponsales capitolinos de José de San Martín, oculto bajo el seudónimo de "Aristipo Emero" y correspondiente más o menos al año de 1820:[36]

"Los de la clase alta, aunque deseen la Independencia, no darán sin embargo ni un peso para lograrla o secundarla; pues como tienen a sus padres empleados o son mayorazgos o hacendados, etc., no se afanan mucho por mudar de existencia política, respecto a que viven con desahogo bajo el actual gobierno. Los de la clase media, que son muchos, no harán tampoco nada activamente hasta que no vengan los libertadores y les pongan las armas en la mano; su patriotismo sólo sirve para regar noticias, copiar papeles de los independientes, formar proclamas, etc., levantar muchas mentiras que incomodan al gobierno y nada más. Los de la clase baja que comprende este pueblo, para nada sirven ni son capaces de ninguna revolución. En una palabra: no hay que esperar ningún movimiento que favorezca los del ejército protector, de esta capital pues en ella reina una indolencia, una miseria, una flojedad, una insustancialidad, una falta absoluta de heroísmo, de virtudes republicanas tan general, que nadie resollará aunque vean subir al cadalso un centenar o dos de patriotas".

Sea cual fuese el caso, no se niega la posibilidad de estas insinuaciones promonárquicas. Pero de allí a sostener que Abascal estuvo agitado y vacilante por la tentación de la corona ofrecida es un hecho dudoso. Si bien es cierto que no hay repugnancia en aceptar lo primero, admitir lo segundo como un hecho histórico sería señal de excesiva ligereza. Y por ello el historiador español Díaz Venteo descarta definitivamente tal hipótesis con razones obvias: "Después de haber consultado prolija mente y con detenimiento la documentación guardada en el Archivo de Indias y en los particulares del Virrey y del Conde de Guaqui, no ha llegado a mis manos ningún documento que refleje, siquiera remotamente, tal proyecto de Abascal, como parecería lógico, de haber existido".[67] Por lo demás, no hay suficientes pruebas para sostener que el deseo general de Lima era la independencia con AbascaI como soberano. Sin embargo, fue tan grande la sugestión del monarquismo abascalino, que se ha llegado a especular. en la intelectualidad peruana, con las posibilidades que esa solución ofrecía al Perú. "La desgracia para el Perú -ha escrito Víctor Andrés Belaunde- fué que Abascal no diera el paso lógico dentro de la realidad creada, de proclamar, si no la independencia, por lo menos la autonomía de ese imperio, dentro de la gran monarquía española. Aquel paso habría facilitado la independencia de toda la América del Sur, no habría dejado aislado el movimiento de Iturbide en México, que representó después una orientación semejante y habría dado al Perú, en el Pacífico, la situación que Brasil ha ocupado en el Atlántico". "Noche trágica y decisiva para los destinos de la peruanidad -prosigue-, aquella en que Abascal. dueño de los destinos del antiguo virreinato y verdadero amo y señor de su vasto territorio, se decidió por la absoluta e incondicional lealtad a Fernando VII en lugar de realizar la idea que se atribuye al conde de Aranda".[68] Jorge Basadre es sustancialmente del mismo parecer que Belaunde, pues teniendo en cuenta las conveniencias de la nación peruana,[69] en esos momentos la posibilidad del monarquismo abríase ligado a la aparición de un movimiento independiente. Sin embargo, los hechos sucedieron de otra manera, y el rígido concepto de la lealtad a la Corona española impuso una solución que retardó por muchos años la emancipación y una revolución liberal en el Perú, el cual se volvió el centro de poder realista y defensor máximo de la contrarrevolución sudamericana hasta su caída del ejército real del Perú por los ejércitos revolucionarios rioplatenses, grancolombianos y chilenos.

La proclamación y jura de Fernando VlI significó, entonces, positivamente, la adoptación del camino de la lealtad al monarca cautivo y a las autoridades peninsulares que gobernaban en su nombre. Pero por vía negativa, significó desechar todas las otras salidas o soluciones que en aquel instante se ofrecían a los americanos; a saber, la independencia (como fue el caso de Buenos Aires y las Juntas de Hispanoamérica), con patrocinio británico; la sujeción a los Bonaparte, con patrocinio francés; y el sometimiento a la regencia de Carlota Joaquina de Borbón, con patrocinio luso-brasileño.

Proyecto de José Angulo

Los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo, líderes de la revolución del Cuzco de 1814.

En 1814 un grupo de cuzqueños promovieron una rebelión para que se reconociera la Constitución española de 1812 y, posteriormente, lograr la independencia.

Crearon una bandera blanquiazul con la letra "A" entre dos soles. Su significado era, según François-Xavier Guerra, el siguiente: “De sol a sol es nuestro Imperio peruano”. Esta hacía alusión al nuevo Estado monárquico que se extendería desde el Río de la Plata en el Atlántico hasta el puerto del Callao en el Pacífico, cuya capital probablemente se ubicaría en Cuzco y cuyo monarca sería el principal instigador de la rebelión, José Angulo, de allí la "A", que también hace alusión a la piedra angular. A diferencia de otros levantamientos de la época, está estuvo liderada y constituida por una mayoría de mestizos e indígenas, sin embargo hubo voces realistas que criticaron su falta de legitimidad de este proyecto, con frases como “Mayormente los Angulos querían coronarse usurpando los sagrados derechos de nuestro monarca”.[70][71]

Mateo García Pumacahua, cacique de Chinchero y jefe militar realista (con tendencias liberales).

José Angulo convenció al viejo cacique Mateo Pumacahua para que fuera partícipe de la rebelión, algunos postulan que con argucias, ya que esto mismo lo señaló el propio cacique antes de ser ejecutado por alta traición a la Corona, ya que afirmó haber sido engañado. Algo que se puede probar en cierta modo, ya que Pumacahua durante toda su carrera fue leal a la Monarquía Española, habiendo sido importante en la derrota de la Rebelión de Tupac Amarú II y la Primera invasión argentina al Alto Perú (misma en la que aprobó la anexión del Alto Perú al Virreinato del Perú); habiendo proclamado su rebelión en favor de la vigencia de la Constitución liberal española de 1812, siendo su junta de gobierno según dicha Constitución, sostenida por miembros del ayuntamiento del Cusco para instalar la diputación provincial cusqueña, y autónoma del gobierno virreinal de Lima según la nueva ley (recientemente derogada en Madrid), llamó al pueblo a ponerla en vigencia por las armas frente a la reacción del Ejército Real del Perú defensora de la Restauración absolutista, sin embargo reconocendo la autoridad de las cortes españolas y del monarca Fernando VII.

Proyecto de Carlota Joaquina de Borbón

Juan VI de Portugal, esposo de la pretendiente Carlota Joaquina de Borbón, quien se le opuso a su reclamación monárquica.

El carlotismo fue el proyecto político para crear en el Virreinato del Río de la Plata una monarquía hispana independiente, cuyo titular sería la infanta Carlota Joaquina de Borbón, hermana del rey Fernando VII de España, esposa y princesa consorte del príncipe regente Juan de Portugal. Carlota reinaría en las colonias españolas del Río de la Plata en oposición a la metrópoli, gobernada por un Bonaparte. El carlotismo encontraría una fuerte resistencia de su esposo, el rey João VI de Portugal , los virreyes españoles, las autoridades españolas en América, parte de los criollos y el gobierno británico.[72]

Durante las Guerras napoleónicas, el ejército francés al mando del general Junot invadió Portugal, avanzando directamente hacia Lisboa. Apremiado por Lord Strangford, el rey determinó realizar la Transferencia de la Corte portuguesa a Brasil y ordenó embarcarse a toda la corte y funcionarios reales que se hallasen en Lisboa. El ejército francés había ingresado por España con permiso del Rey Carlos IV de España, pero muy pronto comenzó a comportarse como un ejército de ocupación en territorio invadido. Mientras tanto, el príncipe Fernando tramó un cambio de política, no en oposición a la alianza francesa, sino a la nefasta influencia del favorito, Manuel Godoy. Descubierto y sancionado el príncipe, el 27 de marzo de 1808 estalló el motín de Aranjuez, que obligó a Godoy a huir. Dos días más tarde, Carlos IV abdicó a favor de su hijo, que fue proclamado como Fernando VII.

La noticia de la proclamación de Fernando fue enviada a las posesiones americanas y –como era costumbre– el nuevo rey fue jurado en todas las ciudades importantes del Imperio español. En el Río de la Plata, en particular, el virrey Santiago de Liniers esperaría la definición del conflicto –ante la previsible reacción de Napoleón– sin tomar partido alguno. Hostigado por el alcalde Martín de Álzaga, que lo acusaba de connivencia con los franceses, terminó por ordenar el juramento de Fernando VII con varias semanas de retraso, el 21 de agosto. El emperador llamó a su presencia a Carlos y a Fernando, para entrevistarse con ellos en Bayona. Antes de reunirse con el nuevo rey, se entrevistó con el antiguo, al que presionó y obligó a prometerle que le entregaría la corona. Acto seguido, exigió a Fernando que abdicara a favor de su padre, e inmediatamente ambos abdicaron de sus derechos al trono en favor de Napoleón, con lo que este designó a su hermano José Bonaparte como nuevo rey de España. Entretanto, la salida de la familia real española hacia Francia provocó una rebelión contra los franceses que llevaría a la guerra de Independencia Española. Los españoles utilizaron la figura de Fernando como símbolo de su resistencia a la invasión francesa, y juraron defender su derecho al trono. Reunieron sucesivas juntas de gobierno en la mayor parte de las ciudades libres del invasor, y se gobernaron por sí mismas, en nombre de Fernando VII. Algún tiempo después, se formaría una Junta Suprema Central, que reuniría a los representantes de las juntas locales, las posesiones españolas en América, como el Virreinato del Perú, decidieron masivamente acompañar la resistencia de los españoles europeos contra las pretensiones de José Bonaparte en su plan, quizá sólo existente en la mente de los agentes franceses en Estados unidos, para coronar a José I rey de Indias y jefe de la Confederación Napoleónica hispanoamericana. Con unanimidad, las autoridades y el público de las Américas repudiaron los reclamos de los hermanos Bonaparte al trono vacío, ofreciendo su apoyo entusiasta a la causa de Fernando VII. Sin embargo, la Monarquía hispana quedaba sin cabeza de legitimidad incontestable. En este contexto, la hermana de Fernando VII, la Princesa Carlota Joaquina del Brasil, ofreció su persona como Regente de todo el imperio, siendo único miembro de la casa de Borbón libre de cautiverio. Carlota Joaquina era la esposa del Príncipe Regente del Brasil, que gobernaba el imperio luso-brasileño, de parte de su madre, la Reina María I (1777-1816), quien se hallaba permanentemente indispuesta. Esta princesa, sin embargo, reclamaba la regencia de la Monarquía hispana no en nombre de Fernando VII, sino de su padre Carlos IV, desautorizando de esta manera las abdicaciones no solamente de Bayona sino las anteriores de Aranjuez también.[73]

Carlota Joaquina de Borbón, pretendiente a Reyna del Imperio (incluyendo El Perú) vía Río de la Plata y el Virreinato del Brasil.

Apenas llegada al Brasil, la Corte portuguesa dio nuevo impulso a las ambiciones expansionistas contra las vecinas posesiones españolas, especialmente sobre el Río de la Plata. El más entusiasta partidario de esa política expansiva fue el ministro de Negocios Exteriores y Guerra, Rodrigo de Sousa Coutinho, que se proponía lisa y llanamente anexar al Brasil toda la Banda Oriental del Río de la Plata. La noticia de la doble abdicación de Bayona trastornó esos planes, y Sousa Coutinho pensó que la nueva situación le permitiría a su rey apoderarse, ya no de la Banda Oriental, sino de todo el Virreinato del Río de la Plata, con el cual el Brasil compartía alrededor de 4.000 kilómetros de fronteras. El instrumento de su política iba a ser la esposa del príncipe regente, residente también en Río de Janeiro, Carlota Joaquina de Borbón, hermana mayor de Fernando VII. Por otro lado, residía también en Río de Janeiro su primo Pedro Carlos de Borbón, hijo de Gabriel de Borbón, hermano del antiguo Rey Carlos IV. Simultáneamente con los planes de Souza Coutinho, otros dos personajes estaban haciendo planes: la infanta Carlota Joaquina –aparentemente separada de su marido– y el comandante de la escuadra británica en el Brasil, lord William Sidney Smith. Este era un admirador de la princesa, y dirigió junto con ella un plan ambicioso. La opción de Carlota Joaquina tenía validez en tanto que en ausencia del rey de España, era el único miembro de la familia real que escapaba del control napoleónico (sin haber correctas comunicaciones con la resistencia española contra el bonapartismo).

Tras darlo a revisar por Sidney Smith, Carlota redactó dos documentos iguales, firmados por ella y el príncipe Pedro Carlos de Borbón, para presentarlos al príncipe regente. Se trataba de la "Justa Reclamación", por la que solicitaban a don Juan su protección ante la usurpación napoleónica, para conservar los derechos de su familia en la América española, ocupando el trono como regente del reino de España en los virreinatos y capitanías generales americanas (incluido el Perú). Una particularidad de la Justa Reclamación consistía en que desconocía los derechos de Fernando a la corona, ya que consideraba que todo el proceso que había llevado a ser rey de España a José Bonaparte estaba viciado, desde el Motín de Aranjuez. Para Carlota, el legítimo rey era su padre Carlos IV de España, y ella se presentaba como heredera de sus derechos en su ausencia y del que –según ella– seguía siendo el monarca español.

Escudo de Carlota de España, Reina de Portugal, desde Brasil, y pretendiente de las Indias españolas.

Poco después, la infante y el príncipe enviaban un manifiesto a Buenos Aires, dictado al parecer por Sidney Smith, modificado y corregido por el marqués de Linhares y el ministro luso-brasileño de Negocios Exteriores y Guerra Rodrigo de Souza Coutinho. El encargado de llevarlos a Buenos Aires fue el comerciante Carlos José Guezzi. El 11 de septiembre, Carlos Guezzi entregó los pliegos de Carlota Joaquina, con el manifiesto de la Justa Reclamación de Carlota Joaquina a diversos personajes: el virrey Liniers; el alcalde de primer voto, Martín de Álzaga; el comandante del Regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra; el asesor Juan de Almagro; el juez Anzoátegui; el secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires, Manuel Belgrano; los sacerdotes Guerra y Sebastiani; el contador Calderón; el jefe de aduana; los militares Gerardo Esteve y Llach, Martín Rodríguez, Pedro Cerviño, Núñez y Vivas; y varios miembros del cabildo. También estaba dirigido a Elío, el único destinatario que no residía en Buenos Aires. El virrey le escribió inmediatamente, contestando que

"Después de haber jurado la majestad del Señor Don Fernando VII, y reconociendo la Junta Suprema de Sevilla quien lo representa, nada se puede innovar a nuestra presente constitución sin su acuerdo."

En el mismo sentido respondieron todos los otros destinatarios de la Justa Reclamación, a excepción de Belgrano. El cabildo fue el más explícito, reclamando ante lo que consideraban una injerencia de la Corte Portuguesa en los asuntos internos de España. En cualquier caso, el histórico enfrentamiento entre España y Portugal por la cuenca del Río de la Plata, en que cupo un papel muy activo a Buenos Aires, hizo prácticamente imposible que semejante pretensión de la esposa del heredero del trono portugués fuera aceptada. No obstante, no todos en Buenos Aires rechazaron la invitación: el 20 de septiembre, en una carta conjunta, Manuel Belgrano, Hipólito Vieytes, Juan José Castelli, Nicolás Rodríguez Peña, Antonio Luis Beruti y Miguel Mariano de Villegas, anunciaron a la princesa Carlota Joaquina su adhesión, alegrándose que, en caso de que ésta asumiera en Buenos Aires

"…cesaría la calidad de colonia, sucedería la ilustración, el mejoramiento y perfeccionamiento de las costumbres; se daría energía a la industria y al comercio, se extinguirían aquellas odiosas distinciones entre europeos y americanos, se acabarían las injusticias, las opresiones, la usurpación y dilapidaciones de la renta."

Cuestionando la legitimidad de la recién jurada Junta Suprema de Sevilla –a la que se había confundido con la Junta Suprema Central próxima a formarse– agregaba el manifiesto:

…no se puede ver el medio de inducir un acto de necesaria dependencia de la América Española a la Junta de Sevilla; pues la constitución no precisa a que unos Reinos se sometan a otros, como un individuo que no adquirió derechos sobre otro libre, no le somete."

Curiosamente, el mismo día en que la carta fue enviada, se establecía en Montevideo la Junta de Gobierno local, controlada por Elío. El detonante para la instalación de esta Junta fue el rechazo del gobernador enviado por Liniers a reemplazar a Elío, Juan Ángel Michelena. A medida que el proyecto carlotista fue tomando cuerpo, se enemistó con el grupo de Martín de Álzaga y Francisco de Elío, que pretendían asegurar las posesiones españolas instalando Juntas de gobierno en todas las ciudades importantes. Los carlotistas consideraban a este movimiento "democrático", término que –en la imaginación de la gente de ese tiempo– estaba relacionado con el caos político y social, sobre todo por su utilización durante la Revolución francesa y el El Terror jacobino. También sospechaban que la intención verdadera de los juntistas era prolongar indefinidamente la preeminencia de los europeos sobre los americanos en el gobierno y en el comercio. En enero de 1809, instaba Belgrano en un manifiesto a los habitantes del Perú:

"...Si por desgracia nuestra metrópoli es subyugada, se celebren inmediatamente Cortes, para que, establecida la Regencia al cargo de la Sra. Infanta, Dña. Carlota Joaquina, haya un gobierno que sirva de exemplo a la decadente Europa, y vivamos en tranquilidad y seguridad... sin prestar oídos a los silbidos de la serpiente que quiere induciros a la democracia."

La idea central de los carlotistas era establecer en el Río de la Plata una monarquía constitucional –es decir, moderada– en la que primaran los criollos sobre los españoles europeos. La diferencia no era menor: la constante –y, desde la instalación de la dinastía borbónica, creciente– preferencia del gobierno central por los europeos para todos los cargos de alguna responsabilidad en el gobierno, la Iglesia y el ejército era el principal motivo de queja de los americanos contra la administración colonial española. Y sería la más determinante para la Independencia Hispanoamericana.[74]

Mapa del Reino del Brasil, desde donde hubiera gobernado Carlota.

Los dos puntos débiles del razonamiento de los carlotistas eran: primero, que la auténtica posibilidad de la coronación de Carlota Joaquina habría significado que el territorio del Virreinato del Río de La Plata en la práctica formase parte del Brasil, subordinando las antiguas posesiones españolas a la corte portuguesa asentada en Río de Janeiro.

El otro punto débil sería por demás evidente algo más tarde: toda la esperanza de los carlotistas era crear una monarquía constitucional dirigida por la Infanta Carlota Joaquina, pero ella era en verdad una absolutista convencida, y no estaba dispuesta a aceptar límite alguno a su poder real, por lo cual jamás podría aceptar el proyecto político de los carlotistas.

Carlota envió sus mensajes a personajes principales de todo el Imperio español, especialmente a Quito, La Habana, Caracas, Valparaíso y Ciudad de México. El ayuntamiento de Quito recibió pliegos tanto de Carlota como de Pedro Carlos de Borbón. El 22 de febrero de 1809 se resolvió que el procurador general les diera respuesta. Aparentemnete, no fructificó el establecimiento de un partido carlotista en el Reino de Quito.[75] En Valparaíso tuvo menos partidarios que detractores y se conformó un partido anticarlotista, dirigido por José Antonio Ovalle y Bernardo Vera y Pintado. En el Virreinato de Nueva España —actual México— se planteó seriamente la candidatura a la regencia de Pedro Carlos de Borbón, y las cartas de Carlota movilizaron esta candidatura, no la suya; es que en Nueva España se desconocía por completo la anulación de la Ley Sálica (que excluía a las mujeres de la corona y el trono). En el Virreinato Perú, los partidarios de Carlota eran casi inexistentes, excepto en Arequipa, ciudad de donde era Goyeneche, y en la que la Infanta tenía muchos corresponsales. El virrey del Perú, José Fernando de Abascal, militar y político experimentado en asuntos americanos, sospechaba otro elemento escondido, los intereses comerciales de los británicos. El virrey identificó como primer inspirador de la política de la corte de Río de Janeiro, al ministro de asuntos exteriores, Rodrigo de Souza Coutinho. Buen conocedor de la geopolítica del Río de la Plata, desde su propia presencia allá en 1776 y su llegada a Buenos Aires en 1806, Abascal sospechaba los designios luso-brasileños sobre la Banda Oriental (hoy República de Uruguay). A su juicio, resultaba claro el objetivo de Río de Janeiro: el de persuadir al virrey de Buenos Aires a ponerse bajo la protección del Príncipe Regente de Brasil, utilizando al Gobernador de Montevideo como intermediario, y luego de proclamar el libre comercio con países extranjeros aliados, es decir, con Gran Bretaña. Está deducción suya fue inmediatamente antes de la ocupación francesa de España. Por ese momento, Abascal era consciente de que el gobierno luso-brasileño había mandado un total de 4.000 a 6.000 tropas a la provincia de Río Grande do Sul, en la frontera de la Banda Oriental. El cambio de alianzas, cuando la Junta Suprema Central acordó con los británicos, en verano de 1808, luchar juntos contra los franceses, transformó la perspectiva, porque en adelante, España, Portugal-Brasil, y Gran Bretaña se encontraban aliados en la misma contienda. Sin embargo, Abascal continuaba dudando de las buenas intenciones de los británicos.[76]

Por último, Carlota también intentó convencer de su proyectada regencia a los personajes centrales de la resistencia en la España europea, como los generales Francisco Javier Castaños y José de Palafox y Melci, o los exministros Gaspar Melchor de Jovellanos y el Conde de Floridablanca. Sólo este último llegó a considerar la candidatura de Carlota con seriedad, y cuando fue presidente de la Junta de Murcia, lanzó un manifiesto apoyándola:

"Que Su Majestad no podía variar el establecimiento español, cuya observancia había jurado guardar; y, por consecuencia, la Señora Carlota Princesa del Brasil debía ser admitida a la Corona a falta de sus hermanos varones.

Si las autoridades hispano-americanas hubieran reconocido a Carlota Joaquina como Regente, habrían tenido que renunciar su lealtad a Fernando VII y, además, justificarlo ante el pueblo. Aunque las autoridades civiles y eclesiásticas de Perú estaban inundadas de cartas de Brasil promoviendo la causa de Carlota Joaquina, eso habría sido políticamente desastroso. Pero, existía otro problema también: el reconocimiento de Carlota Joaquina, esposa del heredero del trono luso-brasileño, hubiera significado efectivamente, aun por una breve temporada, la reunión de las dos coronas, separadas desde 1640. Esta vez, empero, la diferencia habría sido la subordinación de los territorios españoles de América del sur a una supremacía luso-brasileña. Como comenta F. Díaz Venteo:[77]

«Tras sus proposiciones de aceptar la regencia de aquellos territorios mientras durase la ausencia de Fernando VII, podían esconderse los proyectos de la Corte de Portugal, nunca disimulados, de engrandecer su imperio colonial americano a expensas de España»

El virrey Abascal identificó como portavoz de los designios comerciales de su país al almirante Sir Sidney Smith, comandante del escuadrón frente al Río de la Plata, quien persuadiera al nuevo virrey de Buenos Aires, Baltasar Hidalgo de Cisneros, a abrir el comercio de ese puerto a los británicos en 1809. El mismo Smith apareció en El Callao, puerto de Lima, con una fragata mercante, cargada de productos con un valor estimado de alrededor de un millón de pesos, pidiendo permiso para venderlos en Perú. Abascal se lo rehusó y mandó que la fragata volviera a Brasil. Smith, al mismo tiempo, trajo consigo la noticia del gobierno de Río de Janeiro de que el Infante Pedro Carlos de Borbón y Braganza estuviera listo para venir al Perú para tomar las riendas de gobierno en nombre de Carlos IV, Pero el Virrey no vaciló un instante; antes al contrario, obligó a marcharse al buque británico portador de tales noticias, y contestó enérgicamente a la Infanta haciéndole ver que no estaba dispuesto a aceiptar otro Soberano que Fernando VII. Con esto se pueden considerar fracasadas definitivamente las tentativas de la Corte del Brasil para atraerse al Perú.[1] También identifico a Lord Strangford, ministro plenipotenciario a la corte de Brasil, que fue el único representante británico en toda Iberoamérica, porque Brasil actuaba como centro político de la Monarquía Luso-brasileña y sede de la corte de los Braganza después de 1808. A partir de la Revolución del 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires, Strangford patrocinaba a los insurrectos porteños, poniéndolos bajo la protección de la marina británica, mientras que el gobierno de Londres, a la sazón, continuaba ayudando a la España peninsular a expulsar a las fuerzas napoleónicas.[4] Abascal comentó en la Memoria de Gobierno, escrita después de su regreso a España en 1816:[5]

«Por un error político parece también que los portugueses trataba de resarcir en América las inevitables pérdidas que hacían en Europa…Ygualmente inmorales pero con menos delicadeza se conducían los británicos para conseguir la perpetuidad de su comercio, sin conocer otros principios que los de su conveniencia particular…» [A pesar de la nueva alianza, ellos] «pasaban de amigos a aquella parte a ser agresores en esta»

El virrey se indignaba del refugio ofrecido a dos disidentes porteños en la corte de Río de Janeiro, que él consideraba como reos de Estado por su infidencia, y lo tomó como otra evidencia de la perfidia del gobierno brasileño.[78]No es de extraña, por tanto, que poco después la Infanta procurara la remoción de Abascal del cargo de Virrey del Perú en caso llegase gobernar.[79]

A fines de septiembre, Goyeneche llegaba a Chuquisaca, donde se presentó como representante de Carlota Joaquina, e intentó crear en el Alto Perú un partido carlotista. Fracasó por completo, por la resistencia de casi todas las autoridades. La Real Audiencia y la Universidad rechazaron tanto las pretensiones de Carlota, como la intención de las Juntas españolas de gobernar las posesiones americanas. Cuando la ciudad se enteró de que Goyeneche estaba intentando algo que podría llegar a terminar en el traspaso del Virreinato a Portugal, estalló una serie de rebeliones que terminaría en la Revolución de Chuquisaca, que fue – en más de un sentido e irónicamente – el primer paso hacia la independencia de la América española. Goyeneche huyó a Lima, donde recuperó la prudencia perdida y se puso a órdenes del anti-liberal virrey del Perú José Fernando de Abascal y Sousa, quien ya había rechazado tajantemente las pretensiones que Carlota Joaquina le había enviado por escrito en 1808, siendo que en esa misma fecha Abascal había reconocido como rey de España a Fernando VII. Goyeneche no volvería a acordarse del manifiesto de la Infanta y participaría en las Expediciones al Alto Perú al servicio de Abascal. Todo este conflicto en el Virreinato del Perú causó un gran daño a las ya de por sí exiguas posibilidades del carlotismo en el interior del Virreinato del Río de la Plata.

Fernando VII de España, ultimo monarca del Perú y principal rival contra la legitimidad de los carlotistas.

Aun así, Carlota estaba ansiosa de trasladarse al Río de la Plata, y ofreció a su marido un tratado por el que entregaba a Portugal la Banda Oriental, que este rechazó, con apoyo de Strangford. En respuesta, el almirante encargó a Saturnino Rodríguez Peña un nuevo mensaje a los carlotistas del Río de la Plata. En este, Rodríguez Peña avanzaba en sus pretensiones mucho más de lo que hubiera deseado Carlota Joaquina: tras ponderar la capacidad y dignidad de la Infanta, agregaba que

"convocando Cortes, será muy conveniente para este caso acordar todas las ambiciones y circunstancias que tengan o puedan tener relación, en la feliz independencia de la Patria y con la dinastía que se establezca en la heredera de la inmortal María Isabel. ...aunque debemos afianzarnos, y sostener como un indudable principio, que toda autoridad es del pueblo, y que éste sólo puede delegarlo."

Semejante lenguaje era marcadamente liberal y no podía gustar a una sincera contrarrevolucionaria como Carlota Joaquina, que — por insinuación de Presas — denunció a su propio enviado, Diego Paroissien. Este fue arrestado en Montevideo y sometido a juicio. Durante el mismo, su defensor, Juan José Castelli, sostuvo distintos significados alternativos para la palabra "independencia", sugiriendo que se pretendía defender la independencia de España frente a Francia, pero sin afirmarlo categóricamente. Por supuesto, la carta de la Princesa, firmada el 4 de octubre, nunca llegó a destino. En su denuncia al virrey Liniers, aseguraba Carlota que Paroissien

"lleva cartas para varios individuos de esa Capital, llenas de principios revolucionarios y subversivos del presente orden monárquico, tendientes al establecimiento de una imaginaria y soñada República, la que tiempo hace está proyectada por una porción de hombres miserables y de pérfidas intenciones."

Al parecer, la Infanta había logrado formar irónicamente un grupo de partidarios entre personajes con ideas contrapuestas con las suyas y que influiría en la Revolución de Mayo. En 1823, Pedro José Agrelo hacía en el periódico El Centinela una curiosa remembranza de las posibilidades de Carlota Joaquina,

"en quien se pensó, tan de veras, como todos saben… y a quienes hicieron entrar en correspondencia hasta con los últimos menestrales de las provincias para hacerla querida, popular y aceptable. Ella reinó al modo de Luis XVIII desde que vino al Brasil hasta el 25 de mayo de 1810, en que ciertos demagogos ridiculizaron y destruyeron el plan, sin que por eso se abandonara enteramente… Siguió el interregno anárquico de la 1ra. Junta, se vulcanizaron las cabezas… y volvió por segunda vez con más fuerzas la misma señora Carlota, mandándose al efecto las comunicaciones y parlamentos por medio de su confidente Contucci… Con este motivo reinó hasta… el año 12, o más bien hasta que se colgaron aquí algunos españoles.”[80]

El proyecto había fracasado principalmente por la injerencia británica, a cuyos intereses políticos y comerciales convenía el mantenimiento del statu quo, ya que el tratado Apodaca-Canning otorgaba a Gran Bretaña facilidades en el comercio con la América española a cambio de la alianza con España en Europa. Mantener el statu quo era lo más conveniente para los factores de poder en juego; Gran Bretaña no deseaba que una princesa española en un hipotético reino rioplatense anulara las ventajas comerciales que ya disfrutaba o que intentase buscar ayuda de Fernando VII para reconstruir el imperio colonial español en Sudamérica (puesto que posteriormente habría un apoyo británico a la Independencia de Hispanoamérica), además se deseaba evitar un pleito entre Portugal (y luego, Brasil) y España (y luego Argentina, Colombia y Perú) por este motivo, lo cual arruinaría el comercio británico en el Atlántico sudamericano.

Finalmente las reclamaciones de Carlota se disiparían con la muerte de Carlos IV de España en 1819 y el regreso de la Familia real portuguesa a Europa tras la Revolución de Oporto de 1820, del cual Carlota se pondría a ser una figura notable en el partido reaccionario al negarse a jurar la Constitución portuguesa de 1822, acto por la que fue exiliada a Queluz, viviendo separada de la realeza en el Palacio de Bemposta en Lisboa, donde continuó ejerciendo una intensa actividad política, promoviendo varias conspiraciones para derrocar a João VI, suspender la constitución y promover en el trono a Miguel I de Portugal, su hijo directo y quien ella había criado. Las ambiciones monárquicas americanas de Carlota se habían acabado al enfocarse en la cuestión dinástica portuguesa, de lado del Miguelismo.

Manuel Belgrano, político argentino, ex carlotista, que propuso planes para establecer una Monarquía Liberal independiente en Sudamérica (incluyendo El Perú).

Proyectos de Manuel Belgrano

Si bien en lo fáctico Manuel Belgrano fue siempre un cabal liberal demócrata, las coyunturas históricas le forzaron a ser regalista o monárquico contra los realistas procolonialistas.

A principios de mayo de 1810 Belgrano fue uno de los principales dirigentes de la insurrección que se transformó en la Revolución de Mayo. En ésta su actuación fue central, tanto personalmente como en su rol de jefe del carlotismo. Participó en el cabildo abierto del 22 de mayo y votó por el reemplazo del Virrey por una Junta, que fue la propuesta vencedora. El 25 de mayo fue elegido vocal de la Primera Junta de Gobierno, embrión del primer gobierno patrio argentino, junto con otros dos carlotistas: Castelli y Paso. Belgrano era el miembro de la Junta con más experiencia política, y el más relacionado: la mayor parte de los funcionarios nombrados por el nuevo gobierno lo fueron por consejo suyo. Dirigió por un corto período el expartido carlotista, pero rápidamente el control del grupo —y en cierta medida del gobierno— pasó a Mariano Moreno.

Hasta los primeros meses de la existencia del Directorio, los gobiernos de la Revolución se veían favorecidos, para justificar su legitimación frente a la opinión pública y las naciones extranjeras, por la ausencia del rey del trono español. Regresado Fernando VII a Madrid y anunciada la restauración absolutista en España, el lenguaje y los métodos diplomáticos debieron cambiar radicalmente.[81] Por otro lado, el rey había ordenado la formación de un poderoso ejército que debía ser inmediatamente enviado al Río de la Plata, comandado por Pablo Morillo.[82] Por ello Manuel de Sarratea, enviado del Segundo Triunvirato a Europa, felicitó a Fernando por su regreso al trono y demostró su aparente sumisión a la autoridad del repuesto rey. Por ello, Belgrano fue enviado, junto con Bernardino Rivadavia, por el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio de Posadas, como diplomático a Europa[83] para negociar con el gobierno británico, pues se pensó que sería importante obtener el reconocimiento de la Independencia por parte de Gran Bretaña, o que por lo menos aseguraran la neutralidad de las autoridades portuguesas establecidas en Brasil, y también negociar con el rey de España, Fernando VII. No es seguro qué actitud debía tomar el gobierno revolucionario del Río de la Plata respecto a este, si conseguir la independencia o reconocerlo como monarca constitucional. Rivadavia llevaba instrucciones secretas que Belgrano no conocía: negociar preferentemente con Londres y ofrecer la corona del Reino del Río de la Plata a un príncipe español o británico. De paso por Río de Janeiro, se entrevistaron con lord Strangford, el embajador británico. También estaba en esa ciudad Manuel José García, enviado por el director Supremo Carlos María de Alvear para negociar otras opciones; entre ellas, la incorporación a Gran Bretaña como colonia y volver al Río de la Plata en un protectorado británico, lo que significaba la sumisión lisa y llana a la soberanía británica;[84] lo que podría haber sido ser una arriesgada estratagema para forzar a Gran Bretaña a apoyar a las Provincias Unidas contra España.[85] Entre 1814 y 1815 viajó, con riesgo para su vida, tanto por estar enfermo como por ser considerado un súbdito rebelde, al Viejo Mundo a negociar con el rey la pretensión rioplatense de autonomía; en caso de fracasar, su misión sería la de conseguir un príncipe de alguna casa reinante en Europa para coronarlo rey del Río de la Plata y así negociar el reconocimiento de la independencia ante las potencias europeas, aunque sin obtener resultados.

Pasado el tiempo hubo pruebas suficientes para concluir que el verdadero objetivo de estas misiones diplomáticas era proponer al monarca español el establecimiento de una monarquía, representada por un príncipe de la familia reinante, para que gobernase el Río de la Plata bajo las formas constitucionales que estableciesen las provincias. Este sometimiento se aceptaba a cambio de una total autonomía en materia administrativa, pero los cargos quedarían en manos de los americanos. La adopción de una monarquía constitucional solo sería una concesión transitoria para obtener una paz ventajosa o ganar tiempo, en caso de que todo el procedimiento de arreglo fracasara.[86] Durante su viaje como diplomático observó la hostilidad de casi todos los gobiernos europeos de entonces hacia las repúblicas y las democracias ya que la restauración absolutista de la Santa Alianza se había impuesto en Europa. No tuvieron Rivadavia y Belgrano buen éxito en sus gestiones ante el gobierno de Londres y aceptaron un plan propuesto por Sarratea. Éste había iniciado negociaciones con el ex rey de España Carlos IV (exilado en Roma) para crear en el Río de la Plata, un reino constitucional que sería gobernado por el Infante Francisco de Paula, hijo menor del citado monarca, plan que contaba con el apoyo de Napoleón, durante los Cien Días, en favor de Carlos IV. Sería intermediario en estas conversaciones el conde de Cabarrús, aventurero francés con quien Manuel de Sarratea había trabado amistad en Londres. De buena fe, Rivadavia y Belgrano aceptaron el plan, pues dadas las circunstancias por las que atravesaba Europa, era prácticamente imposible pretender que los países de ese continente reconocieran la independencia del Río de la Plata, bajo el sistema republicano. Sólo sería bien aceptada una monarquía independiente basada en el principio de la legitimidad. Los diplomáticos llegaron a sancionar un proyecto de constitución monárquica y hasta planearon el secuestro del príncipe para su traslado al Río de la Plata.[87]

Escudo del propuesto Reino Unido del Río de la Plata, Perú y Chile en base a la descripción del artículo 1 de la Constitución de Belgrano.[88]
"(...) Las Provincias del Río de la Plata han sido las primeras que postradas a mis Reales pies protestan que no han reconocido, ni pueden reconocer otro soberano legítimo que Yo, y como de su Rey y Padre claman y piden de mí el remedio de los males que padecen y de la ruina que les amenaza; sus justas quejas, las sólidas razones en que fundan su solicitud han penetrado mi Real Ánimo, y las luces e impulso de la Divina justicia me han decidido a acceder a sus humildes súplicas; consultando en ello el deber de Padre para con mi amado hijo, el Infante Don Francisco de Paula, cuya desgraciada situación exige de mí el ponerle en tiempo en un Estado independiente; por todo ello, por estar convencido que este es el único medio de acabar con una guerra exterminadora entre aquella parte de la América y la España y de poner a ambos países cuanto más antes en disposición de que contraigan sus esfuerzos a adquirir la prosperidad e importancia política que les corresponde, usando de mis imprescindibles derechos, y de la plenitud de facultades que me reviste, después del más maduro examen y serias meditaciones y consultas, he venido en ceder, como de hecho cedo, y renuncio por acto libre, y espontáneo y bien pensado a favor de mi nominado hijo tercero, el Infante Don Francisco de Paula de Borbón, el alto dominio y señorío que he recibido de mi Augusto Padre (que de Dios goza) de todas las ciudades, villas y lugares con todas sus dependencias y territorios que formaban el Virreinato de Buenos Aires, la Presidencia del Reino de Chile y Provincias de Puno, Arequipa, Cuzco, con todas sus costas e islas adyacentes, desde el Cabo de Hornos hasta el puente de [...], cuyo territorio lo creo indispensable atendida su población para mantener la dignidad de Rey e importancia de una Monarquía (...). Y habiendo vos, mi hijo, Don Francisco de Paula, aceptado ante mi Real Persona la cesión que os hago, y el Reino que os dono con el valor y fuerza de última voluntad irrevocable sin necesidad de confirmación ulterior; y prometido observar y cumplir fielmente las bases prefijadas como condiciones esenciales de la donación, os mando que luego que lleguéis a tomar posesión de vuestro Reino juréis con la solemnidad de estilo guardarlas y cumplirlas y hacer que todos las guarden y cumplan, ocupándoos seriamente de la buena administración de vuestro Reino, reparando los males que han sufrido esos pueblos y contribuyendo a una sabia legislación que haga en todo tiempo el honor vuestro y la felicidad de vuestro Reino. Os ordeno igualmente que así que estéis en posesión de vuestra nueva dignidad y hayáis recibido el juramento y homenaje de los nominados pueblos, me deis sin pérdida de tiempo aviso de ello para dirigir mis cartas a vuestro hermano mayor y mi hijo primogénito, Don Fernando, y a todos los demás que corresponda y crea convenir; no obstante, que por éste ordeno y mando a dicho mi hijo primogénito, a todos los demás Infantes y Príncipes de mi Real Sangre y Familia, y pido a todos los Soberanos de Europa, y a mi muy amado hijo e hija, Príncipes Regentes de la Corte del Brasil, el que os reconozcan por Rey legítimo e Independiente de los tres Reinos Unidos, Río de la Plata, Perú y Chile, que como a tal os traten y respeten; entendiéndose con vos en todo lo relativo al territorio demarcado como el único y absoluto Soberano de dicho País. Por ser ésta mi expresa Real Voluntad espontánea y bien deliberada con toda plenitud de derecho; cuya determinación declaro que sirva de descargo a mi conciencia, y que alivia en mucha parte el gran peso de desgracias y pesares que me hace descender al sepulcro; por lo tanto quiero que sea tenida por válida y firme, no obstante, la falta de cualesquiera cláusula, requisito o condición que por ley o costumbre, o por cualquiera otro título se juzgue necesaria, pues mi situación y la urgencia del caso hace una justa excepción de cualesquiera disposiciones generales en contrario y así para darle todo el valor bastante, y todo el que necesario sea, firmo éste de mi Real Puño y Letra, sellado con el sello de Mis Reales Armas (...)"
Carlos IV de España, Proyecto de constitución monárquica de 1815
Francisco de Paula de Borbón, Manuel Belgrano proyectaban coronarlo como rey de un hipotético Reino Unido del Río de la Plata, Perú y Chile.

A fines de julio, Cabarrús salió de Londres con instrucciones y documentos, entre los que se encontraba un proyecto de Constitución, redactado por Belgrano, para aplicarlo en el futuro al imaginado «Reino Unido de la Plata, Perú y Chile». Cuando llegó a Italia ya se había producido la caída definitiva de Napoleón en la Batalla de Waterloo, lo que motivó el fracaso del plan del Reino Unido de la Plata, Perú y Chile. Carlos IV se negó a continuar las negociaciones, pues su conciencia le mandaba no hacer nada que no fuera favorable al legítimo rey de España, el restaurado Fernando VII de España a quien creía necesario consultar.[89] Al final las negociaciones fracasarían porque, a juicio del monarca Fernando VII de España, el proyecto podía alterar la tranquilidad de las demás posesiones españolas en América,[90] impidiéndoles la legitimidad política.

Del análisis de aquellas negociaciones surge que se trató de una maniobra política ante la eventualidad de que una gran expedición española intentara reconquistar el Río de la Plata. Finalmente la intentona fracasó y los planes monárquicos de la región quedaron en la nada.

Ante ello, a su regreso de la misión diplomática en Europa, a mediados de 1815, Belgrano volvió a proponer, esta vez con el apoyo de San Martín, un gobierno regalista pero, a diferencia del absolutismo europeo bregó por una monarquía constitucional. Allí promovió la adopción de la forma monárquica de gobierno, pero en cabeza de un descendiente de la dinastía incásica. Esta posición política no fue aceptada por los partidarios independentistas republicanos.[91]

Registros del Cementerio de la Recoleta sobre el entierro de Juan Bautista Túpac Amaru, Inca que Belgrano intentó coronar como rey de las independizadas "Provincias Unidas de Sudamérica".

Ante los hechos consumados de su época determinados por la restauración del absolutismo de la Santa Alianza, Belgrano consideró que lo conveniente era preservar a la región del Plata a través de la declaración de su independencia y del establecimiento de un modo de gobierno monárquico moderado que pudiera ser reconocido por la mayoría de las potencias europeas reacias a tolerar un reavivamiento del liberalismo.

El 6 de julio de 1816, Belgrano expuso ante los diputados del Congreso de Tucumán, en dos reuniones, una propuesta de instaurar una monarquía casi nominal que ofrecía el trono, discutiéndose primero sobre elegir a algún príncipe europeo y luego a algún soberano de los descendientes de los Incas, muy probablemente proyectó que el título correspondiera a Juan Bautista Túpac Amaru, único hermano sobreviviente conocido del inca Túpac Amaru II,[92] aunque también se consideraron a Dionisio Inca Yupanqui, jurista y militar mestizo que se había educado en Europa y que fue representante del Perú ante las Cortes de Cádiz, o a Juan Andrés Jiménez de León Manco Cápac, clérigo y militar mestizo que se ganó su fama por oponerse a los cobros excesivos del tributo y que que participó como comandante militar en el levantamiento de Juan José Castelli,[93][94] pues para cuando se tuvo intenciones de coronar a Juan Bautista, éste ya estaba anciano y cerca de la muerte. Posteriormente se proyectó su enlace matrimonial del Inca con la Casa de Braganza, cuyos miembros residían en Río de Janeiro.[95] Sólo cuatro días después de hacer esta proclama, tuvo lugar el gran anuncio de la Independencia de Argentina, con una gran mayoría de los asambleístas optando por la forma monárquica sugerida que, además, debía tener sede en la ciudad del Cuzco, la capital del proyectado Nuevo Reino. Sólo Godoy Cruz y parte de sus colaboradores exigieron que dicha capital estuviese en Buenos Aires, aunque de todos modos se suscribieron al plan monárquico americano, apoyado por personajes de la talla de San Martín y Martín Miguel de Güemes. Su informe en la asamblea fue transcrito y comentado por Tomás Manuel de Anchorena en una carta muy posterior (4 de diciembre de 1846), dirigida a Juan Manuel de Rosas. Del texto se desprende el siguiente contenido de la propuesta Belgrano, donde informaba:

"...que había acaecido una mutación completa de ideas en Europa en lo respectivo a la forma de gobierno. Que como el espíritu general de las naciones, en años anteriores, era republicarlo todo, en el día se trataba de monarquizarlo todo. Que la nación inglesa, con el grandor y majestad a que se ha elevado, no por sus armas y riquezas, sino por una constitución de monarquía temperada, había estimulado a las demás a seguir su ejemplo. Que la Francia la había adoptado, que el rey de Prusia, por sí mismo, y estando en el goce de un poder despótico, había hecho una revolución en su reino, y sujetándose a bases constitucionales iguales a las de la nación inglesa; y que esto mismo habían practicado otras naciones. ...en su concepto la forma de gobierno más conveniente para estas provincias sería la de una monarquía temperada; llamando la dinastía de los Incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del trono".

Según este Plan del Inca,[96] sería un gobierno efectivo y constitucional de estilo parlamentario tipo británica, con el objeto de lograr el pronto reconocimiento a nivel internacional de la independencia argentina. Su propuesta de implantar una monarquía inca parlamentaria fue ridiculizada por sus contemporáneos que apoyaban la formación de una república, el proyecto original fue rechazado principalmente por razones de racismo, y su derivación bragantina fue rechazada por Juan VI de Portugal. Los delegados porteños manifestaron su rechazo total a la delirante idea, casi sin ser escuchados. Se cuenta que uno de ellos llegó a gritar allí: "¡Prefiero estar muerto que servir a un rey con ojotas!"; y que los periodistas de Buenos Aires se mofaban de la decisión asegurando que ahora tendría que ir a buscarse "un rey patas sucias en alguna pulpería o taberna" en el Altiplano.[97] Sin embargo, obedecía a un inteligente cálculo por parte de Belgrano: la oferta de la corona a los Incas buscaba atraer la adhesión de parte de las poblaciones incas de las actuales zonas andinas de Bolivia, Perú y Ecuador al movimiento emancipatorio que se gestaba desde Argentina. Fue, con San Martín y Bernardo de Monteagudo, uno de los principales promotores de la Declaración de la independencia de las Provincias Unidas en Sud América, en San Miguel de Tucumán, el 9 de julio de 1816. Sin embargo, su fracaso de Belgrano en las Expediciones Auxiliadoras al Alto Perú fue determinante para que las Provincias Unidas del Río de la Plata perdieran el control del Alto Perú y cualquier posibilidad de difundir su proyecto en el Bajo Perú, misma zona donde la Nobleza incaica prefirió dar su apoyo a la Contrarrevolución de Córdoba y al Ejército Real del Perú que a la Revolución de Mayo y al Ejército patriota.

El Congreso de Tucumán finalmente decidió rechazar el plan del Inca, creando en su lugar un estado republicano y centralista.[98] Hacia 1819, una vez instalado el Congreso en Buenos Aires, y ya bajo la influencia de Pueyrredón, reapareció la posibilidad de coronar a un noble francés como rey constitucional de las “Provincias Unidas”, el ministro de relaciones exteriores Gregorio García de Tagle envió varias misiones a Europa para negociar la coronación de otros candidatos, entre los cuales se consideraron las opciones del Duque de Orleans –el futuro rey Luis Felipe I de Francia– y del Príncipe de Luca,[99] pero los tiempos eran otros; las tensiones entre unitarios y federales desembocaron en la batalla de Cepeda (1.º de febrero, 1820) y la consecuente caída del Directorio (11 de febrero), abortaron definitivamente la eventualidad.

A pesar de todo, este ideario monárquico serviría de inspiración para el Protectorado de San Martín en el Perú.

"Los revolucionarios argentinos eran monarquistas; ellos enviaron a Europa a don Juan José Sarratea, a don Miguel Belgrano y a don Bernardino Rivadavia, a buscar un príncipe para coronarlo aquí. Otros buscaban algún indio de las familias de los Incas para hacerlo rey. Estos grandes liberales, libertadores de los dos mundos, no declararon siquiera la libertad de los esclavos; y las cosas quedaron en ese estado hasta 1840, en que Rosas, para engrosar su ejército, abolió la esclavitud."
Diego Barros Arana

Proyecto de San Martín y Bernardo O'Higgins

Después de considerar el compromiso que los lautarinos asumieron en Tucumán, se ve que convivían en una suerte de "guerra fría", dentro de las logias independentistas, las corrientes republicanas y monarquistas, y, en algún momento, las ideas de coronar un soberano superaron la inspiración de la causa republicana original y jurada de los miembros de tales grupos, si es que acaso existió, pues autores posteriores a Sarmiento incluso han puesto en tela de juicio la información sobre el supuesto juramento republicano de la Logia que reportara Zapiola. Coincidentemente, el 14 de junio de 1816, San Martín le había escrito a Tomás Guido desde Mendoza, usando el argot masónico secreto tan bien manejado dentro de la Logia:

"Sería conveniente llevar desde ésta a Chile ya planteado el establecimiento de la educación pública (la Logia) bajo inmediata dependencia de esa ciudad (Buenos Aires). Esto sería muy conveniente porque el atraso de Chile es más de lo que parece. Hágalo Ud. presente al Gobierno, para si es de su aprobación, empezar a ojear algunos alumnos (iniciados). Yo creo que, aunque no sea más que por conveniencia propia, no dejaría a Pueyrredón de favorecer el establecimiento de pública educación".
Bernardo O'Higgins, político chileno que consideró favorable la causa monárquica argentino-peruana.

Meses después, el 17 de enero de 1817, Pueyrredón autorizaba reservadamente a San Martín para nombrar a O'Higgins "en clase de presidente o director provisional de Chile" después de que fuese liberada la capital chilena. Así de poderosa era la Logia Lautaro: dando permiso incluso las elecciones de las autoridades en Chile, desde Buenos Aires. Al respecto, el controvertido historiador chileno Oscar Espinosa Moraga, de fuerte acervo nacionalista, publicó algunas otras observaciones bastante polémicas sobre O'Higgins, San Martín y la Logia en su libro "El Precio de la Paz Chileno-Argentina", tan comprometedoras que su amigo González Madariaga debió salir a responderlas y minimizarlas en un "acápite o'higginiano" de uno de sus libros sobre el mismo tema de las relaciones exteriores Chile-Argentina. Todo lo expuesto, entonces, cambiaría por completo el enfoque que tradicionalmente se ha tenido de las Guerras de Independencia como una cruzada liberal de enaltecimiento del espíritu republicano en la etapa de la participación argentina en el cruce de los Andes y después la expedición libertadora a Perú, pues, los hechos derivados del Congreso de Tucumán demostrarían, más bien, que todo el esfuerzo de esta etapa se orienta a unir Argentina, Chile y Perú bajo el trono de una nueva monarquía constitucional, muy ajena a la idea patriota concebida durante la Patria Vieja de Chile y al modelo de República que se había procurado ya en los días de Carrera, e incluso antes, si nos remontamos a la inspiración franco-revolucionaria de la conspiración de los Tres Antonios, de 1780.

Por fin, el 12 de febrero de 1818, O'Higgins puede firmar con Miguel Zañartu, Hipólito de Villegas y José Ignacio Zenteno la Proclama de Independencia de Chile, que decía en su parte central:

"...hemos mandado abrir un gran registro en que todos los Ciudadanos del Estado sufraguen por sí mismos libre y espontáneamente por la necesidad urgente de que el gobierno declare en el día la Independencia o por la dilación o negativa: y habiendo resultado que la universalidad de los Ciudadanos está irrevocablemente decidida por la afirmativa de aquella proposición, hemos tenido a bien en ejercicio del poder extraordinario con que para esta caso particular nos han autorizado los Pueblos, declarar solemnemente a nombre de ellos en presencia del Altísimo, y hacer saber a la gran confederación del género humano que el territorio continental de Chile y sus Islas adyacentes forman de hecho y de derecho un Estado libre Independiente y Soberano, y quedan para siempre separados de la Monarquía de España, con plena aptitud de adoptar la forma de gobierno que más convenga a sus intereses".

De hecho, es algo conocido que las tendencias favorables a una monarquía moderada estaban presentes en Chile desde la propia declaración de la Junta de 1810 y la constitución del Congreso Nacional en el año siguiente. Pero la sorprendente resistencia de Buenos Aires a reconocer la Independencia de Chile durante los meses que siguieron, parecen confirmar el deseo lautarino de someter la autonomía del país a una administración superior; a una nueva corona. Ya agotadas todas las excusas para seguir dilatando el acto diplomático, el 4 de agosto de 1818, Chile hizo presentar credenciales a Miguel Zañartu y así, el 12 de diciembre, el Congreso del Plata accedió a reconocer su Independencia, lo que parece haber sido el primer gran revés a la causa monárquica que había anidado en tan importantes liberal-conservadores de la Logia. El Director Supremo O'Higgins, envió ese mismo año de 1818 a su entonces ministro de relaciones exteriores, el mencionado señor Irisarri, hasta Londres, Francia y algunas casas monárquicas europeas, para hallar financiamiento para la Expedición a Perú y, supuestamente, buscar también el reconocimiento de la Independencia de Chile. Empero, Irisarri iba con una instrucción secreta precisa en su artículo 10, según la transcribe Ricardo Donoso en su trabajo titulado "Antonio José de Irisarri, escritor y diplomático":

"En todas las sesiones o entrevistas que tuviere con los Ministros de Gran Bretaña y con los Embajadores de la potencias europeas, dejará traslucir que en las miras ulteriores del Gobierno de Chile entra uniformar al país con el sistema continental de la Europa, y no estaría distante a adoptar una monarquía moderada o constitucional, cuya forma de gobierno, más que otra, es análoga y coincide en la legislación, costumbres, preocupaciones, jerarquías, método de poblaciones, y aun a la topografía del Estado chileno; pero no existiendo en su seno un príncipe a cuya dirección se encargue el país, está pronto a recibir bajo la Constitución que se prepare a un príncipe de cualquiera de las potencias neutrales que bajo la sombra de la dinastía a que pertenecen, y con el influjo de sus relaciones en los gabinetes europeos, fije su imperio en Chile para conservar su independencia de Fernando VII y sus sucesores y metrópoli, y todo otro poder extranjero. El diputado jugará la política de este punto con toda la circunspección y gravedad que merece; y aunque podrá aceptar proposiciones, jamás convencionará en ellas sin previo aviso circunstanciado a este gobierno, y sin las órdenes terminantes para ello. Las casas de Orange, de Brunswick, de Braganza presentan intereses más directos y naturales para la realización del proyecto indicado, en que se guardará el más inviolable sigilo y para cuya dirección se incluye la clave número 1".

Un detalle salta a la vista: mientras en Argentina se había proclamado abiertamente la intención de instalar la monarquía constitucional, en Chile nunca se hizo pública semejante intención. Lejos de verificar que Chile no participaba del interés monarquista expresado en las instrucciones para Irisarri, más bien confirma que la voluntad política de Santiago aún estaba totalmente sometida a las prioridades de Buenos Aires, de manera nunca confesada y soterrada. La descrita situación ha servido a muchos historiadores e intelectuales o'higginianos decididos a proteger la figura del Libertador, para asegurar que las instrucciones de esta polémica intención monarquista en Chile jamás fueron suyas ni representaron su parecer. Sin embargo, es notable que este documento haya sido el único que se salvara de la señalada quema de archivos por un acuerdo del Senado Conservador creador por Ramón Freire en 1823 (según informan investigadores de prestigio como Selim Carrasco Domínguez en "El reconocimiento de la independencia de Chile por España: la misión Borgoño"), en circunstancias poco conocidas y casi como si se lo hubiese guardado como prueba incriminante. También parece un absurdo mayúsculo creer que un ministro como Echeverría iba a actuar con autonomía suficiente para redactar tal borrador a espaldas de O'Higgins, y eso sin contar que, después de retenerse la devuelta minuta, Irisarri continuó en su misión como Ministro de Chile en Londres hasta la caída de su gobierno, en 1823, cuando poco y nada quedaba ya de la Logia en la práctica.

Sólo para la suspicacia, vale recordar que ni la Constitución de 1818 ni la de 1822 incluyeron la palabra "República" en su texto, apareciendo ésta recién en la de 1823, redactada por Juan Egaña y promulgada por Freire.

José de San Martín, Protector del Perú (1821)

En 1821, San Martín, tras establecer el Protectorado, y al darse cuenta de que los habitantes del Virreinato del Perú seguían sin sentir simpatía por la causa independentista y por el sistema republicano, propuso convertir la naciente nación en una monarquía independiente. San Martín albergaba sentimientos monárquicos, temía que los peruanos no podrían sentirse contentos con un modelo republicano, y para evitar un estado de desorden y anarquía, pensó que lo mejor era otorgar a los peruanos una monarquía constitucional. Es por eso que se reconocieron todos los títulos y derechos de la nobleza colonial, cambiando los "Títulos nobiliarios de España" por "Títulos nobiliarios del Perú"; asimismo creó la Orden El Sol, una condecoración militar de corte monárquico y hereditaria,[100] fundó la Sociedad Patriótica de Lima, que tenía el objetivo de difundir un sentimiento monárquico a la población peruana a través del diario El Sol del Perú. Proclamado gracias a sus negociaciones como Protector, entonces, San Martín estaba convencido de instalar una monarquía en Perú, aunque no se atrevió a tomar pasos decididos en este sentido durante su confuso mando en Lima, pese a contar con apoyo de la acaudalada nobleza local para este propósito. Prefirió, en su lugar, un camino más cauto y así, en las Conferencias de Paz de Punchauca de mayo de 1821, otra vez trató de verter sus dotes de negociador, proponiéndole al Virrey José de La Serna que se coronase en Perú un príncipe de la Casa Real de España. Sin embargo, esta vez fallaron sus encantos: De la Serna se opuso, y la propuesta naufragó; empeñado en no frustrarse, el perseverante San Martín hizo buscar por su cuenta también algún príncipe europeo, enviando a Buenos Aires una misión compuesta por el colombiano Juan García del Río, a la sazón su secretario de relaciones exteriores en Perú, y el médico y comerciante británico James Paroissien, está comisión diplomática, la Misión García del Río-Paroissien, partió a Europa con el fin de contactar con las principales casas reales, y encontrar al futuro Rey del Perú. Entre los candidatos que se tomó en cuenta para asumir tal cargo estaban Leopoldo de Sajonia-Coburgo; el duque de Sussex, Augusto Federico de Hannover; Leopoldo de Borbon y María Clementina de Austria. El candidato principal era el príncipe Leopoldo de Sajonia-Coburgo-Gotha, siguiéndole algún príncipe de la Casa de Brunswick, Habsburgo, Romanov, Borbón, Braganza y en última instancia, solicitar al Duque de Lucca (todos bajo la condición de su catolicidad). Paz Soldán señala que los pedidos de la misión fueron ignorados y menospreciados en Europa, dado que casi nadie quería venir a gobernar el Perú por su falta de legitimidad.[101]Como sucedió antes con la misión Irisarri de Chile, los enviados partieron bajo la fachada de ir a lograr el "reconocimiento" de la Independencia de Perú, aunque estaba escrito que no conseguirían ni lo uno ni lo otro.

Leopoldo de Sajonia-Coburgo, Principal candidato a Rey del Perú

Para tal fin, San Martín, envió a fines del mismo año una misión diplomática encabezada por su ministro Juan García del Río para convencer a Leopoldo de Sajonia-Coburgo de que inaugurase la monarquía en Perú. Sin embargo, cuando se iniciaban las gestiones en Europa, San Martín decidió renunciar al gobierno en Lima y el Primer Congreso Constituyente instauró un régimen republicano, por lo que Juan García del Río fue desautorizado inmediatamente y el anhelo de un Perú monárquico con el que soñaba la aristocracia limeña pasó en definitiva al olvido. En su libro Meditaciones Colombianas , Juan García del Río propone crear un régimen constitucional fuerte, en forma de una monarquía parlamentaria de la que Simón Bolívar sería el líder.

Otro candidato que fue considerado para ocupar el cargo de Rey del Perú fue Napoleón Bonaparte, ex emperador de Francia y ex rey de Italia, que se hallaba prisionero en la Isla Santa Elena. La revista "History Today" publicó en el 2005 un ensayo en el que Christopher Woodward afirma que lord Thomas Cochrane, el intrépido marino británico afincado en Chile, quería rescatar a Napoleón de Santa Elena y traerlo a Sudamérica aprovechando la guerra entre España y sus colonias. Autores como Javier Moro en la novela "El imperio eres tú", Thierry Brun en "El espía chino de Napoleón" y Emilio Ocampo en "La última campaña del emperador: Napoleón y la independencia de América" corroboran la tesis. "Han propuesto mi nombre… ¡Napoleón, rey del Perú!", exclamaría el Gran Corso; sin embargo, por paradojas de la historia ya había fallecido 2 meses antes del establecimiento del Protectorado.[102][103][104][105]

La población criolla de la ciudad de Cajamarca, por sugerencia e invitación del marqués de Torre Tagle, Intendente de Trujillo, juró su independencia el 8 de enero de 1821. La nobleza indígena de la localidad –al tomar conocimiento– concurrió para plantear que el gobierno del nuevo Estado correspondía a un descendiente de Atahualpa que vivía en el vecindario, siendo el más sonado Don Manuel Soto Astopilco, proponiendo la restauración del Estado del Tahuantinsuyo y su derecho a la corona. No hay noticias de que hubiese hecho alusión a posibles vínculos con los lejanos y extenuados incas del Cusco .Y aunque se le escuchó y transmitió su pedido a Torre Tagle, nadie dio respuesta a esta argumentación. Lo que evidencia que para la oligarquía y la aristocracia criolla de la Intendencia de Trujillo, los sucesores de los Incas no constituían ninguna alternativa de gobierno.[106] Dejando entrever de manera tácita que el movimiento libertario sanmartiniano podía concluir en un gobierno de tipo monárquico o tal vez republicano, pero en cualquiera de los casos sería comandado por criollos y no por indígenas, por más señoriales y de regias prosapias que pudiesen hacer ostentación.[107]

Bernardo de Monteagudo, político argentino con ideas anticlericales jacobinas y simpatizante a la causa monárquica liberal.

A mayor abundamiento, buena parte de esta gestión para captar simpatías a la corona en proyecto la dirigió el siniestro Bernardo de Monteagudo, tradicional consejero y asesor de San Martín. Personaje oscuro que, además de ser uno de principales responsables de los asesinatos de Manuel Rodríguez y los hermanos Carrera, era un convencido monarquista, quizá uno de los más decididos por esta opción. Desde el Congreso de Tucumán, además, se sabía entre los lautarinos que parte de las élites del Alto Perú y de Perú mismo comulgaban con esta propuesta, proponiendo por ello la instalación de la capital del reino en el Cuzco. Hay que comprender también que, al margen del relato heroico y de las influencias de Monteagudo, el General San Martín era un europeo más que un americano. Vivió muy poco en tierra nativa, sólo durante la temprana infancia y después durante las Guerras de Independencia, poco de este período en Argentina. Quizá no haya sumado más de 20 años en suelo americano, por lo mismo. Su formación, su madurez y su muerte tuvieron lugar en el Viejo Mundo, así que culturalmente estaba influido por la idea de los imperios de Europa más que por proyectos republicanos casi experimentales. Se ha propuesto, por lo mismo, que quizá adhirió a ideas monárquicas como una forma de garantizar un camino alternativo hacia la República.

Entre el 26 y 27 de julio de 1822, se realizó la entrevista de Guayaquil, en la cual San Martín se reunió con Simón Bolívar, con el objetivo de aclarar el futuro de Guayaquil, la discusión de una posible Federación de las Américas, y el tema más importante, aclarar el futuro del Perú; San Martín llegó a plantear a Bolívar su proyecto de una Monarquía Peruana, sin embargo Bolívar se opuso rotundamente. Tras esta conversación privada, cuyo contenido solo se puede conjeturar, cedió a Bolívar la iniciativa y conclusión de la campaña libertadora.[108] Las intenciones de San Martín se habían visto frustradas no sólo por la irrupción de Simón Bolívar en el destino de la Independencia, sino por la fuerte oposición que encontró entre algunos de los propios peruanos y en el desprestigio que le arrastraron los errores y dislates de Monteagudo, perpetuado como uno de los personajes más nefastos para la historia de la emancipación de América. A su regreso al Perú, se enteró que su protectorado había sido disuelto por un congreso constituyente que proclamó la República Peruana en 1822; poco después decidió retirarse de todos los cargos y volver a su país.

He convocado al Congreso para presentar ante él mi renuncia y retirarme a la vida privada con la satisfacción de haber puesto a la causa de la libertad toda la honradez de mi espíritu y la convicción de mi patriotismo. Dios, los hombres y la historia juzgarán mis actos públicos.
José de San Martín (carta a Bolívar. Lima, 10 de septiembre de 1822).[109]

Proyecto del Imperio de Colombia

Francisco de Miranda, ideólogo del Imperio de Colombia.

En 1798, Francisco de Miranda, postulo la creación del Imperio de Colombia, el cual fue un proyecto monárquico americano, que incluía al actual Perú. Miranda tuvo la visión de un gran imperio independiente que agrupara a todos los territorios que estaban en poder de españoles y portugueses desde la margen derecha del río Misisipi en el norte hasta la Tierra del Fuego en el extremo sur del continente. El imperio estaría bajo dirección de un emperador hereditario llamado Inca para apaciguar a las etnias indígenas y tendría una legislatura bicameral.

A la izquierda, límites del "Imperio de Colombia" según el Proyecto Constitucional de Francisco de Miranda en 1798.A la derecha, limites de las nacientes republicas de Gran Colombia, Perú, Bolivia, de las cuales se le ofreció a Bolívar ser su Emperador.

Miranda tomaba aspectos importantes de la Constitución Monárquica francesa de 1791, aunque incluía otros del sistema estadounidense y del Imperio británico. Este nuevo Estado Federal se extendería desde el río Misisipi por el norte hasta el cabo de Hornos por el sur, teniendo como capital a Panamá.[110]

Tal propuesta nació tras la Independencia de las Trece Colonias, dado que Miranda pensaba que aquel nuevo Estado se volvería en pocos siglos muy poderosa en América y en el mundo, y que su afán imperial no tendría límites, la mejor forma de contrarrestar tal acontecimiento era crear un imperio que equilibrara la balanza.

La forma de gobierno de este imperio sería similar al de Gran Bretaña, estaría organizado de manera federal, regido por las familias incaicas, con sus poderes limitados por una legislatura bicameral. El Jefe de Estado ostentaría el título de Emperador de Colombia.[111]

De la Forma de Gobierno:
Este debe ser mixto y similar al de la Gran Bretaña. Lo integrará un Poder ejecutivo representado por un Inca provisto del título de Emperador. Este será hereditario.
Francisco de Miranda, 1798

Posteriormente los generales José Antonio Páez, Juan José Flores, Agustín Gamarra y el ministro José María Pando; le ofrecieron a Simón Bolívar la corona imperial de la Gran Colombia, Bolivia y Perú, las cuales rechazo por ser un ferviente republicano.[112]

Proyecto de José María Pando, Hipólito Unanue y Agustín Gamarra

A Simón Bolívar durante su carrera le ofrecieron la corona imperial de la Colombia Magna (Ecuador,[113] Colombia[114] y Venezuela),[115][116] Bolivia y del Perú. Propuestas que le hicieron los generales José Antonio Páez, Juan José Flores, José de Sucre, Agustín Gamarra[117] y el ministro José María Pando.

Entrando hacia el Perú en la Campañas del Sur por la vía de Popayán, los monárquicos Pasto y Quito (que conquista para anexarlo a Colombia, como hace luego con Guayaquil), donde se entrevista con San Martín, y, en la diplomacia que utiliza, engaña al general argentino sobre sus intenciones seguidas y dictatoriales, aunque no dejando de hablar en tal encuentro sobre las tendencias monárquicas de un futuro gobierno liberal en el Perú (sea reino o república), porque en ello ambos coincidían debido a que nadie deseaba romper con la realeza española, porque todos en la sociedad peruana se sentían súbditos del Rey. El caraqueño Don Simón Bolívar prosigue rumbo a la Ciudad de los Reyes de Lima, donde el Libertador inicia otro período autoritario de gobierno. Ya en calidad de Dictador, con altos funcionarios que pronto le traicionan, como el marqués Riva Agüero, el marqués de Torre Tagle y Mariano Portocarrero, pues vista la situación planteada, aspiran el regreso de la monarquía española al Perú, país donde predominan muchos nobles de alcurnia, aunque se comenta a sotto voce, que el retorno será bajo el dominio de Colombia. Y vista esta situación excepcional mientras a Bolívar se le calientan las orejas con los rumores de la monarquía propia, extralimita el mando con pelotones de ejecución sumaria, como el caso del Vizconde de San Jonás, o Juan de Berindoaga, Bernardo Monteagudo, y otros que son así eliminados y algunos que se salvan a última hora. Mientras tanto el general Antonio José de Sucre triunfa en la batalla de Ayacucho, lo que pronto cambia la situación de Bolívar, porque ya piensa en grande, extralimitándose de fronteras de la ilustración y con mayor ambición de poder que en sus etapas más liberal-demócratas.

Simón Bolívar, Dictador del Perú, a quien se le ofreció el título de Emperador del Perú y de Colombia, también Emperador de los Andes.[118][119]
José María Pando, político limeño monárquico.

José María Pando, destacado político limeño, al retornar a Lima en 1824 fue convocado por Simón Bolívar para ocupar el cargo de Ministro de Gobierno y encargarse de asesorarle. Pando después de estudiar a la sociedad peruana de aquel entonces, pretendió instaurar en el Perú una Monarquía Constitucional con Simón Bolívar como “Emperador del Perú”.

En 1826 llegó a la cancillería peruana la noticia de que en Cuba se concentraban fuerzas españolas con apoyo de la Santa Alianza, por ende algunos algunos militares como Agustín Gamarra y ministros peruanos presididos por José María Pando ofrecieron a Bolívar el título de Emperador del Perú, de por si este ya había aceptado el cargo de Suprema Autoridad que le ofreció el Congreso de la República. Sin embargo Bolívar rechazó tajantemente aquellas propuestas por ir en contra de sus ideales republicanos radicales; incluso él mismo escribió a sus generales con malestar sobre la propuesta de Gamarra, ya que él mismo tiempo atrás le había comentado porqué rechazó la corona imperial de Colombia con su carta de junio de 1826. Pando entonces decidió valerse del sistema republicano para proponer sus reformas de corte borbónico e instaurarlas en la sociedad.[112]

Agustín Gamarra, conservador peruano que consideró la monarquía durante el régimen bolivariano.

Mientras tanto, y sobre el paso de las bayonetas colombianas ocupantes, Bolívar nuevamente saca debajo de la manga su comentada Constitución Vitalicia, de carácter cesarista, constitución que elabora y envía desde Lima para su aprobación, misma que fue acusada como “una monarquía con otro nombre”, llamándola así Bartolomé Mitre, o “monarquía disfrazada de república”, según anota el venezolano Carlos Irazábal, Carta Magna despótica y contraria al ejercicio representativo, calcada de los resabios monárquicos sostenidos en Angostura y Cúcuta, como la presidencia perpetua, el senado vitalicio y hereditario o “cámara de lores”, que pronto se rechazan, dentro del rápido declive político que se nota en Bolívar. Pero antes de regresar el caraqueño a Lima, en la nueva Bolivia sostiene conversaciones con delegados argentinos [Alvear, Díaz Vélez, etc.], que le tientan nuevamente a Bolívar para el ejercicio monárquico del Estado, mientras piensa, además, en una “Federación Boliviana”, que abarque a la Gran Colombia, el Perú y a Bolivia, y donde ya algunos impulsores en tiempo oportuno creían que el caraqueño podía ser nombrado como “Emperador de los Andes”. A esto se suma el testimonio del ministro argentino M. Bustos, quien el 27 de octubre de 1828 dijo en el diario “El Tiempo” de Buenos Aires que Sucre y Gamarra habían armado un plan para hacer de Bolívar el Emperador de la América Meridional, separando Puno, Arequipa y Cuzco de la República del Perú, algo de lo que Bolívar estaba al tanto pero que no quería dar un paso en falso.

De esta manera se forman ya grupos pro monárquicos con Hipólito Unanue a la cabeza, y en Bogotá con dificultad existe el colectivo monárquico, pero de tendencia francesa, y hasta en Caracas ronda por sí otro sector duro que con el fin de sostener a Páez en el poder, piensa en el rey “Simón I”, aunque residiendo en Bogotá. Juntos pero no revueltos. Así se despeja la idea de traer príncipes borbones para reinar en América, como algunos sostenían, mientras en Venezuela se forma un corro a favor de la corona a fin de colocar sobre la testa bolivariana [para que reine pero no gobierne] sostenido dentro y fuera de sus alcances por Antonio Leocadio Guzmán, Rafael Urdaneta, Sucre, Flores [entonces Morillo comunica a Madrid que en Caracas pensaban proclamarlo rey como “Simón 1º, Rey de las Américas”], Ibarra, Montilla, Valdés, Briceño Méndez, O´Leary, Mariño, Rivas, Soublette, Carabaño, también Mosquera, Vergara, Restrepo y hasta Santander, mientras Bolívar le responde a éste: “que se persuada todo el mundo que yo no seré rey…”. En este tiempo y ya en una Lima que no lo quiere y antes de partir a Bogotá luego de un lustro de discordias, el caraqueño clausura el Congreso adversario a sus ideas, y mientras sateliza el Perú a favor de Colombia, triste por no haber tenido éxito sus intenciones personales de ser dictador vitalicio en el Perú de un imperio que se extendía del Orinoco a más al Sur de Bolivia, fracasado parte rumbo a la Nueva Granada, donde le esperan tiempos muy amargos, pues quienes pueden circundarle ya conocen bien sus intenciones políticas finales y porque además se ha afianzado en el poder un rival de peso que es el general Francisco de Paula Santander.[120]

Es de recordar que para ese tiempo existieron varios reinos en América, como el Imperio de México, Brasil, Haití, y otros a crear que con impulsores ya mencionados como San Martín, Puerreydon y Rivadavia, que apostaban por colocar un príncipe europeo en tierras delimitadas de América [fuere británico, germano o hasta sueco]. En cuanto a Colombia, por las disensiones internas, no se pudo llegar a culminar ese propósito monárquico bolivariano, que incluyó llegar hasta una Federación de monarquías. Ya antes sus oficiales de confianza, como José Gabriel Pérez, sobre el Perú afirma que “hemos de coronar al Libertador”, y Valdés le pide en carta que se proclame Rey, “que ese era el voto de todos en Quito y Guayaquil”. Mosquera le dice que el “ejército está decidido por una monarquía”, mientras Restrepo le recuerda en igual sentido, y Montilla le reitera que “en una monarquía y que os coloquéis  a la cabeza de ella”. Estanislao Vergara le comenta igualmente sobre que Vuestra Excelencia sea Presidente Vitalicio y después venga un Rey. Más radical es Urdaneta, quien le comenta a Sutherland así: “Bolívar tenía la intención de formar una monarquía, bajo la protección inglesa”, para colocarse luego la corona, mientras el irónico Santander, le escribe que acepta que mande [a los colombianos] “porque nos gobernará según las leyes”. Y en verdad Bolívar no gobernó como monarca quedándose con las ganas, a pesar de su maniobra siempre maquiavélica y personalista, porque ya estaba en las últimas y pronto iba a morir.

Estos proyectos monárquicos bolivaristas fueron abortados porque el anti-monarquismo y el anti-imperialismo fueron esencial en el pensamiento bolivariano, demostrándose en julio de 1825 cuando el caudillo republicano Simón José Bolívar y Palacios en calidad de “Suprema Autoridad del Perú” abolió los Cacicazgos en la joven República del Perú, rompiendo así de manera definitiva un sistema jerárquico que había estado presente por más de 3 siglos en el Perú, todo con el afán de consolidar la República como único sistema imperante en la región. Bolívar hizo cuanto pudo para borrar todo recuerdo de imperialismo hispánico e indígena, y plasmó ese deseo en la Constitución de 1826 que debía de ser vitalicia.[121] Tras el régimen bolivariano inicia el proceso de modernización del Perú, donde el monarquismo era algo inaceptable debido a su implacable convicción en Bolívar de que la independencia política debía ser completada por un cambio social revolucionario que sustituyera las estructuras feudales por un modelo liberal, burgués, capitalista, siendo lo más idóneo la república. Pensaba, además, que el desarrollo capitalista sudamericano resultaba imposible si la desaparición del imperio español desmembrase a sus provincias y ocasionaba una nueva dependencia en favor de Europa o EE.UU. Por esta doble razón combatió a la nobleza criolla y debilitó a las comunidades campesinas, solidaridades ambas de tipo pre-capitalista. Y se opuso a los nacionalismos provinciales para crear en su reemplazo un gran Estado sudamericano. En su esquema geopolítico solo cabían 5 unidades dentro del Nuevo Mundo: EE.UU., Méjico, La Gran Colombia (Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia), Brasil y la Argentina[122]

“Napoleón era grande y único, y además sumamente ambicioso. Aquí no hay nada de esto. Yo no soy Napoleón ni quiero serlo; tampoco quiero imitar a César; aún menos a Iturbide. Tales ejemplos me parecen indignos de mi gloria. El título de Libertador es superior a todos los que ha recibido el orgullo humano. Por tanto, es imposible degradarlo. Por otra parte, nuestra populación no es de franceses en nada, nada, nada. La república ha levantado el país a la gloria y a la prosperidad, dando leyes y libertad…”.
Simón Bolívar, 1826

Proyecto luso-brasileño en el Alto Perú

Bandera del Reino de Brasil integrado al Imperio portugués, se consideró la anexión del Alto Perú como última opción para salvaguardar la resistencia monárquica de los realistas hispanoamericanos en Perú.

Los movimientos de independencia comenzaron a surgir en Hispanoamérica, sembrando la guerra y el caos. Ante este sentimiento de inseguridad y temor al caos, en junio de 1822, los tres gobernadores de los departamentos españoles del Alto Perú (que ya estaban amenazados por las tropas de los generales Antonio José de Sucre y Simón Bolívar), se reunieron en Cuiabá, Capital de la Capitanía de Mato Grosso del Reino de Brasil y pidió al Gobernador que intercediera ante el Príncipe Regente de Portugal, Dom Pedro (que muy pronto se convertiría en Dom Pedro I, Emperador de Brasil), para que el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves se anexionaran estos territorios, con el objetivo de salvar a su población de la carnicería y el caos tras las noticias de la Independencia del Perú.

Inmediatamente, el gobernador de Mato Grosso envió tropas que estaban estacionadas en su capitanía al Alto Perú, bloqueando el avance de Bolívar y Sucre, y envió una carta a Dom Pedro, informándole del envío de tropas y la solicitud de avasallamiento de las autoridades de Alto Perú (que luego se convertiría en Bolivia), alguna de estas tropas luso-brasileñas llegarían a intervenir voluntariamente en la Guerra de Independencia de Maynas en el Bajo Perú.

Dom Pedro I no recibió esta carta hasta noviembre de 1822, cuando Brasil ya era una nación independiente. Además, Bolívar y Sucre fueron más rápidos y enviaron representantes a Río de Janeiro, que llegó antes de la carta del gobernador. Así, cuando lo recibió, Dom Pedro I ya había decidido no anexar el Alto Perú, rechazando el pedido de los gobernadores de la región y ordenando la retirada de las tropas de allí. Con esto, Dom Pedro I dejó la región del Alto Perú (hoy Bolivia) a su suerte, que culminó con la invasión de las tropas de Bolívar y Sucre y la independencia de Bolivia de España y del Virreinato del Perú. Por supuesto, en ese momento, Dom Pedro I estaba más preocupado por superar la resistencia de las tropas portuguesas en suelo brasileño en su propia Guerra de Independencia, garantizando la Unidad de Brasil. Sin embargo, de no ser por esta decisión, el territorio de la actual Bolivia hubiera sido parte de Brasil y se pudo haber dado una intervención luso-brasileña en la independencia del Perú y Bolivia. Adicionalmente, Brasil hubiera tenido acceso directo al Océano Pacífico, algo que se ambicionaba en las elites brasileñas.[123]

Proyecto brasileño en Chiquitos

Chiquitos y Mojos fueron siempre las zonas más vulnerables al avance de los portugueses, quienes causaron problemas a los Jesuitas y, después, a los gobernadores militares. Chiquitos estuvo más cerca del Brasil que de Santa Cruz, la distancia y desvinculación permitieron que el gobernador realista de esa provincia considere pedir auxilio al Imperio de Brasil.[124] En el Oriente del Alto Perú (hoy Bolivia) los chiquitanos se caracterizaban por adherirse a la causa de la monarquía, debido a su arraigada identidad política en las misiones, habiendo sido feroces opositores a las Expediciones argentinas al Alto Perú y resintiendo la insurgencia provocada por Ignacio Warnes en sus territorios. En 1825, los cabildantes chiquitanos se vieron involucrados en una confrontación de soberanía en la frontera entre Bolivia y el imperio de Brasil. El ejército insurgente, comandado por Antonio José de Sucre, ingresó en el territorio controlado por la Audiencia de Charcas en febrero de 1825, dejando un remanente de las fuerzas del Ejército Real del Perú comandadas por el general Pedro Antonio de Olañeta arrinconado en Potosí. Los líderes del movimiento independentista, Simón Bolívar y el propio Sucre, se ponían a resguardo frente a una posible contrarrevolución desde Brasil, encabezada por la Santa Alianza Europea (formada en 1815), motivada –según las suspicacias de los insurgentes– para adelantar las ambiciones territoriales del imperio brasileño y restaurar el dominio monárquico en América del Sur.[125]

Mapa de Sudamérica anterior a las guerras de independencia. Se muestra el territorio de Chiquitos en el Alto Perú y su frontera con el Brasil monarquista.

En marzo de 1825, tras la liberación de Santa Cruz de la Sierra por José Manuel Mercado, el gobernador realista, el Coronel Sebastián Ramos, se pronunció a favor de la revolución enviando felicitaciones a Antonio José de Sucre, pero poco después envió al Mato Grosso al sacerdote y Teniente Coronel José María Velasco a solicitar el apoyo brasileño proponiendo la anexión de Chiquitos y Moxos a ese Imperio a cambio de reconquistar los Reinos del Perú, algo que Manuel Alves da Cunha vio como una oportunidad no solo para incrementar la presencia brasileña en la región, sino también para ser una demostración de fuerza para las fuerzas de Sucre y Bolívar e impedir que realizaran una alianza con los argentinos. Una capitulación fue firmada el 28 de marzo, la que fue aceptada por la Junta Gubernativa del Mato Grosso el 13 de abril declarando a Ramos gobernador y jurándose fidelidad al emperador de Brasil el 24 de abril.

1° La provincia de Chiquitos se entregara bajo la protección de S. M. I. hasta que evaquada la América Española, ô reino del Perú del poder revolucionario comandado por los sediciosos Simón Bolívar y Antonio José de Sucre sea reconquistada por las armas de S. M. C., y reclamada por dito Soberano, ó por algún general a su real nombre. 2° Serán conservados sus estatutos políticos, y eclesiásticos, y leijes fundamentales de ella como las exenciones que gozan por privilegios los empleados y naturales.

Pedro I de Brasil y IV de Portugal, a quien se le quiso pedir apoyo contra movimientos republicanos triunfantes en el Alto Perú ante las postrimerías del Virreinato del Perú.

La capitulación ingeniada por Ramos y Araujo habría implicado, ni más ni menos, la transferencia al territorio brasileño de todos los recursos productivos de los pueblos de Chiquitos, incluido el más importante, el recurso humano de sus comunidades. No obstante ello, la capitulación estipulaba que se conservaran las “instituciones políticas y eclesiásticas” que gobernaban a los naturales, administradores y sacerdotes. Para ilustrar este último punto, Ramos intentó legitimar la capitulación, firmada en marzo en Vila Bela (Mato Grosso), al convocar una asamblea de vecinos notables y funcionarios indígenas en el pueblo de Santa Ana (Chiquitos) el siguiente mes, con el propósito de ratificar el documento que reconociera la soberanía de Pedro I sobre la provincia de Chiquitos. El 15 de abril se envió una comunicación al emperador participándole la anexión. El 25 de abril 400 soldados brasileños fueron enviados a Santa Ana al mando del comandante mayor Manuel José de Araujo e Silva, quien al día siguiente envió desde ese pueblo a Sucre una comunicación anunciando la anexión, quien la recibió el 11 de mayo. Sucre envió un ultimátum ese día, amenazando con enviar un ejército a expulsarlos, quien comenzó a planificar una acción de respuesta y una eventual invasión de la provincia de Mato Grosso. Con la expedición brasileña, los dirigentes argentinos realizaron una misión diplomática en la República de Bolívar, para discutir la situación brasileña, que ahora era un problema para ambas naciones. Los argentinos defendieron que colombianos, peruanos y argentinos deben unirse contra Brasil y luego dividir la nación en varias repúblicas, haciendo así a la Gran Colombia la potencia dominante en Sudamérica, además, las Provincias Unidas anexarían parte del Mato Grosso y el sur de Brasil, algo que facilitaría una expedición contra Paraguay para derrocar al caudillo paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia, además de eventualmente anexar Paraguay. Este plan también pondría fin al sistema monárquico constitucional europeo en América del Sur, fortaleciendo el modelo republicano en la región, algo de interés para el líder venezolano. Sin embargo, Bolívar se negó y mantuvo cierta prudencia, queriendo resolver todo a través de la diplomacia, ya que creía que el emperador brasileño no conocía esta acción.[126]

Escudo de armas del Imperio del Brasil bajo la Casa de Braganza.

El 30 de mayo, antes de tomar conocimiento el emperador por carta de Simón Bolívar, la provincia fue evacuada por los brasileños que saquearon las iglesias de Santa Ana y de San Rafael y anularon la anexión. El 13 de agosto el emperador Pedro I de Brasil repudió la anexión, ordenó retirarse a las fuerzas brasileñas y anuló la capitulación de Ramos, destituyendo a Araujo de Silva de su puesto y mandando un nuevo gobernador para el Mato Grosso, José Saturnino da Costa Pereira, ordenando no inmiscuirse en la guerra del Alto Perú.[127] Por lo visto las autoridades imperiales de Río de Janeiro no quisieron abrir otro frente de combate contra la Gran Colombia y el Perú, cuando estaba aún candente la disputa territorial entre Brasil y la naciente Argentina sobre la Banda Oriental o la Provincia Cisplatina con la Guerra en el Río de la Plata, la intervención de una o más de las repúblicas del norte de la América del Sur en la guerra fue objeto de una continua especulación a lo largo de 1826, debido a informes sobre la presunta complicidad brasileña con conspiraciones reaccionarias europeas, de modo que la posibilidad de una generalización de la guerra fue un factor que continuó presente en los cálculos de todos los actores involucrados, al menos durante el primer año del conflicto, a pesar de que objetivamente era muy improbable. Esta solución a la crisis es vista como una victoria política brasileña, que además de garantizar sus intereses en la región, evitó una posible respuesta afirmativa de Bolívar, aunque no se logró cumplir una intentona de restauración monárquica en la América Española con auxilio del Brasil. La expedición brasileña alertó a las repúblicas de América del Sur de que eran vulnerables tras la guerra contra España, algo que se convertiría en uno de los motivos del Congreso de Panamá.

Proyecto Floreano-Borbónico

Juan José Flores, financiado por la corona de España, planificó crear el Reino Unido de Ecuador, Perú y Bolivia.[128]

En 1846, Juan José Flores, quien fue presidente de Ecuador, tras ser derrocado planifico un proyecto para realizar una expedición monárquica, al estar convencido de la ingobernabilidad del Ecuador bajo un sistema republicano, y que sólo una dictadura presidida por el, o una monarquía, podían rescatar al país de la guerra civil por la lucha de poderes en el que se hallaba sumergido. Es así, que Flores, reúne 6000 hombres en Europa para emprender una expedición monárquica, con el objetivo de conquistar Ecuador, e instaurar allí una monarquía presidida por un príncipe europeo, la cual tendría su trono en Quito; y posteriormente expandir el nuevo reino, absorbiendo las repúblicas del Perú y Bolivia para conformar el ''Reino Unido de Ecuador, Perú y Bolivia''.[129][130]

Se puso en contacto con su amigo y antiguo compañero en las luchas independentistas, el general irlandés Richard Wright, quien se encontraba en Gran Bretaña como antiguo embajador ecuatoriano, a quien le encomendó la tarea de reclutar 1.200 hombres, obtener armas suficientes y adquirir tres buques de guerra para proceder a invadir y conquistar Ecuador. También se contactó con José Joaquín de Mora, agente del general Andrés de Santa Cruz en Europa, para que intercediera por la causa ante el ministro Palmerston, que acababa de hacerse cargo por segunda vez de la Oficina británica de Asuntos Exteriores. Santa Cruz en ese entonces se encontraba también en el exilio, tras haber establecido la Confederación Perú-Boliviana,[131] la cual había sido disuelta en 1839, sin embargo no desistía en su sueño de restaurar su Confederación por cualquier medio, es por ello que su principal adversario, el presidente chileno Manuel Bulnes se mantenía alerta de las incursiones y planes de Santa Cruz, las cuales informaba al gobierno argentino de Juan Manuel de Rosas.[132][133]

Se recela también con bastante probabilidad que los Generales Flores y Santa Cruz estén unidos en la empresa, y que se trate de resucitar, bajo una forma u otra, tal vez la monárquica, la antigua Confederación Perú - Boliviana.
Carta de Manuel Bulnes (Presidente de Chile) a Juan Manuel de Rosas (Encargado de la Confederación Argentina).

El proyecto de Flores recibió el apoyo y financiamiento de la Regente del Reino de España, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, por lo que se estableció que el candidato a rey, de este nuevo reino sería Agustín Muñoz y Borbón, hijo de María Cristina, a quien ella, lo hacía llamar por sus títulos oficiales, como ''Príncipe de Ecuador'' y ''Restaurador de la monarquía en Perú y Bolivia''; asimismo existen otros documentos por los cuales se presume que el rey Luis Felipe I de Francia pudo también haber estado involucrado en este proyecto, financiando económicamente, al igual que había hecho María Cristina, para colocar en el trono sudamericano a sus hijos Antonio de Orleans y Luisa Fernanda de Borbón, quienes acababan de contraer matrimonio.[134][135]

El 7 de agosto de 1846 el diario madrileño ''El Clamor Público'' hizo de conocimiento general la noticia del proyecto de expedición monarquista floreano-borbónica en Ecuador, con el que estalló el escándalo en Europa. Para el 20 de octubre, la creciente oposición de la opinión pública británica que se sumó a las gestiones de las delegaciones latinoamericanas en ese país, se intensificó con la protesta formal de más de treinta casas comerciales comandadas por la Baring Brothers, que veían en el proyecto del general Flores una amenaza a los intereses económicos británicos, tal como lo había planteado antes el ministro peruano Iturregui.[136]

Esta situación obligó a Palmerston a confiscar las naves del general Flores, que se encontraban ancladas en el East India Dock de Londres, a través de funcionarios de aduanas, invocando la Ley de Reclutamiento Extranjero. De igual forma, inició una demanda contra los responsables de la empresa, mientras a la par el alcalde de Limerick (Irlanda) se hizo cargo de detener el reclutamiento que se llevaba a cabo en esa localidad.[137]

Escudo de los Borbones para el trono de Ecuador, Perú y Bolivia.

Toda esta situación obligó a Flores, que se encontraba en la corte de Madrid, a acudir a Gran Bretaña para defenderse y obtener la devolución de sus barcos, pero ante la posibilidad de verse envuelto en el juicio intentó regresar a España vía París. Las malas noticias no acabaron para Flores, pues en España, Joaquín José de Osma, publicó en los periódicos de la capital ibérica la noticia del embargo que, sumado a otros motivos, obligó al gabinete de Francisco Javier de Istúriz, que lo había apoyado, a dimitir. El nuevo Gobierno, encabezado por el VIII duque consorte de Sotomayor, revirtió el depósito de soldados que se encontraban listos para la intentona en el puerto de Santander. Flores permaneció por varios meses en Europa, tratando inútilmente de recuperar sus naves con el apoyo de la reina María Cristina, que quería recuperar parte de su inversión.[138]

Proyecto de Gabriel García Moreno

El proyecto de protectorado francés en Ecuador fue una tentativa de protectorado y posible instauración monárquica francesa en la República del Ecuador. La propuesta fue presentada por primera vez en 1859 por el entonces presidente, Gabriel García Moreno, al ministro del emperador Napoléon III acreditado en Quito. Muchos países latinoamericanos se caracterizaron por su admiración a la cultura de Francia y era algo común por parte de las clases altas enviar a sus hijos a estudiar a París. El afrancesamiento por parte de varios gobiernos de aquel entonces fue detectado por el ministro de los Estados Unidos, Friedrich Hassaurek, quien constataba la influencia francesa en territorios sudamericanos.[139] Gabriel García Moreno no fue ajeno a estas concepciones y pretendió la ayuda de Francia mediante un protectorado para el Ecuador, que se encontraba en plena guerra con el Perú y en crisis económica, civil y política, sin que pierda su independencia y soberanía y sólo en el caso de que el protectorado sea aceptado por el pueblo mediante una consulta popular.[140] García Moreno admiraba el nuevo orden político impuesto en Francia tras la revolución de 1848, con el consiguiente apogeo económico y de prestigio que ganó ese país de la mano del emperador Napoleón III, convirtiéndose en la nación más poderosa de la época. El presidente ecuatoriano se convenció de que su país podría seguir un camino similar en medio de la desalentadora crisis que vivía. Las intenciones de consolidar algún protectorado continuaron durante el resto del siglo XIX por parte de otros políticos de diferentes naciones americanas. Así tenemos los casos del colombiano Florentino González, quien propuso un protectorado en un congreso de Bogotá y la de Gómez Sánchez, ministro peruano, proclamando se siguiera el ejemplo de González y se estableciese un protectorado de uno o de varios imperios europeos en el Perú debido al conflicto hispano-peruano de 1863.[141]

"Los 4 Napoleones". Dentro del bonapartismo, Napoleón III estuvo interesado en patrocinar el monarquismo latinoamericano; a su vez Napoleón I fue considerado como candidato a emperador del Perú.

A finales de 1859, García Moreno, presidente de Ecuador en ese entonces, desarrolló un proyecto de intervención europea en el país por medio de la propuesta de un protectorado del Segundo imperio francés, que eventualmente podría abarcar otros países vecinos (con énfasis hacia el Perú, con el que tenía conflictos geopolíticos) y convertirse en una monarquía andina que respondería a los intereses de la nación gala. El pedido se hizo por medio de tres cartas a Emilie Trinité, encargado de negocios de Francia con sede en Guayaquil, y en ellas se solicitaba una asociación con el imperio dirigido por Napoleón III, similar a la que tenían Canadá con el Reino Unido en aquella época. Apareció como una medida desesperada por parte de García Moreno al sentir la impotencia de no poder hacer nada mientras el Ecuador se resquebrajaba ante la división política interna, la invasión peruana y la tentativa de repartirse el territorio ecuatoriano por parte de Ramón Castilla (presidente del Perú) y Tomás Cipriano de Mosquera (presidente de Colombia).[142] El representante de Gran Bretaña en Ecuador de la época manifestó a su gobierno que García Moreno deseaba un protectorado francés condicionado, es decir, siempre y cuando se de un ataque por parte del Perú. Peter Henderson manifiesta que la idea de un protectorado fue visto tan solo como un remedio provisional para proteger al Ecuador.[143] Las cartas nunca llegaron a París, pues Emilie Trinité murió en el puerto ecuatoriano antes de reenviarlas a su Gobierno. Los documentos fueron sustraídos de los archivos de la legación francesa en Guayaquil por el cónsul Lapierre, quien los entregó a Guillermo Franco, que a su vez se los transmitió a Ramón Castilla. Las cartas fueron publicadas por la prensa peruana en el mes de abril de 1861, desatando un gran escándalo nacional que tuvo mayor difusión cuando el diario El Comercio de Lima reveló también el contenido de dicha correspondencia.[144]

García Moreno le comunicó a Fabre (el nuevo encargado de Francia) la preocupación de que toda Latinoamérica, y quizá toda América (teniendo en cuenta la guerra de secesión estadounidense y otros conflictos militares en simultáneo en la región), se encontraba en peligro, y que solo una fuerte potencia europea podría detener esa tendencia asentando una estabilidad política; por lo que Francia debía intervenir en la región, convirtiendo al Ecuador en su base para desde allí extender su influencia.[145] Algo que coincidía con los propios intereses de Napoleón III de intervenir en América en vísperas de su proyecto de concretar una intervención francesa en México. Rápidamente Fabre transmitió el pedido ecuatoriano a su canciller en París, Antoine Edouard Thouvenel. Delineó los pasos requeridos para establecer el protectorado en Ecuador mediante una consulta a los ciudadanos, y para evitar la intromisión peruana calculaba que se necesitarían dos mil soldados y cañones. Advirtió, además, que Gran Bretaña podría ser un serio obstáculo debido a sus intereses comerciales en la región. En septiembre de 1861, y frente a la gran cantidad de información que había sido suministrada por Fabre, el canciller Thouvenel entregó al emperador Napoleón III el "Informe al Emperador". En el documento señalaba que, de ser aceptada la propuesta, el Gobierno ecuatoriano convocaría a una Convención Nacional en la que se votaría con entusiasmo por el proyecto de unión con Francia. Advirtió sin embargo, que muy probablemente el presidente peruano Ramón Castilla trataría de intervenir, suministrando armas y dinero a todos aquellos que quisieran combatir el proyecto.

Mapa de lo que hubiera sido el Reino Unido de los Andes.
Escudo de la Casa de Bonaparte que quiso patrocinar este proyecto en el Segundo Imperio francés.

En tanto, García Moreno nombra como ministro de negocios en Francia a Antonio Flores Jijón, quien a nombre del Gobierno ecuatoriano propuso un plan que comprendía la cesión de las islas Galápagos al imperio francés, así como de las tierras situadas a orillas del Amazonas y que pertenecían a Ecuador. Flores Jijón también habló del compromiso ecuatoriano de adoptar todos los medios para el establecimiento de una monarquía de ser necesario.[146]

La carta enviada por Flores Jijón señalaba, entre otros puntos, que: [144]

  • El protectorado debía garantizar que Ecuador continuara con sus leyes, nacionalidad y soberanía.
  • El imperio francés debería enviar al buque Dugay Fronin o cualquier otro barco de guerra para defender el puerto de Guayaquil, y así evitar que el Perú interfiera con la decisión soberana de Ecuador.
  • El Gobierno ecuatoriano dejaría a consideración del Emperador la solución de los problemas limítrofes con el Perú.
  • Se cedería a Francia el archipiélago de Galápagos para que se establezca allí un apostadero para su estación naval del Pacífico. Lo mismo con las tierras baldías en la Amazonía.
  • El Gobierno ecuatoriano emplearía todos los medios honrosos para la formación de una monarquía que se extienda al Perú y otros países que deseen gozar de los beneficios de la alianza con Francia. La nación llevaría por nombre Reino Unido de los Andes, y estaría dirigida por un príncipe católico designado por Napoleón III.
Ramón Castilla, presidente peruano que se opuso a este proyecto monárquico.

La búsqueda de un protectorado francés, que llevaba a cabo el Gobierno ecuatoriano, terminó de enfurecer a Castilla y al Gobierno del Perú; dando como resultado dos comunicaciones enviadas el 24 de agosto de 1861:[147]

  • La primera, una nota dirigida al canciller ecuatoriano Rafael Carvajal, en donde el canciller peruano José Fabio Melgar le reprochaba los intentos de convertir al Ecuador en un protectorado francés, exigiendo prontas explicaciones.
  • La segunda, una circular dirigida a los cancilleres de todos los gobiernos latinoamericanos, en al que Melgar informó que había enviado a Ecuador una «franca interpelación» (cuya copia anexaba) por lo que consideraba una «traición a la América y un ataque directo al Perú»; pues consideraba que era obvio que Francia, al integrar al Ecuador como colonia, pretendería ejercer su dominio sobre todo el territorio con los límites fronterizos que el Ecuador reclamaba como suyos. Melgar culminó su circular solicitando el apoyo de todos los gobiernos hispanoamericanos para defender la independencia ecuatoriana.

Inicialmente Napoleón III, aunque no estaba del todo renuente al plan, dudó en adoptar el proyecto planteado por García Moreno dado que su escuadra en el Pacífico no era lo suficientemente fuerte para enfrentar un adversario como, por ejemplo, Gran Bretaña (el cual se temía que diera su apoyo al Perú en caso de intervenir). En febrero de 1862, una razón mucho más poderosa pesó sobre su decisión: Francia había iniciado su intervención armada en México, empresa que absorbió todo su interés y culminó con la proclamación del Segundo imperio mexicano, con el archiduque Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota de Bélgica como emperadores. Antes de que Fabre pudiera recopilar toda la información adicional que el canciller Thouvenel le había solicitado, llegó la orden del emperador francés de rehusar el ofrecimiento en términos evasivos y diplomáticos. El fracaso de la iniciativa garciana, así como del régimen de Maximiliano I de México (al cual también Ramón Castilla se opuso y llegó a ofrecer una intervención peruano-colombiana al conflicto en apoyo del republicano Benito Juárez),[148] terminaron de enterrar para siempre todo pensamiento serio de restauración monárquica en el continente americano, consolidándose la hegemonía republicana con la caída del Imperio del Brasil.

Proyecto de Juan Bustamante Dueñas

Juan Bustamante Dueñas, quien se autoproclamo Tupac Amarú III.

En 1867 en compañía de otras personas notables, Juan Bustamante Dueñas (un Indigenista liberal) fundó en Lima la “Sociedad Amiga de los Indios”, cuya presidencia se confió al general José Miguel Medina.[149] Fue acusado de instigador de las rebeliones indígenas que por entonces estallaron en la sierra, siendo la más grave la de Huancané, en Puno. Se decía que maquinaba las sediciones desde Lima. Lo cierto es que Bustamante asumió la defensa de las comunidades de indios y se convirtió en su vocero ante el Congreso Constituyente de 1867, prometiéndoles obtener leyes que les protegiesen de los abusos y que se les aplicara contribuciones justas. A pedido de los hacendados, el gobierno envió un ejército al mando del general Baltazar Caravedo, con la misión de someter a los indígenas. Pero Caravedo se rehusó a ejercer la represión y prefirió el diálogo. El 20 de octubre de 1867, en Huancané, Bustamante llegó a un acuerdo con el general Caravedo, quien se retiró con sus tropas a Lima. Los hacendados acusaron a Caravedo de complicidad con los indígenas y promovieron una revuelta contra el gobierno de Mariano Ignacio Prado, circunscrita a la revolución constitucional de 1867, que exigía la abolición de la Constitución de 1867 y el retorno de la Constitución de 1860.

Bustamante, que por las circunstancias se vio en el bando de los defensores del gobierno, no quiso limitarse a esa lucha de banderías e inició un movimiento de reivindicación social, poniéndose al frente de sus “ejércitos campesinos”. Se presentó como heredero de los reyes incas con la misión de restaurar el imperio incaico, para lo cual no había otro camino que expulsar o exterminar a los blancos. Se dice que adoptó el nombre de Túpac Amaru III.[150] La insurrección se expandió por Chupa, Putina, Samán, Azángaro y Lampa. El 30 de diciembre de 1867 Bustamante ocupó la ciudad de Puno. Debido a diferencias con sus partidarios, no pudo explotar estas ventajas. El 2 de enero de 1868, 71 de sus partidarios fueron encerrados en chozas de paja, que fueron incendiadas a la mañana del día 3 de enero. Bustamante fue obligado a trasladar los cuerpos a una fosa común y posteriormente conducido a la plaza principal, donde se le colgó de los pies y apaleó. Finalmente fue decapitado.[151]

Proyecto de Karl Lamp

En 1867, el inmigrante prusiano Karl Lamp, un aventurero alemán, llegó al Perú, y se avecindo en el distrito de Paucartambo ubicado en Cusco, a su llegada los indígenas de la comunidad lo trataron como una divinidad y lo proclamaron como Viracocha. Convivió con los indígenas del lugar, quienes, vieron en Lamp al nuevo Viracocha y la posibilidad de resucitar el Incanato.

El canciller alemán Otto von Bismarck, quien habría sido invitado a patrocinar el proyecto incaico de Karl Lamp, el Inca rubio.
Karl Lamp extendió sus reales dominios a los pueblos del contorno, y los ayllus numerosos de Kispikanchi y Kallka; veinte mil indios obedecían a sus órdenes; con sus legiones serranas podía él conflagrar todo el Perú y Bolivia.
Luis E. Valcárcel, 1927

Contrajo nupcias con una de las descendientes de las Panacas Incaicas. Fue proclamado y coronado como Inca en Paucartambo e incluso llegó a iniciar una rebelión en 1883 contra la República del Perú (en medio de la Guerra del Pacífico) con el fin de establecer un nuevo Tahuantinsuyo, aunque terminó derrotado.[152] Luego fue juzgado, declarado loco y desterrado del Perú en 1883.

Planeaba buscar un pacto y protección de Prusia, para lo cual decidió a trasladarse a Europa en el más breve tiempo, con el expreso designio de negociar con Otto Von Bismarck y obtener el apoyo del Imperio alemán para poder gobernar el Perú, pues ya tenía adeptos en toda la sierra, solo le faltaba la logística necesaria.

Y soñó un pacto grandioso con su patria, la Prusia; aliado de su rey, dueño y señor del Perú, muchos años antes de la Guerra Grande, podía proclamar el Deutschland liber alles. La supremacía germana en el Pacífico, quién sabe sería el prodromo de la supremacía mundial del Reich. Karl Lamp miraba lejos, y se decidió a trasladarse a Europa en el más breve tiempo, con el expreso designio de negociar con Bismarck.
Luis E. Valcárcel, 1927

Los ancianos le rogaron que no lo hiciera, que desistiese de un viaje largo, pues auguraban que algo fatal le iba a pasar. Karl Lamp no escuchó razones y viajó.

Pasaron los meses y los años, y nada se supo de Karl Lamp. Según algunas teorías, se dice que estando en viaje de vuelta a América, pereció a bordo, otros que al desembarcar en Perú, fue asesinado por los espías del estado. Se desconoce el fin que tuvo el Inca prusiano. Aun así, en las serranías de Paucartambo, la historia de Lamp se ha convertido en la mística leyenda del Inca rubio.[153]

“Mi vecino, el joven alegre, me lo presentó, dándome la siguiente explicación, sobre el título de ministro que le había dado. -“El señor Patberg”. Principió mi amigo con su tono y gesto humorístico habituales, “es el gran jefe de la cancillería del gran imperio incaico que gobierna el inca Carlos Lamp, y como usted, señor von Hassel, ignorará la existencia de este poderoso imperio, así como del inca que la preside, voy a ponerlo a usted al tanto”.
Von Hassel, 1905

Proyecto de los iquichanos de Antonio Huachaca

La República de Iquicha, también denominada Republiqueta de Iquicha,[154] fue la denominación que se le acuño a un territorio constituido por guerrilleros iquicheños, en la comunidad de Huanta, que funcionaba como un territorio autónomo, que existió ente 1821 y 1839, en la cual el gobierno de la República Peruana no había logrado controlar; este territorio estaba liderizado por Antonio Huachaca, un campesino iquicheño al servicio del Ejército Real del Perú y la causa realista, al que se lo nombró "Juez de Paz y Gobernador del distrito de Carhuaucran", donde mantuvieron su fidelidad a la Monarquía Española y el deseo de restaurar la Monarquía Católica en el Perú por los medios necesarios frente al Caudillismo de inicios de la República y los conflictos entre liberales y conservadores.

Surgió cuando Antonio Huachaca capturó Huanta y declaró la abolición de la República Peruana, la cual se había conformado en 1822; por lo que Huachaca desde su castillo, sus tribunales y sus cabildos administraba el poder nombrando a sus delegados o alcaldes, así como organizando diezmeros que recaudaban fondos para la causa de Su Majestad Católica. Los iquichanos habían destacado como guerreros, combatiendo contra los rebeldes cuzqueños del autoproclamado Inca Túpac Amaru II en 1781,[155] también combatiendo una rebelión en Cuzco en 1814, en la cual los Iquichanos, al mando de Huachaca, deciden apoyar a los representantes del rey, enfrentándose a los independentistas cuzqueños, movilizando a su gente al servicio de la Contrarrevolución del Virrey Abascal contra los hermanos Angulo y Mateo Pumacahua;[156] con la victoria, Huachaca terminó recibiendo por estas acciones el grado de general de brigada en el Ejército Real del Perú de parte de José de la Serna,[157] también, por seguir manteniéndose los iquichanos como fieles aliados del poder virreinal, fueron recompensados y el rey de España ordenó la entrega a los iquichanos de un escudo propio para su comunidad.

En aquellos tiempos la población de la intendencia de Huamanga era de unas 110 000 personas, y los siglos de monarquía (tanto inca y española) había creado una especie de visión mistificada de la figura del rey o inca católico entre la población. Era visto como un enviado de Dios, defensor de su cosmovisión del mundo, su religiosidad y forma de vida tradicional; la relación de vasallaje con su señor era, por tanto, sacra. «El problema era de principios: la república era considerada por los andinos como enemiga de su pueblo y de su fe». Puede decirse que las rebeliones vividas en Iquicha a finales de los años 1820 fueron producto de la influencia de religiosos y militares realistas y la crisis económica producida en los precios de la coca por los impuestos. Se le suman la defensa de las tierras de la comunidad iquichana, amenazadas por los terratenientes criollos con la derogación en el nuevo régimen republicano-liberal de las protecciones del derecho feudal español en las leyes de indias, y en gran medida la protección de su identidad tradicional. Además, la imposición que hará Simón Bolívar en su dictadura en el Perú de cobrarles 50 000 pesos a los habitantes de la región de Huanta en 1825 por su apoyo a la causa realista no ayudará a calmar las aguas. Contrariamente a lo que se podría suponer, ninguno de los líderes rebeldes eran caciques de la nobleza indígena. Más bien, se trataba de comerciantes o arrieros del pueblo llano.[158]

Escudo de Iquicha, entregada por el Rey de España.[159]

En 1826 los indios de las punas no estaban solos. Antonio Abad Huachaca junto con Tadeo Choque, Pascal Arancibia, Esteban Meneses y otros mestizos huantinos que estuvieron a la cabeza del movimiento, vinieron a pactar con un sector de los curas locales -de filiación realista- y un grupo de españoles capitulados, quienes refugiados en Huanta luego del triunfo patriota en Quinua (diciembre, 1824), urdieron un vasto plan cuyas pretensiones no eran nada menos que reconquistar para Fernando VII el Reino del Perú.[160]

Para 1825 y 1828, se enfrentaron las fuerzas de la naciente República Peruana, consolidada tras la Batalla de Ayacucho, y los iquichanos (realistas de Huanta) en la Guerra de Iquicha. Los primeros levantamientos se dieron en marzo y diciembre de 1825, pero fueron sometidos fácilmente por el enorme contingente del ejército peruano que se encontraba en la zona. Huachaca volvía a movilizar la población con vivas al rey español en 1827. Tras fallar en el intento de tomar la capital de Ayacucho, y ante el peligro de que esta guerra campesina se transforme en guerra civil de tomar una ciudad, vino la fase de «pacificación» llamada «guerra de las punas». Esta fue una verdadera «campaña de exterminación» comandada por el general Otero, veterano en enfrentar guerrillas. Al comenzar mayo se dio el último combate en Ccano en el actual Distrito de Huanta, en plena región de las punas; el coronel Vidal derrotaba a los montoneros definitivamente. El 8 de junio de 1828, en una acción armada en plena selva, casi todos los líderes realistas son capturados. La guerra acababa definitivamente. Huachaca se veía obligado a refugiarse en las selvas del Apurímac. El reformismo borbónico implicó el cierre de muchas misiones, llevando necesariamente a la pérdida del control de vastas regiones selváticas del valle del Apurímac frente a la centralización del absolutismo. El liberalismo de los períodos 1808-1814 y 1820-1823 y los revolucionarios de José de San Martín y Simón Bolívar no llevaban más que a profundizar dicha situación, por lo que los guerrilleros iquichanos monárquicos lograron resistir por años gracias al encontrar refugio en las selvas bajas al este de la sierra, zonas sólo accesibles por el Mantaro y el Apurímac, territorios fuera del control estatal. En marzo de 1839, en el marco de la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana (por el que los iquichanos apoyan a Santa Cruz, en un ejercicio de pragmatismo, al ver su proyecto como la continuación del imperio bajo otros medios y opuestos al centralismo limeño que emanaba de Agustín Gamarra) se alzan en armas, bajo el nombre de Ejercito Católico, contra el ejército restaurador y ponen bajo asedio a Huanta infructuosamente, estaban nuevamente en armas contra una “restauración” criolla, ahora sostenida por las bayonetas extranjeras.[161]

Territorio que controlaron los iquichanos.

El contingente republicano, para vengar la humillación infringida: «...hizo una verdadera carnicería de hombres —sin distinguir ancianos, niños ni mujeres— y de ganados». Se habla de unas 2000 personas muertas. Finalmente cansados del conflicto, tras varios enfrentamientos, se firma el Tratado de Yanallay el 15 de noviembre, entre el prefecto de Ayacucho, coronel Manuel Lopera, y el guerrillero Tadeo Choque (o Chocce). Los iquichanos deciden reconocer y someterse al Estado peruano, quienes después de 18 años de contrarrevolución tras haberse proclamado la Independencia del Perú, se comprometieron formalmente a deponer las armas para siempre contra el gobierno peruano y respetar las leyes de la nación. Así, con un tratado de paz, y no con una rendición, acababa la Guerra de Iquicha. Terminaba así la resistencia iquichana a la causa monárquica que sostuvo su caudillo, la cual dejó consignado en el documento lo siguiente.

«Ustedes son mas bien los usurpadores de Religión, Corona y Suelo Patrio...¿Qué se ha obtenido de vosotros durante...vuestro poder? La tiranía, el desconsuelo y la ruina en un Reino que fue tan generoso. ¿Qué habitante, sea rico o pobre, no se queja hoy? ¿En qué recae la responsabilidad de los crímenes? Nosotros no cargamos semejante tiranía».
Antonio Huachaca

Huachaca, antes de ceder su monarquismo ante los que creía “anticristos” republicanos,[162] se niega a participar de ese acuerdo, y antes que la derrota prefirió internarse en las selvas del Apurímac, donde muere en 1848, siendo enterrado en la iglesia de su pueblo.

Proyecto pretendido a Cosme Damian Antil en Chilóe

Durante la década de 1860 se suceden una serie de hechos que contribuyen a deteriorar las relaciones entre España y las naciones americanas. Entre ellas se cuentan la Ocupación española de la República Dominicana (1861-1865), y las sospechas en torno a los objetivos de la Comisión científica del Pacífico (1862-1865). En este contexto, el 4 de agosto de 1863 se produce en Perú el Incidente de Talambo, donde un ciudadano español es asesinado en medio de un conflicto de una hacienda peruana. Este incidente, sumado a diversas desavenencias históricas entre España y Perú, lleva a la captura española de las Islas Chincha el 14 de abril de 1864. La captura de las Islas Chincha produce un amplio impacto en la opinión pública americana, desarrollándose una fuerte corriente panamericanista en rechazo a la injerencia europea en los asuntos regionales. En Chile este fenómeno lleva a la negación de suministro de víveres a buques españoles en los puertos, así como al enganche de voluntarios chilenos rumbo al Perú, ante la expectativa del estallido de un conflicto armado. En este marco, a mediado de 1864 surgen inquietudes a través de los medios con respecto al abandono institucional de las provincias australes de Valdivia y Chiloé, que junto a su conocido carácter realista durante las guerras de independencia, podían convertirse en peligrosos reductos militares en caso de su captura por una fuerza extranjera.

Mapa de Chiloé, desde donde se consideró la idea de una reconquista española de los países andinos.

Además, Luego de la Independencia, temprano y por decreto, se eliminó en la República de Chile toda mención formal a las antiguas razas de la monarquía, del mismo modo en que se intentaron extinguir las tierras de indios, los alcaldes de indios, los procuradores de indios y, en fin, a la república de indios así como a todo lo que remitiera a aquellas corporaciones monárquicas que agrupaban a las poblaciones indígenas tanto en lo que era Chile como en las diversas unidades políticas de la América hispana, por lo que terminó generándose una "organización de brujos de Chiloé", una organización política propia en los chilotes (que además se inspiró en principios mapuches) y fue una reacción a los cambios políticos del siglo XIX, inspirada tanto en el orden político de la monarquía y los derechos y saberes de la antigua república de indios como en los aprendizajes políticos realizados por la población indígena en las primeras décadas de la República de Chile.

Ante ello surgió el Complot Antil en medio de la Guerra hispano-sudamericana, por el cual, en medio de una conspiración indígena huilliche en el archipiélago de Chiloé (Chile) en 1864, se habría tenido por objetivo entregar la provincia homónima a la Armada Española en 1864, conspirar contra la república y promover una sublevación indígena en Chiloé, Valdivia y la Araucanía, se sospechaba la idea de que fuese el primer pasa para una reconquista de Chile y el Perú por parte de España y restaurar la monarquía en Sudamérica. Según el intendente de Chiloé, Antil había sido educado por el importante cacique Bernardo Huenchur, de quien había heredado el cacicazgo. Perdió aquella dignidad cuando se abolió la distinción entre indígenas y españoles, y se ocupó en lo sucesivo como sacristán en una capilla de la provincia y como agricultor en tierras que le cedió el Gobierno chileno, además de preservar la autonomía de la ley indígena y de este reinventar la República de Indios tras las revoluciones liberales en Chile. Sin embargo Antill fue capturado y obtuvo una sentencia que ordenaba su remisión a la casa de orates, por el tiempo necesario para que recobrara la cordura. En una oración: Antil fue cacique, machi, dirigente de la Recta Provincia, juez, elector y municipal chileno, sacristán y, aparentemente, también conspirador monarquista. Ante la aparición de la armada chileno-peruana de la zona central de Chile, se diluyeron los intentos de algún complot indígena a favor de los españoles.

Si bien la conspiración no contaba con la magnitud que se le atribuía (e incluso hubo dudas de si Antill realmente organizó el complot), el fallo entrega otros elementos de interés con respecto a sus motivaciones, vinculado al paisaje social insular. En particular, señala que las acciones de Antil se fundamentaban en la idea de que el régimen republicano había significado un grave perjuicio a la población indígena, y que sólo la restauración de la monarquía podría remediarlo. En España los hechos fueron recibidos con diversas opiniones. A nivel institucional se le consideró un episodio sin relevancia, y como tal no tuvo incidencia en las posteriores acciones navales de la Armada española durante las expediciones a Chiloé de 1866. Sin embargo, a través de medios conservadores como La Correspondencia de España, se le amplificó como un ejemplo del carácter opresivo de las elites republicanas americanas para con sus provincias, así como muestra de los supuestos anhelos locales por volver a ser parte del Imperio Español.[163] El juicio a Antil, por otro lado, ha sido comparado con el llevado a cabo contra Orlie Antoine de Tounens y su proyecto de Reino de la Araucanía y la Patagonia, en relación con el uso de la psiquiatría y el escarnio público contra líderes que levantaran causas indígenas durante este periodo.[164]

Proyecto del Infante Carlos y sus seguidores en el Perú

Escudo del Movimiento Carlista

El Carlismo es un movimiento monárquico español de corte Legitimista y defensor del Catolicismo político, propone que los verdaderos Reyes de España no son los sucesores de Isabel II (a los que acusan de ilegítimos por la ley sálica en la ley de sucesión española de los Borbones que no habría anulado Fernando VII de España e impidiendo la sucesión femenina al trono, además de acusarlos no cumplir con la legitimidad de ejercicio del monarca al abrazar el liberalismo), si no que lo son los de Carlos María Isidro. Actualmente no consideran a Felipe VI como Rey de España, si no a Sixto Enrique de Borbón (rama tradicionalista) o a Carlos Javier de Borbón-Parma (rama socialista), ambos de la Dinastía Borbon-Parma. El carlismo, aunque originado en la política española, está abierto a trabajar con todos los peruanos e hispanoamericanos de buena voluntad que, amando su historia y su cultura, y valorando una política tradicionalista, se hermanen en la cruz de Borgoña y busquen una monarquía tradicional hispanista inspirada en el Siglo de oro español e influenciado por el Integrismo católico con el ideal de Reinado social de Jesucristo. Sus ideas pueden catalogarse dentro del la defensa del pensamiento contrarrevolucionario y la reacción al orden capitalista consagrado tras las Revoluciones burguesas del siglo XIX (el cual ven como antitético al Orden natural en base a las condenas de la Iglesia Católica al liberalismo, con fundamento del Realismo aristotélico-tomista de corte anti-materialista, anti-idealista y pre-moderno). Defienden una postura monárquica católica tradicionalista y anti-constitucionalista como producto de su ideal de ser la continuidad esencial de las Españas, en lucha contra el absolutismo del siglo XVIII, el Liberalismo del siglo XIX y las ideologías del siglo XX (véase Socialismo, Anarquismo, Fascismo, los cuales consideran ajenos a la Tradición hispana como ideologías con interpretaciones sesgadas y equívocas de la realidad[165]). Algunos carlistas tienen simpatías al Distributismo económico propuesto por economistas católicos ante las críticas hacia el Feudalismo,[166] también algunos prefieren denominarse defensores del "sociedalismo" propuesto por Juan Vázquez de Mella[167] contra la apropiación marxista del término socialista para la defensa de una Revolución comunista (a la cual se oponen los carlistas de actitud reaccionaria). Otros de tendencias más izquierdista por su parte defienden el Socialismo autogestionario como un intento de modernizar la doctrina carlista (rechazado por la tendencia mayoritaria de corte tradicionalista). Se representan con el lema de "Dios, Patria, Fueros y Rey", basándose en una defensa del ideal monárquico teocéntrico propuesto por Santo Tomas de Aquino[168] que preserva la Unidad Católica de España y se adapte a la tradición política hispana con los cuerpos intermedios (Gremio, Municipio, Cortes, etc) frente a la modernización, con énfasis en el Foralismo, al ser los fueros los garantes de las libertades de pueblos e individuos (haciéndolos tanto opuestos al Centralismo y al Federalismo, ambos vistos como liberales).

Pretendiente Carlos María Isidoro, el cual los carlistas peruanos consideran Carlos V de España y su descendencia legítima para asumir la Corona del Perú.

Desde el inicio hubo hispanoamericanos en las filas del carlismo como consecuencia de la expulsión de los Realistas tras la Independencia del Perú, habiendo figuras peruanas notables desde la 1.ª guerra carlista (tema ampliamente estudiado por el Dr. Fernán Altuve-Febres) como Leandro Castilla y Marquesado (Hermano de Ramón Castilla, quien llegó a ser el presidente de la república peruana) o el padre Blas de Ostolaza (eclesiástico defensor acérrimo de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, preceptor de la familia real española y oriundo de Trujillo).[169] A lo largo del siglo XIX nos encontramos con otros personajes peruanos siendo destacados carlistas, como Manuel Fernández de Prada (descendiente de chinchanos y pisqueños, además de combatiente en la Guerra del Pacífico) que se involucro en la Tercera guerra carlista como partidario de Carlos VII de España contra la Primera República Española. El mismo Carlos VII, tras su derrota y exilio a Francia, llegó a visitar al Perú (acompañado por Fernández de Prada, quien lo alojo en la Hacienda Larán, de su propiedad, en Ica) en su viaje por América,[169][170] y tuvo como preceptor a Monseñor Teodoro del Valle. Su hijo de Fernández de Prada, Manuel María Fernández de Prada y Vasco, IV marqués de las Torres de Orán, residió en España y se mantuvo fiel al tradicionalismo. Al estallar la Guerra Civil se encontraba en Madrid con sus hijos menores y fueron arrestados por su filiación carlista, apresados por milicianos y acusados de pertenecer al Requeté, terminaron siendo asesinados por los milicianos del Frente Popular.

Carlos de Borbón y Austria-Este, conocido por el carlismo como Carlos VII, llego a visitar Perú en 2 ocasiones.

Para Carlos VII, la confederación con Hispanoamérica quedó como una de las premisas máximas en su testamento político, lo que incluiría una pretensión de ser Rey del Perú, su estadía en Lima en 1877 es registrada tanto en poesía como en prosa por el peruano tradicionalista José Pancorvo (realista criollo que acuno el carlismo como doctrina a reivindicar) en un poemario titulado Boinas rojas a Jerusalén (2008), dedicado a los 175 años del Carlismo a Su Alteza Don Sixto Enrique de Borbón y a la Comunión Tradicionalista.[171]En 1898 fue nombrado representante de Don Carlos el Dr. don Francisco de P. Oller, quien creó juntas carlistas en las repúblicas de la Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay, Bolivia, Perú y el Ecuador (lo que, en el caso del Perú, evolucionó en el Círculo Tradicionalista Blas de Ostoloza). En el año siguiente, 1899, hizo una excelente campaña de propaganda carlista la escritora “Eva Canel”, por Argentina y otros países de América del Sur.[172]

Actual pretendiente de los carlistas peruanos, Sixto Enrique de Borbón. Visito al Perú en el siglo XXI.

Por otra parte, ya en tiempos contemporáneos, Don Sixto Enrique de Borbón, acompañado por el jefe de su Secretaría Política, don José de Armas y por el Padre José Ramón García Gallardo, ha realizado visitas al Perú de gran trascendencia política, cultural y social. Siendo Invitado en 2008 por la Sociedad Peruana de Historia, que preside Vicente Ugarte del Pino (gran amigo de los profesores tradicionalistas Francisco Elías de Tejada, y Miguel Ayuso), Don Sixto llegó a participar en el simposio «Bartolomé Herrera y su tiempo», coordinado por Fernán Altuve-Febres, conmemorativo del bicentenario del nacimiento de uno de los más importantes pensadores políticos peruanos, el conservador Bartolomé Herrera, amigo de Donoso Cortés y de Pío IX. Una nota emotiva de dicho suceso fue la presencia de la familia Buezo de Manzanedo, padre e hijo, descendientes de estirpe carlista, que han mantenido una defensa de la Tradición en Lima. Los Buezo de Manzanedo ofrecieron al Duque de Aranjuez un almuerzo en el Club de Regatas de Lima, donde se dio por constituido el Círculo Carlista de Perú «Blas de Ostolaza». Don Sixto Enrique de Borbón visitó también la ciudad del Cuzco, admirando sus bellezas mestizas de lo que se refirió a hispanidad católica y tradición indígena. El Duque de Aranjuez se interesó por proyectos cooperativos para la preservación del modo de tejer tradicional en Pisac, y por la labor que los Siervos de los Pobres realizan en la Ciudad de los Muchachos. Una estancia de extraordinaria importancia para Sixto de Borbon, considerado el Abanderado de la Tradición, en el que fue (para el carlismo peruano como reivindicador de la causa realista peruana) el fidelísimo Reino del Perú.[173]

Actualmente el Círculo Blas de Ostoloza en el Perú tiene participación en el renacido diario Carlista "La Esperanza",[174] donde se han registrado que han organizado actos de reuniones de carlistas peruanos en Trujillo[175] o Chosica[176]

Proyecto de Don Germán Choquehuanca y Don Jaime Apaza

Wiphala, bandera representativa del Collasuyo y emblema de los indianistas restauracionistas del Tahuantinsuyo.

El 12 de octubre de 1992 fueron proclamados en la Plaza San Francisco de La Paz, Don Germán Choquehuanca y Don Jaime Apaza, como “Incas del Collasuyo”, luego de haber sido electos por la hoja de coca mediante una ceremonia llevada a cabo en Laycacota. Don Germán fue rebautizado como Inka Waskar[1] y Don Jaime como Inka Atahuallpa.[4] Ambos personajes que eran representantes del indianismo, reafirmaron su lucha en el campo académico para conseguir la restauración del Estado Real del Collasuyo (que abarcaría territorios del Perú, Bolivia y Chile moderno) y Tahuantinsuyo (que también abarcaría territorios del Ecuador, Argentina y Colombia), así como la erradicación de la República de Bolivia, al que consideraban como “Estado usurpador y continuador del colonialismo”. Don Germán era el autor del libro “Origen y Constitución de la Wiphala” y “Bolívar enemigo del indio” (2002), además de haber sido quien rescató de manera publica el uso de la Wiphala como bandera de los pueblos del Collasuyo en 1979, bandera inspirada en la usada por Túpac Katari en el siglo XVIII.[5] Su propuesta evidencia algunas tendencias Neopaganistas andinas y un potencial anticatolicismo.

“Velasco Alvarado le da importancia, pero no como indio sino como campesino, no como nación del Tahuantinsuyo, sino como peruanos, Juan Velasco Alvarado es el que ha desarticulado el ayllu, la marca y los ha cambiado por la comunidad agraria, lo agrario es muy usado por los comunistas, socialistas y nacionalistas de ese tiempo. […] El concepto indio les había molestado, a la casta oligárquica criolla, tanto de Lima y de La Paz, porque es un concepto histórico jurídico, porque la bula papal del 7 de junio de 1494 ha determinado de que este continente se llame Las Indias, dándole un gentilicio de indio para el habitante natural e indiano para el criollo o el español que ha nacido en estas tierras, y estos 2 conceptos se han usado […] es muy importante el termino indio para combatir por la restauración del Tahuantinsuyo. Porque por detrás del campesino no, cualquiera puede ser campesino, un gringo, y otra persona, o extranjero, en cambio el indio es el habitante y dueño (legitimo) de nuestro continente…”.
Germán Choquehuanca, 2018

Proyecto del Consejo de los Cuatro Incas del Cusco

El llamado ´Consejo de los cuatro Incas´, conformado por la descendencia de los Incas en la actualidad, habiendo hecho actos de condecoración en Cusco, como a Demetrio Túpac Yupanqui con el título de "Caballero Orejón de la Orden Real de los Incas" en el grado de "Amauta Capac Apu" (gran señor y maestro), por traduccir la obra del Don Quijote de la Mancha al quechua, además, de otorgarle el nombre incaico de "Apu Túpac Yupanqui", por ser parte de la genealogía inca, ya que pertenece al linaje del inca Túpac Yupanqui, de la dinastía Hanan Qosqo, también condecoró al holandés Ronald Elward como "Inca noble por honor", en reconocimiento a sus estudios sobre la genealogía incaica, que permitieron establecer la línea de descendientes de la realeza de esa gran cultura prehispánica. [177] reúne a los descendientes de la realeza del Imperio de los Incas en la región peruana de Cuzco, actualmente viven en la ciudad los descendientes del Inca Huayna Ccapac, que son los de la familia Obando Tito Atauchi. Un nieto de esta familia integra dicho consejo, el cual también está conformado por otros descendientes de Incas como de Wiracocha (del aillu de San Jerónimo), Quizu Yupanqui (del aillu de San Sebastián), Titu Atawchi (del aillu de Cusco ciudad).[178] Siendo una entidad de derecho consuetudinario que tiene la misión de restablecer El Consejo de los 24 incas electores, representación corporativa de los incas ante el poder imperante del ahora Estado Peruano.[179] También lograron titular al primer Alférez Real de los descendientes de los monarcas incas elegido en esta época pos-moderna 2021, siendo un sucesor directo de don Mateo Pumacahua Inca, prócer de la independencia peruana. La persona que ocupará este cargo de honor (Alférez Real de los Incas) por el lapso de dos años, ahora en la actualidad encabezará la interesante tarea de convocar oficialmente al antiguo Consejo de los 24 electores de los incas, entidad que durante los más de 250 años del periodo colonial se desempeñó como la representación corporativa de los incas ante instancias del gobierno de la Corona hispana, y ahora estarían en camino a representar corporativamente a los descendientes de ese grupo componente medula de la sociedad andina ante instancias de la República Peruana y otras instancias que corresponda, a fin de defender sus Derechos Humanos Fundamentales (derechos originarios, consuetudinarios, derechos tangibles e intangibles), también para evitar legalmente que su representación sea usurpada por terceros (naturales y jurídicos tanto en el ámbito estatal como privado dentro y fuera del Estado Peruano),[180] y que fue cerrado en forma conjunta con el citado Alferazgo Inca tras la independencia del Perú en 1824. Con esto las más de 40 ramas familiares herederas de los monarcas del Estado Inca, además de tener un representante por elección anual, también volverán a contar con una plena Representación Corporativa legal y democrática o Concejo oficial de los incas, se podría decir. El distinguido descendiente de Mateo Pumacahua Inca, elegido consensualmente como nuevo Alférez Real de los incas, hasta la fecha se desempeñaba como presidente de la Comisión Coordinadora del Consejo de los cuatro Incas de Cusco.[181] Actualmente, el título de primer Auqui de los incas lo ostenta su sobrino del fallecido don Gregorio Obando Chávez, o Gregorio Obando-Titu-Atauchi Inca (en la línea de sucesión a la corona simbólica o principal de la familia o Ayllu Real del Inca Huayna Capac), el médico tradicional naturista don Lizandro Obando Valdivia, hijo varón del Dr. José Mercedes Obando Tupayachi, y será su hijo varón mayor, la persona que tendrá el honor de ostentar el título simbólico de Primer Auqui Mayorazgo de los incas. Sin embargo, es necesario aclarar, que, en la Casa de los incas, el título de Sapam Inca o gobernante de la nación o Estado de los incas, no se adjudica al mayorazgo o esta institución o costumbre occidental de Monarquía hereditaria, si no como fue la costumbre en el Imperio de los incas, la corona incaica o Mascay Pacha se le otorga al Inca o caballero Orejón Inca (apelativo de los nobles incas antiguos), más sacrificado, capaz y supra meritorio, en este caso de la descendente del citado Inca Huayna Capac, y mejor si es con la anuencia del Concejo de los 24 electores de los incas. En ese entender cabe precisar, que (según la redacción de la fuente citada de un medio de prensa alternativo del diario El País Del Cuzco, administrado por el noble inca Fernando Zora-Carvajal Aguirre), se considera que el título de sapam Inca o gran inca o gobernante, en un caso hipotético se lo merecería en primer orden don Carlos Paredes Gonzales, coordinador de SIERRA PRODUCTIVA, proyecto de décadas que ha llevado al desarrollo agrícola fructífero a más de 50 mil familias campesinas, importante proyecto que ha sido reconocido internacionalmente y es ofrecido ejecutarse hasta por variados candidatos a la presidencia de la república peruana. Asimismo, en segundo orden el segundo más meritorio de los descendientes de los gobernantes incas actuales, sería don Antonio Maldonado Paredes, abogado que materializo la extradición encarcelamiento del dictador Alberto Fujimori. Dado que dicho profesional cusqueño (Maldonado Paredes) fue en su momento el procurador anticorrupción ad hoc del Caso Fujimori, que se encargó de monumental titánica tarea, de encarcelar en Perú, a uno de los dos cabecillas principales de una peligrosa mafia. Dichos dos personajes, son nietos del fallecido patricio intelectual cusqueño Dr. Luis Felipe Paredes Obando-Titu-Atauchi-Inca, quien tuvo el honor de ser sobrino del auqui mayorazgo de los incas de a principios del siglo XX, el citado militar don Lizandro Obando, padre de la ilustre persona fallecida homenajeada con anterioridad, quien partió de este mundo terreno, el cuarto Auqui Mayorazgo de la casa del último legitimo emperador o sapam Inca Huayna Capac, don Gregorio Obando Chávez.[182] La restitución de la monarquía peruana no es una postura oficial, pero si una posibilidad considerada tras dicha declaración.

Proyecto de "La Casa Real del Perú"

Es una organización que busca un Monarquismo Idóneo Peruano, con el establecimiento de una Monarquía Peruana bajo el reinado de un Sapam Inca Rey. Proponen el establecimiento de un Reino del Perú bajo el reinado de una/un monarca hereditario, identificado por su idoneidad para guiar al Perú del siglo XXI, donde el gobierno y poder del estado es compartido entre el pueblo y el/la monarca, bajo una constitución mixta que permita usar democracia directa para remover a un monarca inadecuado y/o abolir la monarquía; con un plan a largo plazo en el que buscan el éxito económico y social en 30 años, lo que ocasione que territorios limítrofes se unan pacífica y democráticamente al reino (potencialmente Bolivia y Ecuador), convirtiéndolo en un II Tahuantinsuyo en 50 años. La idoneidad del monarca se determinaría con 32 características identificadas en los países más desarrollados con monarquías avanzadas y modernas en el siglo XXI, y consideran las diferentes opciones de posibles pretendientes al trono incluyendo origen preinca, inca, amazónico, hispánico, o extranjero, con estirpe o sin estirpe comprobada. Dicha monarquía serviría de símbolo de unidad nacional, moderación, refuerzo democrático, árbitro neutral incorruptible, autofinanciable, acorde a la realidad nacional, guardián de la continuidad a largo plazo de programas excelentes de los gobiernos de turno, con compromiso de servicio a su pueblo, e influye moderadamente y conserva amplios poderes para desalentar la demagogia y políticas intervencionistas radicales de los políticos.[183]

Presunto proyecto de Califato Islámico en el Perú

En medio de la Guerra contra Estado Islámico, se ha rumoreado que hay agentes del ISIS (en el islam sunita) y Hezbola (en el islam chíí) los cuales han querido involucrarse en Latinoamérica y expandir el Islam en la región a largo plazo,[184] afirmando que el Daesh, Al Qaeda, Hezbollah y los musulmanes están ahora compitiendo por áreas de influencia en América Latina, como México y compitiendo por el control religioso. El sur de México sería ahora tierra de una buena cantidad de musulmanes mayas y organizarían la venganza de los mayas hacia el colonialismo español y católico con la ayuda del Islam y grupos como ISIS para causar estragos en México, América Latina y Estados Unidos, Filipinas y Europa por "explotarlos" en nombre del cristianismo, En España, ISIS Estado Islámico - Daesh y Al Qaeda plantearían el Estado Islámico de Al Andalus con las ciudades de Sevilla, Granada y Córdoba con más musulmanes del norte de África como venganza por la expulsión de musulmanes en 1492 por parte de los españoles. Asimismo, se anexan las de Gibraltar, Ceuta, Melilla, País Vasco y Canarias. Deberían convertir a los guanches y vascos al islam y convertirse en musulmanes. ISIS Estado Islámico - Daesh y Al Qaeda deben continuar los ataques a Asturias, Madrid y Barcelona. La más importante sería que el Califato de Al-Andalus promueva la misa de conversión de los Pueblos Amerindios (Indígenas) de Latinoamérica de México, Guatemala, Perú, Bolivia, Argentina, Cuba, Puerto Rico, Nicaragua, Panamá, Chile, Colombia, Ecuador, Venezuela y otros al islam.[185]Dichos grupos fundamentalistas musulmanes terminarían viendo al pueblo quechua como una llave para crear el Califato Incaico o "Capacato de los Andes" y establecer el islam en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina por medio de una teocracia islámica (del que se induce sería un gobierno monárquico).[186][187] También se prevería que los pueblos del oriente peruano, relacionados con etnias tupí-guaraníes en toda la Amazonía, tengan su propio califato.[188] Se cree que los musulmanes quechuas y aymaras estarían del lado de los musulmanes chiís, pero los Narcotráficantes peruanos en la amazonía del lado de los sunníes[189] Se ha rumoreado que Inkarri Islam (que ha sido públicamente desautorizado por la Asociación Islámica del Perú por sus nexos con el etnocacerismo) pudiera estar involucrado con apoyo de Irán queriendo reducir la influencia judía en el Perú.[190][191]

Véase también

Referencias

  1. Tupac Amaru se declaró Inca-Rey del Reino del Perú.
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  12. Ibid., y El Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales de los Incas, pról., ed. y cronología de Aurelio Miró Quesada, 2 vols., Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1985, vol. I, Libro IV, capítulo XLI. Vale la pena señalar que el padre de El Inca, Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, fue uno de los primeros conquistadores del Perú. Formó parte de las huestes de Francisco Pizarro y participó al lado de Gonzalo en una expedición para domeñar la resistencia indígena. En la famosa batalla de Jaquijahuana, en la que Gonzalo fue derrotado y decapitado, Sebastián decidió de último momento pasarse al bando del representante regio, Pedro de la Gasca, con lo cual no sólo salvó la vida y la reputación, sino aún más importante, dio inicio a la desbandada de las huestes gonzalistas. La información que ofrece El Inca resulta interesante en función de que creció en el seno de la élite encomendera en Cuzco -fue educado junto a los hijos mestizos e ilegítimos de Francisco y Gonzalo Pizarro-, sin que por ello relegara la herencia noble e incaica de su madre. De ahí que el célebre cronista, siendo aún niño, haya descrito a Gonzalo de una forma muy benevolente, recalcando el hecho de que no fue una persona perversa, arrogante ni avara.
  13. Lohmann, op. cit., p. 84.
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  54. Natural de Medellín (Nueva Granada), destacado científico y conocedor de las cortes de Paris y Londres, había pasado dos años preso en Cádiz por estar implicado en el proceso contra Antonio Nariño. Desde muy pronto militaba en el independentismo. Sin embargo, en 1804 era director del Jardín Botánico de Madrid. Con José fue director general del Ministerio del Interior. De regreso a América presidió el Congreso de Angostura y fue vicepresidente de la República de Colombia. Regresó a Europa con el fin de buscar apoyo a Bolívar. Murió en 1822 (VILLANUEVA, Napoleón y los diputados de América, págs. 208-209; y MARTIRÉ, La Constitución de Bayona entre España y América; pág. 41)
  55. El marqués de San Felipe y Santiago aparecerá después como diputado suplente por la Habana en las Cortes de Cádiz; del Moral era canónigo de la Catedral de México; Sánchez de Tejada era natural de Santa Fe de Bogotá. Fue enviado a España por el virrey de Nueva Granada. Tras la guerra se exilió a Londres. Más tarde se unió a Bolivar y en 1825 fue embajador de Colombia ante la Santa Sede. (VILLANUEVA, Napoleón y los diputados de América, págs. 208 n. 2, 3 y 4, y 209, n. 1 y MARTIRÉ, La Constitución de Bayona entre España y América; pág. 41).
  56. Comerciante porteño que recibió el encargo del virrey Liniers de conseguir refuerzos y apoyo para combatir a los británicos. Protegido primero de Godoy y luego de Escoiquiz, pasó decididamente al bando josefista (Ibídem; págs. 40-41).
  57. Herrera había llegado a Madrid en 1806 enviado por el cabildo y comercio de Montevideo para dar cuenta del rechazo a los británicos y para independizar esa ciudad de la capital del virreinato, constituyendo en ella intendencia y consulado, posteriormente regresó a América, donde abrazó la causa independentista. Alcanzó importantes cargos en ambas márgenes del río de la Plata y murió como senador en 1833 (Ibídem; pág. 40).
  58. “Las colonias españolas de América y Asia gozarán de los mismos derechos que la Metrópoli” (El proyecto en págs. 225-237, en FERNÁNDEZ SARASOLA. La Constitución de Bayona (1808); págs. 225-237. SANZ CID cita este artículo con el número 80 del proyecto, pues explica que a última hora se corrigió la numeración al añadirse dos artículo (53 y 54) sobre el Consejo de Estado que aparecían repetidos por error en anteriores borradores (La Constitución de Bayona; pág. 259-260).
  59. Veintidós diputados nombrados por los ayuntamientos que designaran los virreyes y capitanes generales, [indirectamente parece mantenerse la administración territorial de las Indias] en sus respectivos territorios y elegidos entre propietarios de bienes raíces. (art. 93): dos de Nueva España; dos de Perú; dos del Nuevo Reino de Granada; dos de Buenos Aires; dos de Filipinas; uno de la Isla de Cuba; uno de Puerto Rico; uno de las provincia de Venezuela; uno de Caracas; uno de Quito; uno de Chile; uno de Cuzco; uno de Guatemala; uno de Yucatán; uno de Guadalajara; uno de las provincias internas de Nueva España; y uno de las provincias orientales”. Estos diputados tendrán un mandato de ocho años, manteniendo su representación hasta ser relavados por sus sucesores.
  60. https://core.ac.uk/download/pdf/11502835.pdf
  61. Chassin, 2013, p. 158
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  63. J.A. de Lavalle, "Abascal", en La Revista de Lima de 1861 y, corregido, en El Ateneo de Lima. Mendiburu dice en su Diccionario (Tomo i) que cuando todo estaba dispuesto para la jura de Fernando vii en Lima llegaron cédulas de Carlos iv para que se reconociese por regente del Reino al príncipe Murat, así como la renuncia de Fernando pero que Abascal no las tomó en cuenta. Dice, así mismo, que al mes de proclamado Fernando llegaron cartas de Carlota y luego una fragata británica con la noticia de que luego vendría el infante Pedro a gobernar el Perú en nombre de Fernando vii. También considera indudable que el rey José Bonaparte inició relaciones con el virrey a través de su agente en Buenos Aires, conde de Sassenag.
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  66. "Después de haber consultado prolijamente y con detenimiento la documentación guardada en el Archivo de Indias, y en los particulares del Virrey y del Conde de Huaqui, no ha llegado a mis manos ningún documento que refleje, siquiera remotamente, tal proyecto de Abascal; como parecería lógico, de haber existido." Es de ésta misma opinión HERNANDEZ ALFONSO, El Virreinato del Perú. Madrid, 1945. Pág. 221.
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  79. "La conducta de este Virrey no parece ser bastante arreglada, y cuando no sea por otra cosa que por la negligencia con que mira las funciones de su ministerio, dejándolas todas al venal capricho de su secretario Simón de Rábago, seria muy conveniente a las justas intenciones de mi hermano Fernando, a las Vuestras y a los deseos de los habitantes de sana intención de Lima, el que fuese relevado de su empleo y tomada la más exacta residencia de todo el tiempo de su administración" (Carta autografiada de la Infanta Carlota Joaquina al Presidente y Vocales de la Junta Central. Río de Janeiro, 15 de julio de 1809. Publ. por Julián María RUBIO: La Infanta Carlota Joaquina. Madrid, 1920. Pág. 224)
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