Donatismo
El donatismo fue un movimiento cismático cristiano iniciado en el siglo IV en Numidia (la actual Argelia), que nació como una reacción ante el relajamiento de las costumbres de los fieles. Iniciado por Donato, obispo de Cartago, en el norte de África, aseguraba que solo aquellos sacerdotes cuya vida fuese intachable podían administrar los sacramentos, entre ellos el de la transubstanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (eucaristía), y que los pecadores no podían ser miembros de la Iglesia.

Charles-André van Loo.
Antecedentes
Las conquistas del Imperio Romano sobre las poblaciones en torno al Mar Mediterráneo o «Mare Nostrum» provocaron reacciones de oposición en los distintos pueblos sometidos. Es de interés particular que en África del Norte, Numidia, Cártago e Hipona, junto con otras ciudades asumieran el cristianismo, antes que por una convicción espiritual, por una oposición al emperador romano que siendo politeísta les despreciaba abiertamente, es decir, para las regiones del norte de África ser cristiano equivalía a manifestar su rechazo a la ocupación romana durante los primeros siglos de nuestra era.
El panorama cambió con el paso de los años, cuando los emperadores romanos comenzaron a convertirse a la fe cristiana, los pobladores de las regiones aludidas buscaron un nuevo credo con el cual seguir oponiéndose al dominio imperial, pues permanecer en la fe de la Iglesia Romana les parecía tanto como aceptar la dominación del Imperio. He aquí el caldo de cultivo en el cual la doctrina del donatismo encontró numerosos fieles no solo en la población común sino también en los obispos cristianos de aquella época, especialmente en Numidia.
Historia
Existía una fuerte rivalidad entre dos grupos de obispos africanos, los denominados traditores y los numidios. En el 311, los obispos africanos numidios se opusieron a la elección de Ceciliano como nuevo obispo de Cartago, realizada por el "traditor" Félix de Aptonga. Ceciliano también era acusado de haber sido un traditor, por haber entregado ejemplares de las Sagradas Escrituras a las autoridades, durante una persecución anterior. Sus oponentes, en su lugar, consagraron a un efímero Mayorino como nuevo obispo, que sería sucedido al poco por Donato Magno. Los ahora llamados donatistas apelaron a Constantino, quien decidió que el problema fuera dirimido por el obispo de Roma Melquíades en un concilio en la misma ciudad. Se celebró el 1 de octubre de 313 y fue favorable a Ceciliano, como único obispo de Cartago, lo que dará origen a un cisma.[1]
Este movimiento se denominó inicialmente Iglesia de los Mártires y tomó su otro nombre por Donato, al que eligieron obispo sus propios correligionarios a finales del 312.
Donato afirmaba que todos los ministros sospechosos de traición a la fe durante las persecuciones del emperador romano Diocleciano, en las que se obligaba a los cristianos a elegir entre el martirio o abjurar de su religión (lapsi) eran indignos de impartir los sacramentos.
El donatismo fue rechazado por la Iglesia católica, reafirmando la doctrina de la objetividad de los sacramentos, es decir, la idea de que una vez transmitida la potestad sacerdotal a un hombre mediante el sacramento del Orden Sagrado, los sacramentos que este administre son plenamente válidos por intercesión divina, independientemente de la entereza moral del clérigo.
El emperador Teodosio I persiguió tanto a los donatistas, por considerarlos una herejía, como a los paganos:
Ordenamos que los donatistas y herejes a los que nuestra paciencia ha tolerado hasta ahora sean castigados severamente por las autoridades competentes hasta el punto de que las leyes los reconozcan personas sin facultad de declarar ante los tribunales, ni de entablar transacciones ni contratos de ninguna clase, sino que, como a personas marcadas con una eterna deshonra, se les alejará de la sociedad de las personas decentes y de la comunidad de ciudadanos. Ordenamos que los logares en que esta terrible superstición se ha mantenido hasta ahora, vuelvan al seno de la venerable Iglesia católica y que sus obispos, presbíteros y toda clase de clérigos y ministros sean privados de todas sus prerrogativas y sean conducidos desterrados cada uno a una isla o provincia distinta. Y si alguno de éstos huyera para escapar de este castigo y alguien lo ocultara, sepa la persona que lo oculta que su patrimonio pasará al fisco y que él sufrirá el castigo impuesto a aquellos.Codex Theodosianus, XVI, 5, 54.[2]
El emperador Honorio los eliminó como iglesia en el año 412, aunque su influencia fue persistente hasta que el Islam cobró fuerza en África, entre los siglos VII y VIII.
Dicha doctrina fue condenada sin éxito en el concilio de Arlés del año 314, y luego enérgicamente por san Agustín de Hipona, que pidió las máximas penas para los donatistas calificándolos de apóstatas,[3] aunque sobrevivió hasta la invasión árabe musulmana, en el siglo VII.
Movimiento social
El donatismo encontró un amplio apoyo entre los grupos sociales más desfavorecidos, en especial entre los obreros agrícolas, que en varias ocasiones se rebelaron no sólo contra la Iglesia "oficial" sino contra el propio poder imperial romano. Esto fue lo que relató el obispo Optato de Milevi:[4]
Cuando estos individuos... vagabundeaban de lugar en lugar y Axido y Fasir se hacían llamar jefes de los santos por esos miserables, nadie estaba tranquilo por lo relativo a sus propiedades. Los justificantes de deudas dejaban de tener valor, entonces un acreedor no podía exigir el pago de lo que se le debía. Todo el mundo estaba atemorizado por las cartas de los que se jactaban de ser jefes de los santos. Si se tardaba en obedecer sus órdenes, una banda delirante caía sobre los acreedores y, precedida por el terror que inspiraba, los rodeaba de peligros. Así, los que en razón de sus préstamos hubiesen podido exigir, se veían obligados, por temor a morir, a humillarse adoptando un papel de suplicantes. Cada cual se apresuraba a renunciar a sus deudas, incluso las importantes, y se consideraba una ganancia haber escapado a los golpes. Los caminos no eran seguros: los señores, arrojados de sus carruajes, corrían como esclavos ante sus propios criados, sentados en el lugar de sus amos. Por decisión y orden suyas, la situación de amos y esclavos estaba invertida.
La historiadora francesa Claude Mossé considera que el movimiento no buscaba una organización nueva de la sociedad como lo demostraría la última frase —«la situación entre amos y esclavos estaba invertida»— que responde más a unas saturnales que a una ideología antiesclavista. Para los rebeldes el reino de Dios no era de este mundo y los propios obispos donatistas, que «no veían con buenos ojos los aliados temibles en los que a veces tenían que apoyarse», «no pensaban poner la doctrina cristiana al servicio de una revolución social o política».[4]
Referencias
- "Donatism", Cross, F. L., ed. The Oxford dictionary of the Christian church. New York: Oxford University Press. 2005.
- Abilio Rabanal, Manuel; Lara Peinado, Federico (2010). Comentarios de textos históricos (tercera edición). Madrid: cátedra. p. 85. ISBN 978-84376-1591-2.
- Cf. K.H. Deschner, Historia criminal del cristianismo, vol. II.
- Mossé, Claude (1984) [1976]. «Los orígenes del socialismo en la Antigüedad». En Jacques Droz (dir.), ed. Historia general del socialismo. De los orígenes a 1875. Barcelona: Destino. pp. 113-114. ISBN 84-233-1305-0.
Bibliografía
- Berthold Altaner, Patrologia, Marietti, Casale Monferrato 1992, ISBN 88-211-6700-3
- Johannes Quasten, Patrología. vol I: Hasta el concilio de Nicea, BAC, Madrid 2004
- Donatism. Online Dynamic Bibliography