Amaru (deidad)

Amaru (en quechua "serpiente", "culebra de gran tamaño" o en aimara con igual significado Katari) es el nombre de una deidad representada como una serpiente alada, con ojos cristalinos, hocico rojizo, cabeza de llama, cuernos de taruka, y una cola de pez, dependiendo de las variaciones del Amaru sea en los diversos rasgos animales o tonalidad de su piel según la leyenda contada, la ofidica forma del Amaru siempre estaba presente. En la época incaica era símbolo de la sabiduría, motivo por el cual en los hijos de las Casas del Saber (Yachay Wasikuna) se colocaba la imagen de dicho ser totémico.[1]Amaro en aimara significa duro.[2]

El dragón negro de Amaru en la representación de los indígenas del departamento Junín, Perú.

Es una deidad que se relaciona con la economía de las aguas que riegan las tierras agrícolas, simbolizando la vitalidad del agua que permite la existencia del pueblo aimara. Así la deidad Amaru simboliza el agua que corre por los canales de irrigación, ríos y vertientes y que hacen posible que las semillas del cultivo se transformen en hortalizas. Además se dice que todo aquello que compone la vida está escrito en las escamas del Amaru.

Dentro de la mitología y cosmovisión andina, el Amaru tiene funciones muy similares al Qhoa, este último es un ser sagrado que fue creado por el dios Wiracocha para asistirlo y servirle. Es una deidad muy venerada por los incas, que posee el aspecto de un felino alado gigante. El Qhoa tiene el poder de traer el granizo, las tormentas, el arcoíris y la lluvia. En las culturas andinas, los felinos (pumas, jaguares y gatos andinos) y las serpientes representaban la fertilidad de la tierra y el ciclo del agua. Se cree que tanto el Qhoa como el Amaru están representados al lado de varias representaciones del dios Wiracocha, entre las más notables se encuentran en la Estela de Raimondi de la Cultura chavín y en la Puerta del Sol de la Cultura tiahuanaco.

Su fiesta, se realiza en el mes de agosto cuando se produce la limpieza de los canales de irrigación, siendo el cabeza de familia quien oficia de celebrante. Los cultos de Amaru, Mallku y Pachamama son las formas más antiguas de celebración que los aimaras aún realizan en la actualidad.

La noción de Amaru o de Katari asociado a las aguas ha tenido mutaciones y, en cuanto a "serpiente voladora" (algo que por convergencia es similar a las deidades mesoamericanas Kukulkan o Quetzalcoatl) también simboliza a las exhalaciones o rayos que caen del cielo (considerados muchas veces como fertilizadores de la tierra): de hecho el nombre quechua Túpac Amaru significa, "serpiente resplandeciente", "encuentro de serpientes" o "lucha de serpientes".

Los Amarus de Junín o Amaru Aranway son dos seres hermanos mitológicos que forman parte de un relato dentro del folclore del Departamento de Junín en el Perú.

En Tiwanaku (principal centro de culto y cultural aimara), en un qalawawa o monolito de piedra también se puede observar la figura de Amaru además de la de Mallku.

En Cusco, dentro de la cosmovisión andina, el Amaru representa el comunicador del cielo y la tierra, primero como una descarga eléctrica que va a la tierra luego como serpiente, agua, etc. Del Hanan Pacha (Mundo Celestial), pasa por el Kay Pacha (Mundo Actual) al Ukhu pacha (Mundo Interno o madre Tierra). Siendo una deidad más mental tal como lo tenían los Chinos, Mayas-Aztecas. Su representación fue como una serpiente alada, pasando de un mundo a otro como gran comunicador de los dioses incas. (Yépez O. Pedro).

Asimismo, cabe señalar que en las leyendas no siempre se habla del Amaru como si fuera una entidad sobrenatural individual; si bien en algunas de ellas éste surge como un ser único desde las entrañas de la tierra, en otras se habla de dos Amarus enfrentados el uno contra el otro.

El Amaru es un ser que también se encuentra vinculado al mundo subterráneo, la tierra y los movimientos sísmicos. De acuerdo a la cosmovisión andina, el mundo se divide en tres regiones: Hanan Pacha, el mundo de arriba, habitado por los dioses y los pájaros; el Kay Pacha, el cual es el mundo presente, habitado por los hombres y los animales; y el Uku Pacha, el mundo subterráneo de los muertos. Es precisamente en esta última región donde habita el Amaru, del cual se dice suele provocar terremotos y deslizamientos de tierra al salir de las profundidades de las cavernas a causa de su gran tamaño.

Mitos y leyendas

Uno de los relatos del Amaru que lo vincula a la tierra y a las grandes formaciones rocosas es el recopilado por Francisco de Ávila, un párroco de Huarochirí del siglo XVI, el cual trata principalmente sobre la lucha entre dos divinidades de las montañas, Pariacaca (el cual es el nombre de un nevado en la actualidad) y Huallallo Carhuincho (una divinidad volcánica representada por un hombre con rasgos de perro). Ambas deidades luchaban por el dominio de una región de los Andes centrales comprendida entre los actuales departamentos de Lima y Junín; en el combate, Pariacaca hizo descender lluvias torrenciales y una avalancha sobre Huallallo Carhuincho, quien se había convertido en llamas de fuego que se alzaban hasta el cielo, y eventualmente consiguió apagar sus flamas y hacerlo huir con los rayos que él arrojó contra su adversario. En un acto de desesperación, Huallallo Carhuincho invocó un Amaru para detener a Pariacaca:

Entonces, Pariacaca, lanzando rayos y, también sus cinco hermanos, lanzando rayos penetrantes, derrumbaron, dicen, el precipicio e hicieron temblar a Huallallo Carhuincho. Este, luego, hizo salir una inmensa serpiente de dos cabezas a la cual Huallallo la denominó como Amaru. Pariacaca, viendo a la gran serpiente, hizo un bastón de oro y con él punzó en el centro del lomo a la bestia. El Amaru se petrificó poco a poco hasta convirtirse en piedra. Este Amaru petrificado se puede ver claramente, hasta ahora, en el camino que va por Caquiyoca, en las alturas. Y los hombres del Cuzco o de cualquier otro sitio que saben, que tiene conocimientos, rascan el cuerpo de este Amaru con alguna piedra y sacan polvo de ella para emplearla como remedio, dicen.

El relato culmina con la huida de Huallallo Carhuincho hacia el este, quien como deidad volcánica se lleva consigo el clima cálido, y con Pariacaca restableciendo el clima frío de la región, un detalle que, al menos en teoría, hace referencia a un período pasado indeterminado en el cual hubo una serie de fenómenos naturales desastrosos (lluvia y granizo) que dañaron terriblemente los labradíos de los pobladores, caracterizado también por un terremoto de grandes magnitudes; esto último podría estar vinculado con la aparición del Amaru, aunque a falta de evidencia queda en el territorio de la especulación. Resulta interesante notar que el Amaru de la historia tiene dos cabezas, lo cual coincide con algunas de las representaciones fantásticas de serpientes bicéfalas en varias culturas preincaicas, tales como las culturas Moche y Recuay.

El relato de Francisco de Ávila sobre el Amaru podría haber sido inspirado en las representaciones de serpientes bicéfalas propias de culturas anteriores a la incaica, muy comunes en su arte y textilería. Sin duda, las dos cabezas le otorgan un halo monstruoso al Amaru de esta leyenda, aunque es posible que exista un significado adicional detrás de estas serpientes bicéfalas. Por otro lado, la historia parece estar sutilmente salpicada con detalles que nos hacen pensar en la tradición cristiana, no solo porque de Ávila fuera un religioso católico, sino también por el inevitable proceso de asimilación de elementos cristianos en las creencias andinas durante la colonia, y es que el bastón de Pariacaca nos hace pensar indefectiblemente en el bastón que usó Moisés para enfrentarse a los hechiceros del faraón (Éxodo 7: 8-10), pues ambos lo usaron para eliminar a serpientes enemigas; además, al mencionar la costumbre de los indígenas de sacar polvo del cuerpo de este Amaru para curar sus males (la relación entre la sanación y la serpiente Amaru no queda establecida en la narración del párroco) nos recuerda a la serpiente de bronce que usaron los judíos para sanarse del veneno de estos animales (Números 21: 4-9). Esta asimilación de creencias es un fenómeno prácticamente inevitable cuando una cultura se mezcla con otra, pero a pesar de que esto tergiversa la interpretación exacta de la tradición original de un pueblo, el resultado no deja de ser digno de interés.

Los Amarus “petrificados” no son exclusivos del mito anterior. El clérigo español Cristóbal de Albornoz escribió sobre una creencia compartida por los indígenas que habitaban la sierra de Lima durante el siglo XIV:

Existe otro género de Huaca que es cierto género de culebra de diferentes hechuras. Las adoran y sirven. Tomaron los yngas estos como sus principales apellidos. Nómbrese Machacuay y Amaru. Aunque pienso dar fastidio, diré una patraña que los naturales de los confines de Lima tienen en la sierra, como van a Guadocheri de acá, en todas las lagunas antes que lleguen a las escaleras, y es que la naturaleza en aquellas peñas, en la travesía de las que atraviesa el camino real de una legua a otra, crió una veta de mármol blanco de longitud larga. Y los naturales cercanos a ella creen y dicen que, cuando los españoles entraron en estos reinos, salió de la laguna una culebra denominada como Amaru para irse a la otra y con la nueva laguna se petrificó hasta tornarse en piedra completamente. Tiene señal de culebra, porque yo la he visto. Todas las provincias alrededor la loaban cuando pasan por allí, con mucha reverencia. Yo he visto encima de ella muchos acólitos y ofrecimientos todas las veces que por allí he pasado.

Es evidente que Albornoz, ávido perseguidor de supersticiones, no tenía en mucha estima las leyendas indígenas; sin embargo, las creencias por documentadas por él revelan la importancia que ciertas figuras sobrenaturales del mundo andino tenían para ellos. El Amaru descrito en las escrituras de Francisco de Ávila era reverenciado por los habitantes locales, y la veta de mármol mencionada de hecho se encuentra entre las lagunas Mullococha y Culebrayoq, justo en el camino inca que conduce al nevado Pariacaca. Albornoz también menciona que hubo incas que tomaron el nombre de “Amaru” para sí, hecho corroborado por el cronista indígena peruano Juan de Santa Cruz Pachacútec Yamqui Salcamaygua al tratar sobre el nacimiento de Amaru Inca Yupanqui, uno de los hijos del Inca Pachacútec:

Y en Pomacocha, antes de llegar a Vilcashuaman, que es lugar muy caliente que mira hacia el Cuzco, allí nació un hijo varón legítimo y mayor llamado Amaru Yupanqui en donde estuvo algunos días. En este tiempo dicen que llegó una noticia de como en el Cuzco hubo un milagro relacionado a un Amaru que había llegado a salir del cerro de Pachatusan, una bestia muy fiera, media legua de largo y grueso de dos bracas y medio de ancho, con orejas, colmillos y barbas (por causa de este Amaru, Pachacútec le pusó por nombre a su hijo Amaru Yupanqui). Este Amaru venía por Yuncay Pampa y Sinca, y de allí entra a la laguna de Quibipay.

La aparición del Amaru y el nacimiento de Amaru Inca Yupanqui coinciden con un terremoto de gran magnitud ocurrido al este del Cusco, el cual es atribuido a la salida de la criatura desde el cerro Pachatusan, en cuya cima supuestamente el Amaru dejó la marca de su paso.

Curiosamente, la asociación del Amaru con la tierra fue transferida al toro, animal que, pese a no pertenecer a la fauna autóctona sudamericana, ha sido incluido en la cosmovisión andina a tal grado de considerarlo un habitante del Ukhu Pacha, Supay, el dios encargado del mundo subterráneo comparte aspectos y rasgos de toro denotado en sus cuernos, mezclando este rasgo con la de otros animales. El toro, cuya existencia precede a la aparición de los mismos indígenas en el mundo conocido. De ahí que toro y serpiente se manifiesten sobrenaturalmente en los lagos y montañas de la cordillera en algunas leyendas.

Pero a pesar de que ambos animales están asociados con la tierra, cada uno representa un aspecto sexual opuesto: La bravura del toro andino lo convierte en un símbolo de virilidad y masculinidad, mientras que la serpiente es más bien un símbolo de la fertilidad de la tierra y de feminidad, ejemplificado en el “Juego de los Ayllus y el Amaru” recogido por el mismo Cristóbal de Albornoz. Éste se jugaba con una serpiente de lana y tres ramales de soga con cabos de plomo, y, según cuenta el cronista, los gobernantes incas lo utilizaban para ganar tierras y ganados a sus aliados, que eran también sus competidores. En este juego, el “Ayllu”, representado por los ramales, es un símbolo fálico asociado a la masculinidad, al cielo y a la conquista de otros pueblos, mientras que el Amaru es un símbolo femenino asociado a la tierra y a los conquistados. Ello tiene un evidente sentido político, pues algunos autores sostienen que el Amaru representa a los pueblos conquistados pertenecientes a la región del Chinchaysuyo, una de las cuatro grandes divisiones del imperio incaico que se extendía desde el occidente del Cuzco y luego hacia el norte hasta el Ecuador. Volviendo al relato de Albornoz, el párroco cuenta que el Amaru fue tomado como apellido por los incas más importantes. Por otra parte, el cronista amerindio Guamán Poma de Ayala cuenta que en la dinastía inca corría también la sangre de la casta de los Amarus. Recordemos que el último de los incas de Vilcabamba fue llamado Túpac Amaru I, quien se sublevaría contra los conquistadores españoles alrededor de 1570, título que posteriormente adoptaría el caudillo indígena José Gabriel Condorcanqui Noguera al iniciar la rebelión anticolonial más grande en el Virreinato del Perú durante el siglo XVIII. Siendo así, no es de sorprender que los escudos de armas de ciertos incas, al ser dibujados según la heráldica española, incluyeran la imagen del Amaru.

Como hemos visto, el Amaru evoca las características fundamentales de un dragón: Es una serpiente monstruosa de gran tamaño, y al igual que con los primeros dragones en aparecer en el reino de la mitología inca, se le asocia con la fertilidad. Asimismo, es posible que el Amaru haya incorporado algunos de los rasgos del dragón europeo medieval a medida que la cultura española se fuera asentando en el continente sudamericano. En algunas representaciones gráficas de la victoria española sobre la rebelión de José Gabriel Condorcanqui Noguera, el Amaru que representa al caudillo rebelde y que se enfrenta al león (España) posee un par de alas y una larga cola que termina en punta de flecha. A su vez, es posible identificar el motivo del matadragones en las hazañas atribuidas a ciertos incas; se cuenta que el inca Mayta Cápac tuvo que derrotar a un Amaru en la selva, y lo mismo se dice sobre el inca Pachacútec durante su conquista de los Andes. Quizá este fenómeno pudo haber inspirado leyenda del folklore de Junín que el escritor indigenista José María Arguedas recogió en su libro "Mitos, leyendas y cuentos peruanos (1947)", en la cual la imagen del Amaru también se asemeja a la de los dragones alados europeos:

En tiempos remotos, el actual valle de Jauja o del Mantaro estaba cubierto por las aguas de un gran lago en cuyo centro sobresalía un peñón llamado Wanka, sitio de reposo del Amaru, monstruo imponente y abominable con cabeza de llama, largos cuernos de taruka o venado andino, dos pequeñas alas y cuerpo de batracio que termina en una gran cola de serpiente. Más tarde, el Tulumanya (arco iris) engendró en el lago otro Amaru para compañero del primero y de color más oscuro; este último nunca llegó a alcanzar el tamaño del primero, que por su madurez había adquirido un color blanquizco. Los dos monstruos se disputaban la primacía sobre el lago, cuyo peñón, aunque de grandes dimensiones, o alcanzaba ya a dar cabida para su reposo a los dos juntos. Estas frecuentes luchas, por cuya violencia se elevaban a grandes alturas en el espacio sobre trombas de agua, agitando el lago, el Amaru grande perdió un gran pedazo de su cola al atacar furioso al menor.

Enfurecido, el dios Wiracocha descargó sobre ellos una tempestad, cuyos rayos mataron a ambos, que cayeron desechos con diluvial lluvia sobre el ya agitado lago, aumentando su volumen hasta romper sus bordes y vaciarse por el sur. Cuando así húbose formado el valle, salieron lanzados del Warina o Wari-puquio (que proviene de las palabras Wari, ”escondrijo no profanado que guarda alguna cosa o ser sagrado”, y Puquio, “manantial”), los dos primeros seres humanos, llamados Mama y Taita, que hasta entonces habían permanecido por mucho tiempo bajo tierra por temor a los Amarus. Los descendientes de esta pareja construyeron, más tarde, el templo de Wariwillka, cuyas ruinas existen todavía.

Hoy, es creencia general entre los Wankas, que el Amaru es la serpiente que, escondida en alguna cueva, ha crecido hasta hacerse inmensa, y aprovechando los vientos que se forman durante las tempestades intenta escalar al cielo, pero es destrozado por los rayos entre las nubes; y según sea blanca (Yurak Amaru "serpiente blanca") o negra (Yana Amaru "serpiente negra"), la figura del Amaru en el cielo presagia un buen o mal año.

Existe otra leyenda, esta vez sobre el origen de los grabados en las escamas del Amaru de todo aquello que compone la vida.

La leyenda reza que hace muchísimos años, una terrible sequía se extendió por las tierras de los quechuas.

Los líquenes y el musgo se redujeron a polvo, y pronto las plantas más grandes comenzaron a sufrir por la falta de agua.

El cielo estaba completamente limpio, no pasaba ni la más mínima nube, así que la tierra recibía los rayos del sol sin el alivio de un parche de sombra.

Las rocas comenzaban a agrietarse y el aire caliente levantaba remolinos de polvo aquí y allá.

Si no llovía pronto, todas las plantas y animales morirían.

En esa desolación, sólo resistía tenazmente la planta de qantu, que necesita muy poca agua para crecer y florecer en el desierto. Pero hasta ella comenzó a secarse.

Y dicen que la planta, al sentir que su vida se evaporaba gota a gota, puso toda su energía en el último brote que le quedaba.

Durante la noche, se produjo en la flor una metamorfosis mágica.

Con las primeras luces del amanecer, agobiante por la falta de rocío, el brote se desprendió del tallo, y en lugar de caer al suelo reseco salió volando, convertido en colibrí.

Zumbando se dirigió a la cordillera. Pasó sobre la laguna de Waqracocha mirando sediento la superficie de las aguas, pero no se detuvo a beber ni una gota. Siguió volando, cada vez más alto, cada vez más lejos, con sus alas diminutas.

Su destino era la cumbre del monte donde vivía el dios Waitapallana.

Waitapallana se encontraba contemplando el amanecer, cuando olió el perfume de la flor del qantu, su preferida, la que usaba para adornar sus trajes y sus fiestas.

Pero no había ninguna planta a su alrededor.

Sólo vio al pequeño y valiente colibrí, oliendo a qantu, que murió de agotamiento en sus manos luego de pedirle piedad para la tierra agostada.

Waitapallana miró hacia abajo, y descubrió el daño que la sequía le estaba produciendo a la tierra de los quechuas. Dejó con ternura al colibrí sobre una piedra.

El dios, completamente afligido, no pudo evitar que dos enormes lágrimas de cristal de roca brotaran de sus ojos y cayeran rodando montaña abajo. Todo el mundo se sacudió mientras caían, desprendiendo grandes trozos de montaña.

Las lágrimas de Waitapallana fueron a caer en el lago Waqracocha, despertando a la serpiente Amaru. Allí, en el fondo del lago, descansaba su cabeza, mientras que su cuerpo imposible se enroscaba en torno a la cordillera por kilómetros y kilómetros:

Alas de águila tenía, que podían hacer sombra sobre el mundo.

Cola de pez tenía, y escamas de todos los colores.

Cabeza llameante tenía, con unos ojos cristalinos y un hocico rojo.

El Amaru salió de su sueño de siglos desperezándose, y el mundo se sacudió.

Elevó la cabeza sobre las aguas espumosas de la laguna y extendió las alas, cubriendo de sombras la tierra castigada.

El brillo de sus ojos fue mayor que el sol.

Su aliento fue una espesa niebla que cubrió los cerros.

De su cola de pez se desprendió un copioso granizo.

Al sacudir las alas empapadas hizo llover durante días.

Y del reflejo de sus escamas multicolores surgió, anunciando la calma, el arco iris.

Luego volvió a enroscarse en los montes, hundió su luminosa cabeza en el lago, y volvió a dormirse.

Pese a la muerte del colibrí, su misión había sido cumplida, dejando aliviados a los quechuas,que veían reverdecer su imperio, alimentado por la lluvia, mientras descubrían nuevos cursos de agua, allí donde las sacudidas de Amaru hendieron la tierra.

Y cuentan desde entonces, a quien quiera saber, que en las escamas del Amaru están escritas todas las cosas, todos los seres, sus vidas, sus realidades y sus sueños. Y nunca olvidan cómo una pequeña flor del desierto salvó al mundo de la sequía.

Véase también

Referencias

  1. Diccionario quechua -español- quechua del Municipalidad del Cusco, 1995
  2. Vocabulario de la lengua aymara de Ludovico Bertonio. Arequipa, Perú 2004. ISBN 9972-9706--4

Fuente bibliográfica

  • María Paz Valdivia. Cosmovisión Aymara y su Aplicación Práctica en un Contexto Sanitario del Norte de Chile. Revista de Bioética y Derecho N.º 7. Junio de 2006 Pág. N.º 1.
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